A estas alturas, muchos venezolanos seguro han pisado la concha e’ mango del gobierno y se han tragado el cuento de la inminencia de elecciones parlamentarias. Esos venezolanos son víctimas de dos estrategias: la del efecto descorazonador de las infinitas declaraciones de los voceros del régimen y, también, la de ciertos personajes del lado opositor que, heridos en su orgullo porque no están sentados en tronos, creen que lo mejor es atacar inmisericordemente a Guaidó, aunque él no tenga orilla por la que halarle el pellejo. Poniendo al margen consideraciones éticas, los que lo atacan y afirman que es un perdedor no ofrecen alternativa, como no sea la cantinela de la intervención (invasión) de fuerzas armadas extranjeras. Claro, está el pequeño detalle de no tener ellos en su mano ni el poder de decisión o el suficiente peso de influencia para que tal cosa ocurra. Entonces, para ponerlo en criollito, están hablando puro gamelote.
Por fortuna, los (demócratas) que están en Barbados guardan el prudente silencio de los jugadores astutos. No caen ni siquiera en el incauto ejercicio de un imprudente desliz. A Gerardo y Fernando se les tragaron la lengua (y los dedos) los ratones. Y las declaraciones de Stalin son una clase magistral de la moderación. En la acera de enfrente -y a pesar de los continuos recordatorios de los vikingos (Vaer så snill å holde kjeft!) no hay vocero o vocerito que sepa algo de silencios y todos sufren de ecolalia compulsiva. Se hacen así esclavos de lo que dicen, mientras en la otra acera son dueños de lo que callan.
Eso sí, esto será largo. Algo tenemos para aprender de los vikingos. Saben mucho de paciencia y perseverancia.
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