Ex-Venezuela – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Era un país al que la gente, emigrantes de muchos países y visitantesmk9HMijk_400x400 de muchas nacionalidades se esmoñaban por venir. Me pasé media vida profesional yendo al aeropuerto a buscar gentes que armaban excusas para que las reuniones de negocios tuvieran a Venezuela como escenario. Conseguir un salón o habitaciones en el Tamanaco y el Hilton de Caracas, el Hotel del Lago en Maracaibo, el Intercontinental de Guayana, el Hilton de Margarita, el Intercontinental de Valencia, el Melia de Puerto La Cruz  y varios etcéteras era un asunto de planificación con semanas o meses de antelación. Al Poliedro y el Teresa Carreño venían los mejores espectáculos, de todas las áreas artísticas de la música.  Las tiendas de los centros comerciales estaban entre las mejores de Hispanoamérica y vendían muy bien y generaban empleo de calidad. Ni hablar de la oferta gastronómica. De primera. El mejor regalo que uno podía hacer o recibir era un libro de Armando Scannone. El turismo interno de venezolanos creció exponencialmente gracias al aumento de la oferta de hospedajes de diversa clasificación (estrellas) y posadas y a la labor dedicada de promoción de Elizabeth Kline, Valentina Quintero, Miro Popic y varios otros.

Hoy es «Ex-Venezuela», el país que tuvimos, el país que desperdiciamos, el que nos dejamos quitar. Por ingenuidad, por desidia, por irresponsabilidad, por descomunal torpeza. Nos los fueron saqueando, magreando y destruyendo frente a nuestros ojos atónitos y mientras insolitamente creímos que esto era un asunto pasajero. No lo entendimos. Menos lo creímos. Nunca en toda nuestra historia se registró tamaño estado de estupidez colectiva.

Nuestras voces de alerta fueron tomadas como exageraciones apocalípticas, como anuncios de depresivos crónicos. Se encendieron todas los avisos de catástrofe y el país los tomó como ejercicios de simulacros. Como cuando se prende la alarma de incendio y la gente en los edificios se queda impávida.

En 1989 ocurrió la verdadera alarma seria. En una conversación con CAP me dijo que esos días el tren ejecutivo se quedó con los ojos claros y sin vista. Luego -también me lo dijo CAP- vinieron las intentonas de 1992. Primero en febrero y el remate en noviembre. Fechas funestas. Chávez y su cohorte de golpistas se convirtieron en «celebrities». Entre los que fueron apropiadamente llevados tras las rejas y los que cómodamente vivían en un exilio disparatado, se forjó la presión de unos falsos héroes. Billetes de treinta. Los altos mandos militares presionaron. Y forzaron al sobreseimiento de las causas. La pedantería privó. «Son poca cosa. En la calle dejarán de ser importantes». Mala apuesta. No contaron con la visión de Fidel Castro, el mayor sátrapa que ha parido tierra de las Américas, que miró la oportunidad única. Todos los días sale un gafo a la calle; el que lo agarre de él.

Las colas infinitas son una metáfora. Del país que somos. Del país que tenemos. La humillación cotidiana. El trato esclavista a quienes pomposamente son calificados en un librito azul como «ciudadanos».

Cuatro «individuas»  despellejan el calendario y planifican el discurso para anunciarnos, con bombos y platillos, que se le preguntará al pueblo qué escoge. Si el discurso, tipo cotilleo de «aquí no hay quien viva», nos obsequia la posibilidad de 2016, Aristóbulo queda «safe». Y cumplirá su sueño infantil: «cuando yo sea grande quiero ser presidente». Si es en el 2017, el generalote se convertirá en vice, anuncio que se hará con el telón de fondo de hombres vestido de matica.

Poco importa que nada cuente con legalidad y legitimidad constitucional, porque la Carta Magna es un borrador en perpetua revisión. Unos magistrados se encargan de hacer todos los cambios que requieran los tiempos rojos. Entretanto, Amazonas no existe. Y la salita constitucional  rebota leyes hechas por el único poder público con legalidad y legitimidad.

En este país las huellas de millones de dedos pueden ser más poderosas que las huellas de las botas. Sólo falta que, encima, inventen cómo dejarnos mancos.

Tienen hijos y hasta nietos. Que los negarán porque la vergüenza pesará. Y veremos cómo hasta se cambian los «pellides». No querrán que se les relacione con esto que dejaron como herencia.

Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

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