La ola goda (II) – Andrés Hoyos

Publicado en El Espectador

Por: Andrés Hoyos

Sería ingenuo pensar que la ola goda que se ha levantado en medio mundo va a disiparse así porque sí. No, va a causar destrozos, cambios y sufrimiento. Pero mucho menos debe pensarse que será eterna.

Es en Europa donde menos optimista se puede ser. Allí la izquierda moderada fue incapaz de reformar el Estado de bienestar y tampoco supo aclimatar la tolerancia entre los inmigrantes musulmanes más recientes y las viejas religiones occidentales, mal que bien en paz unas con otras. El mestizaje no avanzó al ritmo esperado, la economía se estancó y una notable marginalidad social se fue acumulando en la periferia de las grandes ciudades. Todo ello es caldo de cultivo para un avance sustancial de la derecha. No más este domingo, Mateo Renzi perdió el referendo constitucional, envalentonando a la derecha italiana. Y en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas de mayo, los favoritos claros son François Fillon, discípulo de Margaret Thatcher, es decir amigo de recetas drásticas, pero todavía parte del viejo establecimiento, y Marine Le Pen, una mujer hábil y extremista, amiga del Frexit, con el cual la Unión Europea podría hundirse. Aunque todavía no son tan fuertes como el Frente Nacional de los Le Pen, en casi todos los países europeos hay movimientos semejantes. También hay populismos de izquierda, tipo Podemos, que a estas alturas lucen mucho más débiles que sus contrapartes de derecha.

Pese a que ganó las elecciones y es presidente electo, Donald Trump la tiene más difícil. Sobra decir que, como adalid de la posverdad, el señor del peluquín se está patraseando en buena parte de lo prometido durante la campaña. Él sabe que su programa, de llevarse a cabo, causaría un cataclismo económico mundial. Simplificando, hay tres corrientes en su campo, a las que Trump, con fruición cruel, ha puesto a darse cachuchazos: los fieles de vieja data, partidarios del populismo nacionalista crudo y del supremacismo blanco, los militantes tradicionales del Partido Republicano, inclinados hacia el conservadurismo fiscal y social, incluyendo al ala radical del Tea Party, y los plutócratas, tan criticados por el candidato durante la campaña como nombrados ahora por él en puestos claves. No va a ser fácil formar un gobierno funcional con gente tan dispar. La otra incógnita es la fuerza y determinación de quienes se le oponen, más que todo desde las toldas liberales y de izquierda. Tendremos una primera idea del panorama según la cantidad de gente que salga a aguarle la fiesta al presidente en el día de su inauguración. Si son 10.000 personas, Trump se ríe; si son 100.000 o más, el dulce se le pone a mordiscos. En todo caso, bastará con una crisis económica seria para averiar el milagro de la posverdad y revivir a los demócratas.

La perspectiva más preocupante es que, ante el debilitamiento de Trump, a sus estrategas se les ocurra inventarse una guerra. Claro, tendría que ser notoria, pues nada se gana batiéndose con Yemen. El país más a mano sería Irán. Piensa uno, sin embargo, que Irán es una presa demasiado grande incluso para Estados Unidos.

En cuanto a Colombia, el Acuerdo de Paz fue ratificado por el Congreso y se va a implementar, hagan Uribe y sus áulicos las pataletas que hagan. Ello significa que la pugna se traslada a las elecciones de 2018. Ojalá una buena gestión demuestre entonces que no estábamos equivocados quienes apoyamos el proceso desde el comienzo.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

 

Lea La ola goda (I) en El Espectador

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