Publicado en: El Nacional
Por: Elías Pino Iturrieta
La reacción de nuestros líderes de oposición ante la visita de la señora Bachelet nos coloca ante fallas de carácter, o ante carencias de coraje cívico sobre las cuales conviene reflexionar. Las respuestas dislocadas y fofas que provocó la importante presencia de la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos conduce a la observación de un temor a no molestar a la opinión pública, o de evitar choques con voceros ante cuyas declaraciones no se debía callar, que no se relaciona con las responsabilidades que incumben a una dirección clara acerca de la política que nos abruma.
Como se sabe, antes y durante la llegada de la alta comisionada, la intransigencia de un sector de la dirigencia de oposición se dedicó a condenar el propósito y los resultados de la gestión, como si se asomaran a un hecho cumplido que ni siquiera admitía el beneficio de la duda. Se adelantaron en el anuncio de un trabajo condenado al fracaso o, mucho peor, en descubrir intenciones torvas en la valija de la diplomática. Todo sacado de una subjetividad desenfrenada, de negarse a observar los matices de una misión que se debía ajustar necesariamente a trámites y pasos de obligatorio cumplimiento, a cortesías que no se podían subestimar. No cabe duda de que sabían de los tortuosos escollos que la señora debía superar ante los intereses de la dictadura, pero los ignoraron para solo insistir en una supuesta connivencia con los voceros del régimen. Sabían que no tenía ella más remedio que sentarse a hablar con los titulares de los poderes públicos y con Nicolás Maduro, pero vieron en aquello un inicio de sumisión y aun de complicidad sobre el cual machacaron como si fuera verdad absoluta. Según ellos, se llevaba a cabo una infructuosa visita para maquillar la usurpación, la demostración del antiguo matrimonio de una socialista chilena del pasado con sus semejantes venezolanos de la actualidad.
Tal posición ignoraba la trayectoria de la visitante, quien se desempeñó durante dos períodos como presidente de Chile sin darle motivos al escándalo, cumpliendo los requisitos esenciales del republicanismo y respetando las reglas del juego democrático. Esa historia fue borrada por los simplificadores irresponsables, quienes solo vieron el tránsito de una militante de la izquierda que venía a auxiliar a unos compañeros de causa. Fue agua para chocolate en el menú de los extremistas que pululan en las redes sociales, quienes no solo fueron el eco de las patrañas de los líderes extremistas, sino también cocineros de historias escandalosas y hasta procaces sobre los antecedentes de una guerrillera embozada que venía a trabajar por la causa del chavismo con la cual simpatiza desde tiempo inmemorial. Se provocó así una yunta de las patrañas de arriba con el desenfreno de los guerreros del teclado para fomentar una matriz de opinión en cuya olla cabía cualquier ingrediente, menos la verdad. De allí los pareceres sobre los primeros resultados de la visita, sobre lo que adelantó la alta comisionada en sus declaraciones. Como apenas ofreció un parecer preliminar, como solo se aproximó a un negocio que debe analizar con especial cuidado, los críticos, pese a que estaban enterados de que no había otra manera de abordar el arduo asunto, se sintieron ante la confirmación de sus versiones tendenciosas y malintencionadas: vino a ayudar al usurpador y así lo comprueban sus primeras palabras.
Pero lo peor de la manipulación no se encuentra en su sordidez, que no es nueva en la plaza como para provocar sorpresas, sino en el silencio de los líderes fundamentales de los partidos que hacen mayoría en la Asamblea Nacional y que no son esquivos ante la cercanía de los micrófonos. Guardaron silencio, pese a la estatura de las patrañas, de las calumnias y las exageraciones, o apenas se atrevieron a ofrecer apoyos cautos a la misión de la alta comisionada. Se negaron a nadar contra la corriente, pese a que conocían cabalmente de los contactos que hizo con las víctimas de la dictadura y de la promesa que asomó de buscar desenlaces satisfactorios para la tragedia nacional. Lo que hará Bachelet no lo sabe nadie a estas alturas, pero los directivos de la AN, los diputados más salidores, los voceros del gobierno provisional, prefirieron pasar agachados para que reinaran sin traba los retorcimientos de unos políticos desenfrenados y superficiales, y también las conductas de la jauría que los acompaña. Mal estamos, si mantienen, ante los retos que nos esperan frente a la usurpación, posiciones superfluas y cobardonas como la que exhibieron ante el suceso que ahora nos ocupa.
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