Por: Carlos Raúl Hernández
En Santiago, Lima, Medellín, Bogotá, Montevideo, Quito, se desplomaron en los últimos años los índices de delito. ¿Será porque censuraron las televisoras, luego de reuniones intimidatorias con los mandamases? La muerte de Mónica Spear tuvo impacto global y frente a hecho tan atroz, los revolucionarios reaccionan contra los medios de comunicación con premeditación, alevosía, nocturnidad y ventaja, y no contra la delincuencia, lo que revive sospechas de tolerancia con ésta. La ciudadanía debió mantener ese horrendo episodio en silencio pues difundirlo es un ataque a la revolución, y hay que ser cómplice del gobierno chapucero, que no habla de los criminales salvo como «víctimas» y en ocasiones como «buenandros», no como antisociales, monstruos que destrozan familias a diario. El Galáctico, expresión de sus resentimientos, modeló la violencia desde el 4-F y siempre fue consecuente con ella.
Capataz que amenazaba e insultaba, dijo que los revolucionarios debían tener en su casa fusiles «y bastante munición». Partió la sociedad en dos sistemáticamente, con rencor y resentimiento, contra los escuálidos, apátridas, médicos, estudiantes, hijos de papá, contrarrevolucionarios. Ahora descubren que la causa de 25 mil muertes violentas en 2013 y doscientas mil en 14 años es la televisión. Uno de los grandes simuladores de la historia latinoamericana, enseñó que siempre hay que culpar a las víctimas (no se olvide que Spear era ícono de televisión). Si la ruina de un país que pudo ser Dubai se debe a una «guerra económica», «al imperialismo» o a quien sea, cuando comenzó la alocución del vicepresidente del Área Económica (21/1) sobre «las bandas», el bien más preciado estaba a Bs. 72. Al terminar, en Bs. 78. No le importa la tragedia que corre por las calles de la vida cotidiana. Están forrados de dólares y guardaespaldas.
Una teoría tóxica
El «efecto Mónica» les viene al dedo para envolver otra acometida contra la libertad de expresión. Culpar los medios ha sido una de las constantes de ese aberrante malentretenimiento académico que se encubrió en la teoría de la comunicación, una de las creaciones más peligrosas de la mente humana, junto a la bomba atómica. Difícilmente se consiga un cocido que junte mayor cantidad de mentiras, manipulaciones, vaguedades y pedanterías que ese aborto intelectual. Por ella muchos egresados universitarios recibieron adoctrinamiento en vez de formación profesional y se asumían como «factores de cambio social» y no como periodistas o comunicadores, más deformados que educados. De ese caldo salieron los actuales censores de medios, que censuran hasta sus maestros. Hoy día odian el mundo en el que viven, la sociedad de la información.
Umberto Eco desafió esa supuesta teoría desde dentro con La galaxia de Gutenberg y dejó testimonio por contraste del inmenso daño colectivo ocasionado desde Marcuse y Mac Luhan hasta Mattelard y uno que otro destemplado latinoamericano. Los muñidores «teóricos de la comunicación» echaban tierra a los estudios empíricos que descartaban un supuesto link televisión-cine-violencia. Ver barbaridades no conduce a repetirlas y el proceso mental que lleva a cometer un crimen, no arranca con presenciarlo. Pese a la profusión de imágenes agresivas por cine o TV, en Canadá, Noruega, Dinamarca, Gran Bretaña, Suecia, Holanda, Alemania, Francia, la criminalidad tiende a ser un no significante estadístico. En Inglaterra una investigación arrojó que el filme favorito de los presidiarios era Pretty Woman, mientras los estudiantes de educación básica preferían Terminator, y segundo Jurassic Park.
La ecuación que ocultaron
Contra los «comunicólogos», la ecuación dice que los países más pacíficos son aquellos donde hay mayor número de televisores per cápita y viceversa, donde hay menos, Burkina-Fasso, Mozambique, Sierra Leona, Rwanda, Burundi, son los más violentos. En las etapas más furiosas de la Humanidad no existía televisión. Desde el siglo V d.C hasta el XVIII, la relación social esencial, casi única, era la fuerza y hubo más de 80 mil guerras, sin que se sepa de un solo televisor en Europa. Un gobierno sin responsabilidad ni moralidad, que solo pretende salvar la cara mientras pueda aunque maten en las calles venezolanos como zancudos, calla que la delincuencia va en declive en el mundo y en parte de Latinoamérica. Lo determinante de la mortalidad violenta es el crimen organizado, particularmente el narcotráfico y el secuestro, que implantaron en Venezuela los camaradas de la guerrilla colombiana, acosados en su país.
Ni el cuento romántico del pobre que roba pan para el hijo hambriento, ni el televidente que se hace criminal por imitar al Guasón: son bandas que operan sistemáticamente con armas modernas para comercializar un producto. Enfrentarlas requiere maquinarias policiales fuertes y actualizadas, -la revolución inutilizó las policías-, y menos ministros que se enternezcan con los pranes. El gobierno sabe que hay capos en sus propias entretelas y entre los militares. Lo dejó descubierto el Air France con una sucia carga. Un estímulo primordial al delito es la impunidad, y en pocos países es tan alta como aquí. La actual gestión es un fracaso escandaloso según los organismos especializados, y los responsables prefieren culpar los culebrones en vez de consultar con los expertos que conocen políticas para enfrentar el problema.