Por: Carlos Raúl Hernández
Tito Andrónico tenía inconmensurable poder como general triunfante y ministro de defensa de Roma. Todos le temían y recelaban de su mil veces declarado desinterés por el poder. Pero su ánimo pesimista, oscuro, consternado, apático, lo convirtió en un personaje trágico. Él y su familia fueron víctimas de la más horrenda crueldad. A su hija Valeria le amputaron las manos, sustituidas por ramas secas, dice Shakespeare. Él mismo debió cortarse una.
El pesimismo es enemigo de la política y los que lo sufren suelen terminar destruidos, si es que comienzan alguna empresa. La política que trasciende, que dejó huella, mala o buena, en la Humanidad, es el arte de lo imposible. Un pequeño grupo de locos que se lanza al asalto del cielo ante el escepticismo o la burla declarada de los demás. Es la pasión que empuja a arriesgarlo todo, dirigida por la razón práctica, hacerlo con éxito.
Eso permitió que un negro de nombre musulmán y fama de izquierdoso y blando, derrotara una de las familias poderosas de Estados Unidos, junto a los barones del Partido Demócrata. Y se produjo el milagro de que un nigger presidiera la potencia mundial, a pocos lustros de que sus parientes tuvieran que ceder la silla en el autobús a un «blanco».
El militar golpista políticamente arruinado logró avanzar entre los errores de sus adversarios y por su voluntad triunfante destruyó los partidos, las instituciones, la democracia, la industria y si no lo detienen puede convertir Venezuela en una especie de nación subsahariana nadando en riquezas. Se conjugan en él un político excepcional y un gobernante cuya incompetencia es también excepcional. Comenzó su gesta perversa con un humilde 3 por ciento de aceptación.
Fidel Castro y cien suicidas, violando las leyes de la guerra, anuncian una invasión a Cuba en un barco viejo y estallan el sistema político, destruyen la vida de esa sociedad y crean el régimen totalitario más terrible que se conozca y dura cincuenta años en las costillas de la máxima potencia mundial. Se podrá decir que fue producto del reparto de la Guerra Fría, pero sobrevivió 23 años a la caída del comunismo, y a sus múltiples muertes
Aquella viuda con osteoporosis, destrozada por el asesinato de su marido, es la candidata opositora en Nicaragua y con su coraje derrota y desmonta la dictadura creada por nueve comandantes de los de verdad, que le habían ganado una guerra a Somoza y su dictadura hereditaria. Indescriptibles el estupor y la incredulidad de la izquierda autoritaria. No le perdonaban a «ese saco de huesos podridos», como dijo Ortega, tal vejamen.
Un grupo de jóvenes de clase media creó un partido en Venezuela en el momento que eso parecía locura. Mantienen su esfuerzo con tenacidad y evolucionan de la denuncia a la política concreta, lo que les hace perder cierto tipo de adhesiones, pero abrirse al mundo real. Se dividen por decidir correctamente enfrentar el abstencionismo e incluso Borges, en una acción admirable, decide ir a votar en 2005.
De allí salen Capriles y su comando. Alcalde, gobernador y luego candidato a la presidencia, en una campaña donde se ha demostrado su valor físico y bizarría, y en la que además de enfrentar al adversario, ha tenido que derrotar el pesimismo, el desaliento y la languidez de supuestos críticos, que mientras el candidato se juega el pellejo ellos se complacían en desmerecer su esfuerzo, condenarlo por «blando».
Llenaron periódicos y televisoras de «críticas» que lo hubieran condenado a la impotencia y a repetir las elucubraciones descabezadas que liquidaron la oposición delirante hasta 2006. El cable cubano, los hackers chinos, el REP, los miles y miles de extranjeros cedulados. Saudage, fraude, pesimismo, desestímulo frente a una difícil conflagración contra gamberros capaces de todo.
«El hombre es una pasión inútil» escribió Sartre. Para qué luchar, amar, odiar, añorar, si al final nos espera la nada. Para qué hacer las pirámides de Egipto el Taj Mahal o la Victoria de Samotracia si al final nos espera la oscuridad, el fraude, la maniobra del CNE. Una aparente verdad tan contundente, está montada en una vaciedad. Hacemos todas esas cosas porque no podemos dejar de hacerlas, porque está en nuestra naturaleza combatir el oprobio.
Es como decirle a un hombre que delira de sed, «que olvide esa sensación. Dentro de mil años tu sufrimiento habrá sino una raya en la nada». Mientras pasan los mil años, seguiremos en lucha para que no nos amputen las manos como a Valeria.