No es cierto que ser un parásito no suponga esfuerzo. De hecho, serlo supone mucha dedicación. Es un empleo a tiempo completo y a dedicación exclusiva. El problema real de esa relación está en lo intrínsecamente perversa, porque el parásito no solo no agrega valor sino que chupa energía al organismo del cual es indeseado huésped.
Que se sepa, en la turbulenta y farragosa historia de Venezuela, nunca el estado ha «parasitado» tanto y de modo tan feroz a la sociedad como lo ha hecho y lo sigue haciendo el actual estado. No me refiero tanto solo al gobierno. Es un asunto de todo el estado, de sus instituciones, organismos, organizaciones, empresas y cuánto ente existe en ese sector. Que el estado sea un entelequia no quiere decir que no esté en los hechos representado por seres de carne y hueso. Esos seres, que tienen nombre y «pellide» y se cuentan por miles, o decenas o centenas de miles, trabajan en el oficio diario de desangrar a la sociedad, que también es un entelequia pero cuya manifestación es muy de carne y hueso, a saber, seres humanos. El quehacer de esos parásitos que nos habitan viene a ser entonces canibalismo.
Por supuesto que hay un serio problema moral. Es pobre excusa socorrerse de la manida frase «los pueblos tienen el gobierno que merecen». Eso es una tremebunda memez. Es incalculable la cantidad de venezolanos de extracción social humilde que cayeron en la trampa y, con la mejor intención, votaron por esto, sin atinar a sospechar que estaban cavando su propia tumba. Mucho más culpables, si a ver vamos, son los «clase media/educados» que no solo votaron por «esto» sino que hoy niegan que lo hicieron, en un insolente alarde de mediocridad intelectual e irresponsabilidad ciudadana. Baste ver los números de las elecciones en las que participó Chávez. Sin esa clase media, sin sus votos, sin su interesado apoyo financiero y logístico, Chávez no hubiera ganado en ninguna de las elecciones en las que fue candidato a presidente.
Hoy un número indeterminado de «clase media» -muchos ni viven en Venezuela- hacen otra vez insolente alarde de torpeza inundando las redes con mensajes destructivos. La torpeza es aún mayor si nos paseamos por la realidad de un país cada vez más poblado de pobres que no tienen twitter porque no tienen como pagar los megas. Entonces esos ataques desmedidos y vulgares se quedan «en la cuadra».
No escribo para ellos. Me insultarán una vez más. Nada nuevo bajo el sol. El llamado es a los políticos. Un mensaje a ellos: ignoren ese pleito; es irrelevante e intrascendente. Pongan el foco en donde sí hay que ponerlo, en los parásitos que nos habitan.
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