Si se está suficientemente cerca, se escucha el accionar del arma de «fumigación». Lo próximo es la bomba que llega. Y el humo. Y el olor. Y empieza como una picazón. Luego arde como toque de demonios. Y uno empieza además a asfixiarse, a sentir el pecho comprimido, la taquicardia.
Sobre otros manifestantes los uniformados riegan balas, ojalá de goma. Que duelen y que pueden generar mucho daño corporal. La gente cae por el impacto o corre. Se arma una confusión -reacción natural- y entonces hay heridos por caídas y pisotones.
Cuando se activan la ballena y el rinoceronte, el «riego» cae con fuerza de pedradas. Algunos tienen el tupé de decir que son instrumentos leves de control. A esos les propongo pararse frente al chorro de agua y después me cuentan.
Dejemos de lado las violaciones constitucionales que supone el ataque del gobierno y las fuerzas de seguridad del estado a la población que ejerce su legítimo derecho a protestar. Usemos la lógica. Hagamos preguntas elementales. ¿Qué pasaría si simplemente el régimen dejará a los ciudadanos ejercer su protesta en libertad? Los paranoicos del régimen dicen que la multitud destrozaría todo lo que fuera hallando a su paso. Pero no hay evidencia que compruebe tal presunción. La verdad más presumible es otra. La gente pasaría por enfrente de todas las oficinas institucionales, obsequiaría insultos a la autoridad, rompería algunos potes de basura, quemaría uno que otro caucho, dibujaría pintas en las paredes. Y ya. Nada del otro mundo.
Pero no. El régimen no entiende la lógica de una protesta. No comprende que aquí o en cualquier parte del mundo la gente agredida por la autoridad se enfurece. Más de lo que ya estaba, aunque la furia sea un vocablo superlativo. Y el régimen reprime salvajemente generando un innecesario desasosiego y encono, en especial entre la categoría de jóvenes manifestantes a quienes la agresión les activa la producción de endorfinas.
Esta represión barbárica no es política nueva en este régimen. Llevamos años tragando bombas lacrimógenas, comiendo piedras y balas, agarrando paliza de ese instrumento que tienen los cuerpos de seguridad y que recuerda a los látigos de tiempos de la antigüedad. A eso sumamos la acción protegida por el gobierno de esos cuerpos fascistas llamados con el romántico mote de «colectivos», que no son sino fuerzas paramilitares financiadas y apañadas por el régimen. Pero, ¿logra acaso el gobierno recuperar algo del apoyo popular y electoral que otrora tuvo? Los resultados luego de cada elección revelan anorexia de apoyos al régimen.
Y en medio de este rifirrafe, hay que hacer mención al silencio (cobarde o cómplice) de los medios, en especial de la televisión venezolana, que se hace la vista gorda y en medio de las protestas transmite novelas, comiquitas, películas, programas de cocina, conciertos y noticias sin la menor importancia. Ya ni siquiera disimulan. Callan pecaminosamente. Y entonces los venezolanos terminamos en estado de dependencia de lo que logremos ver a través de las redes (imposibles de conectar en muchos casos dada la ranchificación del sistema de telecomunicaciones en Venezuela) y lo que reporten canales internacionales como TN de Argentina, El Tiempo y Caracol de Colombia, BBC del Reino Unido, CNN en inglés de Estados Unidos, CNN Chile y un brevísimo etcétera. Porque en Venezuela los canales venezolanos se han rendido y dejado domesticar, a cambio de un «perdonarles la vida» y la pauta de campañas de empresas de enchufados.
Las protestas continuarán porque las razones para ellas no hacen sino tener cría. Una Defensoria del Pueblo que no defiende al pueblo, un TSJ que prostituye cada día a la justicia, una Contraloría que le garantiza la impunidad a los corruptos, un presidente que no es más que un dictadorzuelo con sobrepeso, unas empresas estatales en estado de pudrición dirigidas por meretrices incompetentes y absoluta falta de principios. Un país no puede subyugarse ante el fascismo de un gobierno que acumula pecados capitales y delitos horrorosos.
La protesta continuará, le guste o no al gobierno. Ya pueden poner mil sentencias con sello claramente tiránico. Y la protesta no es sólo en las calles de ciudades y pueblos. Hay varios otros escenarios, nacionales e internacionales, en los que el régimen no tiene ya cómo batir el cobre. Sobre el asfalto y las pieles de los ciudadanos lloverá bomba y bala. Pero la consigna está intacta y en mayúsculas: Constitución, República, Libertad, Elecciones.
@solmorillob