Por: Jean Maninat
La España que vemos todos los días en los medios de comunicación, ibéricos e internacionales, parece el fantasma, la réplica algo más acicaladita, de aquella Venezuela que enloqueció a principio de los años noventa y para salvar al bebé, lo botó con todo y agua al medio de la calle. Nadie parece estar a salvo en la península. Políticos de todo signo ideológico, empresarios y sindicalistas, realeza y plebe, futbolistas y toreros y hasta una cantante que simbolizó el avance y modernización del país, Isabel Pantoja, se apresta a entrar en chirona por blanqueo de capitales.
Cuando el gobierno de Rajoy apenas empezaba a sacar la nariz del lodazal de la crisis económica y financiera heredada del PSOE y se pensaba que lo peor había quedado atrás, en la sede nacional de PP en la calle Génova de Madrid, y en varias sedes regionales, los closets empezaron a escupir antiguos principales macerados en la corrupción. (Que Rodrigo Rato, quien fuera ministro de Economía, vicepresidente primero del gobierno y director gerente del FMI, diga que no tenía idea de cómo se manejaba su tarjeta de crédito oficial de Caja Madrid, tiene c…..s tío).
En medio del rifirrafe que amenaza con llevarse por los cachos la credibilidad que le quedaba al país, surge Podemos, como una opción pretendidamente salvadora y regeneradora de la sociedad. Sus dirigentes lucen simpáticos en los medios de comunicación con sus colas de caballo indignadas, sus pintas desfachatadas, sus gafas intelectuales, ese aire de Hobbits inocentes que sólo quieren salvaguardar el anillo de su benevolencia de las garras de la «casta». Prensa, radio y televisión están embrujadas por su encanto o desencanto, el PSOE e Izquierda Unida -ahora desunida- andan alelados por el nuevo chico en el barrio que se mudó dispuesto a sacarlos del camino. La población -indignada de verdad- ya los favoreció en las parlamentarias europeas y los sigue mimando en las encuestas.
¿Cuál ha sido la receta de tan súbito éxito? La ambivalencia, la evasión de los temas que comprometen, la respuesta propicia para cada público, la transfiguración permanente como oficio político. Su principal figura pública, Pablo Iglesias, es un prestidigitador de altura, una especie de Flashman del «¿dónde está la bolita?». Su principal ideólogo, Juan Carlos Monedero (curioso nombre para quien tan bien se arrimó al Socialismo del Siglo XXI), intenta ahora mitigar su radicalismo bajo una escarcha populista. ¿Tendrán cómo sustentar el acto?
Es difícil que lo logren. En España los cadáveres se impacientan por salir de los closets. Una simple petición de entrevista por parte de Lilian Tintori, sacó a Pablo Iglesias de su zona de confort y lo obligó a mirar de frente la injusta prisión de Leopoldo López. La libertad de un político de oposición venezolano le aguó la fiesta, por un momento, poniéndolo a farfullar respuestas desencajadas y suspicaces. El diario El País publicó hace unos días (18.11.2014) unos textos de Juan Carlos Monedero dedicados al difunto presidente Chávez. «Resulta difícil encontrar loas de tal intensidad dramática o comentarios tan lacrimógenos sobre un líder. Lo de menos es que este sentido homenaje a Chávez muestre a las claras cuáles son los referentes de uno de los fundadores de Podemos. Lo entrañable es que revela que en todo político hay sitio para un corazón emocionado», remata el artículo.
El escrutinio de la sociedad –in cluyendo a los propios- será cada vez más intenso. A riesgo de perder credibilidad tendrán que responder genuinamente, al menos alguna vez, una pregunta indeseada, y develar así la verdadera índole a largo plazo de su propuesta. La paradoja es que para sobrevivir tendrán que quitarse la máscara y entonces, difícilmente, la sociedad española avalará con sus votos el proyecto para suicidarse. Podemos, no podrá con España.
@jeanmaninat