Leo la entrevista de Cayetana a Lorent. La leo de nuevo. Varias veces. No buscando hacerme de detalles horrorosos que alimenten todavía más mi indignación, mi tristeza o mi asfixia, o, peor, que despierten en mí esa alimaña (que todos llevamos dentro nuestro) que es el morbo. Procuro hallar en las palabras de este joven la explicación, la respuesta. Él no la tiene. No puede dármela. Porque mi pregunta no es qué desalmado creó «La Tumba». No me basta con enterarme que haya sido fulano, mengano o perencejo. Si me alcanzara con eso mis porqués tendrían posibilidades de respuestas. Y el proceso de procura de culpables y sus merecidos juicios serían de libro. Pero no.
Leo de nuevo. Busco en la narración algo que explique no lo inhumano, sino lo extra humano. Nada. Lorent tampoco sabe. O si lo sabe, si en sus largos cuatro años de confinamiento y torturas el misterio se le develó, pues aún no sabe cómo ponerlo en códigos lingüísticos. O acaso tiene las emociones tan machacadas que necesita tiempo. Por fortuna es joven. Tiene tiempo. Mucho más que el bigote que camina.
Las torturas no son nuevas para la Humanidad. Pueden hallarse descripciones espantosas en los libros que detallan la historia de cualquier siglo y en cualquier latitud del planeta. Ha valido cualquier excusa. Incluso religiosa. Lo que el ser humano puede hacerle a sus pares no lo hace ninguna otra especie. Somos, a no dudarlo, los únicos seres que infligen daño corporal, emocional y espiritual con premeditación y alevosía y con exhibición de la inmoralidad.
No es nuevo ni novedoso lo que ocurre en el sistema carcelario venezolano y en otros centros de detención dizque transitorios. El hacinamiento, la inmundicie, las torturas, las palizas, las privaciones, la podredumbre, las violaciones, la sodomía, el tráfico de todo tipo de sustancias, la comercialización de beneficios. Prácticas habituales que han inundado las páginas rojas de los periódicos. Páginas de «Los Miserables», de la historia policial de muchos países de los cinco continentes, de las narraciones del fallecido John McCain.
Pero «La Tumba» es otra cosa. La descripción de Lorent de lo que eso es y de lo que allí le sucedió da claves, insuficientes aún pero con pistas de alerta. Esto es asunto para el análisis de psicólogos, psiquiatras, sociólogos, antropólogos, filósofos, teólogos. No solo de abogados, juristas y criminólogos. No solo de avezados reporteros. Abro el chat en el que me escribo con colegas de otros países que han investigado casos de atroces violaciones de derechos humanos en distintos centros de detención en el mundo. A diferencia mía, ellos ya tienen la piel convertida en cuero. Y las retinas preparadas para la atrocidad. Yo no. Todavía no. Me apuntan que «experimentos» como «La Tumba» existen en varios países. la palabra «experimento» me pone la piel de gallina. Les resalto que creo que no tienen origen cultural. Que siento que esto es un invento high tech de mentes muy perversas que diseñan con base a vídeo juegos y literatura SciFi. Que estos nuevos sistemas no tienen arraigo en las costumbres naturales de las sociedades. Que por eso los reportajes que se hacen de forma convencional no consiguen explicarle a las audiencias lo que en esos espacios sucede. Y sociedades que no entienden son sociedades que no reaccionan por mucho que esos reportajes procuren el encendido de alarmas visuales y auditivas.
Esa entrevista de Cayetana a Lorent debería bastar para activar de inmediato el sistema mundial de justicia. No debería existir un solo juez de las cortes penales que se quede impávido. No está en juego una presidencia mal habida de uno que dice venir de las entrañas del pueblo y que, en realidad, es un obeso salvaje del tercer milenio. Esto tiene que ver con qué clase de sociedad se deja sodomizar y qué clase de ciudadanos somos si leemos lo que pasa, nos horrorizamos, tragamos grueso y pasamos la página.
Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob