Publicado en: El Universal
Según revela Datanálisis, apenas un 14% de venezolanos estaría dispuesto a ir a votar este 9D. La cifra enciende lógicas alarmas. Después de lo ocurrido el 20M, tras recoger la amarga cosecha de furia que no coronó en ningún plan ni efecto práctico, ahítos de desengaño, algunos, por la intervención que nunca fue; y a expensas de la desconfianza in crescendo de una población ganada por la sospecha, todo indica que lo que viene es más pérdida de espacios de poder real, ahora mal mirados por “intrascendentes”. “Si vamos a caer, caigamos hasta el fondo”, podría ser la tanática consigna que se agazapa en las entretelas de la postración.
Si ser es percibir y ser percibido («Esse est percipere et percipi«) como afirma George Berkeley, la elección acá ha sido no-ser. Tras un nuevo capítulo de este dilatado ardid de la sinrazón (y que Hegel nos dispense el hosco retozo) la incertidumbre persiste. ¿Qué nos pasó, que la oportunidad de existir políticamente o acumular liderazgo desde la base, que esa última ventana democrática que la autocracia va dejando -y que traba y controla, pues también le supone un gran riesgo- es consistentemente evadida?
No sería tan grave el ya muy grave asunto (después de todo, dirán algunos, incluso en democracias hechas y derechas las crisis llevan a una cada vez más deseante ciudadanía a dudar de la eficiencia del sistema) si junto con la negación no surgiesen apologías a lo antidemocrático. La democracia no está “de moda”, podría concluirse luego de hallazgos como el de Latinobarómetro: en 2018, “annus horribilis para la región”, el respaldo a la democracia cae hasta 48%, cinco puntos menos que el año pasado. Pero sabiendo que nuestra tragedia reside justamente en la más punzante carencia de oxígeno democrático, lo lógico sería estrujar toda ocasión de frenar la asfixia. Aún así, esa no parece ser razón que nos arrope y guíe últimamente.
La antipolítica retórica del fatalismo, sus astillas filosas encajándose en nuestro conatus, siguen colapsando los respiros. En abierta contradicción con los vítores dedicados a la brega electoral de los estudiantes de la Universidad de Carabobo, opositores reacios a aceptar la estratégica sinuosidad de la política instan a cambiar el modesto logro capaz de generar efectos globales, por la baratija de la espera. Es común escuchar la rendición a priori pues, según se asegura, contra esta bestia inédita en la historia no existe bozal ni brida buena, así que hay que apelar a la fuerza; y “fuerza es fuerza”, para más enjundiosos detalles. Pero común también se vuelven el silencio o la palabra esquiva, como si se agotasen las formas de contrarrestar el rapapolvo antidemocrático destinado a descartar la negociación como ruta para superar los paradigmas, o a desacreditar el voto como factor de participación y cambio.
¿Será que el trapacero registro de valores democráticos que manosea el populismo hendió tan exitosamente nuestras atalayas íntimas e invirtió a tal punto las expectativas, que ahora luce impropio considerar la gestión del conflicto por la vía política? ¿Qué la anticompetitividad, el antipluralismo y la intolerancia que castiga desde hace dos décadas, esa pretensión de representatividad exclusiva de los intereses populares que lleva a borrar al oponente y reducir toda discrepancia a un asunto moral -el otro es traidor, es falso, es impuro, es objeto del asco- desfiguró los referentes del liderazgo y bloqueó la necesidad de percibir nuestra potencia como algo que puede y debe ir más allá de lo simbólico?
Sabiendo cuán hostil es el contexto, tampoco tranquiliza advertir que no toda la oposición coincide en la misma idea de democracia, y que la que algunos pregonan parece más bien una extensión de la adulterada versión que mercadean los populistas. De ser así, ¿hacia dónde vamos?
A santo de eso, y ya que tanto vuelo cobra el interés por la transición polaca y las promisorias señales que sus corolarios enviaron al mundo, vale la pena revisar los apuntes de la periodista Anne Applebaum, quien hoy califica la de Polonia como “una de las sociedades más polarizadas de Europa”. El avance del partido nativista e iliberal “Ley y Justicia” mucho ha tenido que ver con eso, al abrazar “un nuevo conjunto de ideas, no sólo xenófobas (…) sino también abiertamente autoritarias”. Por lo visto, ninguna nación puede abandonarse a la seguridad de haber arribado al fin de la historia. Appplebaum lanza al respecto un dictamen estremecedor: “Si se dan las condiciones adecuadas, cualquier sociedad puede volverse contra la democracia”.
Si bien no contamos con indicios precisos sobre cuándo o cómo se dará esa ansiada mudanza democrática en Venezuela, no está de más enfocarse en el aquí y ahora, medir hasta qué punto el hondo deterioro de ese ethos, el gobierno democrático de “uno mismo” (Vico dixit) atenta contra la posibilidad de que eso ocurra. “El momento es el que tenemos, el pasado es prólogo”, alerta Shakespeare: propicio es el presente para empezar a ser lo que podemos ser.
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