Por: Carlos Raúl Hernández
La tarjeta única es de esos inventos venezolanos geniales, creativos, típicos de un país proclive a buscar pócimas fabulosas, la verdadera patria de Melquiades el Mago. Con frecuencia el amor a la originalidad sustituye estudiar la experiencia histórica, el saber acumulado, lo que ha pasado en otras partes. En ningún proceso importante del planeta azul se usó tal esperpento como doña única -extrañamente calumnian a Chile -, porque no abundan sistemas políticos que jueguen a su autodisolución. Una sociedad que festeja los houdinis, al mismo tiempo ha sido conservadora, de las pocas reacias en Latinoamérica al cambio sustantivo, a salir del populismo, y al revés, se entregó de brazos y piernas a un autócrata después de 40 años de democracia. Alguien dijo que Venezuela ingresó al siglo XX con la muerte de Gómez y muchos esperaban salir de él junto con el Galáctico.
Más bien el país se devolvió al caudillismo, ahora exacerbado por la desaparición de los partidos, que en extraño suicidio ritual, el 8D quedaron sin votos por la presión de antipolíticos, o asesorados por uno que otro ideólogo delirante, en cuyos closets están muchos de los cadáveres de la democracia. Trabajaron afanosos por la tarjeta única, -tal como años atrás por «la constituyente» y después por el «retiro de candidaturas» de 2005- con la misma pasión, denuedo e ingenuidad que Iván Denisovich ponía en construir la cárcel donde lo iban a encerrar. Hoy ante los vidrios quebrados, muchos estaban comprando pan, y si hubiera chance, -deles tiempo -, insistirán con sus genialidades. No aparece la puerta del siglo XXI y con escalofrío algunos líderes recientes hablan el lenguaje económico y político populista que huele a rincón con cucarachas.
Una mente brillante
Si alguien lo duda, hace poco se produjo un hecho asombroso: anunciaron que a partir del 9 de diciembre recogerían firmas para la nueva «constituyente» (ojalá nadie se lo recuerde a Maduro). Por ese espíritu snob, Venezuela es uno de los pocos donde triunfó la antipolítica, políticos que dicen que no lo son para liquidar a los que dicen que sí lo son (los partidos democráticos). Con doña única ya había ocurrido un aldabonazo. Un promisor precandidato a las primarias opositoras de 2012, contra sus posibilidades, naufragó amarrado a ese mástil. La dura experiencia defrauda las virtudes taumatúrgicas que se invocaron en su nombre: doña única obtiene la más baja votación opositora en elecciones locales desde 1998. Se dijo que «facilitaría el voto» por la complejidad del tarjetón, y posiblemente se batió record sideral de votos nulos.
La más alta votación histórica la obtiene la oposición en 2010 cuando gana en las parlamentarias la mayoría absoluta (52%) con las tarjetas de los partidos, si sirve de algo recordarlo y no es un arrebato de nostalgia. Con el fin de impedir que naciera ese bebé de Rosmary, entre otros esfuerzos inútiles hasta se analizaron partes del teorema de John Nash: para bajar los tiempos en una carrera de velocidad, o para que una alianza obtenga máximo de votos, cada uno de los participantes debe esforzarse por ser el primero, en un juego competencia-cooperación: cooperación en el objetivo global, a través de la implacable competencia entre intereses. Se señaló que doña única era una especie de epidural que anestesiaba los partidos de la cintura para abajo, un refugio para la inacción, una falsa seguridad que colectiviza, diluye la responsabilidad, más en comicios locales en los que es perentorio que todo el mundo tenga razones personales para movilizar hasta el perro. La colectivización es el fracaso en casi cualquier área de la actividad humana.
Otra vez de cero
El gomecismo disolvió los partidos históricos, liberales y conservadores. A partir de ahí las generaciones del 28 y el 36 inician la labor de Sísifo, fundar primero el PDN, y luego AD, URD, Copei, cuyos ciclos vitales concluyeron en 1998 a la irrupción revolucionaria. En la fecha histórica del 8 de diciembre de 2013, los debilitados partidos históricos y los nuevos formados desde 1998, se reducen a siglas sin votación. La MUD nació como mesa de diálogo de organizaciones distintas, unas mayores y otras menores, y con una gradación interna que iba desde el G7, los más grandes, hasta otras instancias. Desde las presidenciales del 7 de abril impera en la oposición la República Popular, Igualitaria y Revolucionaria de Mazambia al estilo del socialismo africano y algunos buscan el ADN de alcaldes y concejales electos, que los identifique como «militantes» del partido.
Doña única tiene 99.999% de los votos opositores, hecho incontrovertible que marca el futuro inmediato. Los jefes de la MUD y los partidos, saben que ese fenómeno crea millones de complejos problemas, entre otros para adjudicar las candidaturas a las parlamentarias futuras de 2015. Y ruegue a Dios que los electores, dentro de dos años, devuelvan el voto a sus organizaciones. Doña única parece ser un designio de ultratumba de los notables que continúan atormentando a los vivos. Y en estos ambientes revolucionarios germinan en las cúpulas angustias que hay que atender. R.G. Aveledo y los líderes de la MUD arrebataron la conducción del país opositor a la insensatez y mantienen viva la esperanza, con errores y aciertos. Cuidado con cambios que pueden ser barrancos.