No existe tal cosa como «el mejor país». En realidad los nacionales de cada país se bambolean entre considerar que el suyo es el mejor y caer, con demasiada frecuencia, en la incómoda sensación de tener un país que se les tornó desagradable e insoportable. No es cuestión de si la grama es más verde en un allá, como pregona la frase coloquial. Tiene tanto más que ver con la percepción que tiene cada cual en un momento específico de su realidad dentro de la realidad y la expectativa que les impone su país. A veces hay cacofonía entre esas dos realidades.
Los venezolanos no entendemos qué nos pasa. Peor aún, no entendemos nuestro propio país y no nos entendemos entre nosotros Comprensible. Al fin y al cabo, salvo quienes se asentaron en este país (y lo hicieron suyo) y que emigraron huyendo de conflictos, guerras y posguerras, los «criollos» de varias generaciones no tenemos experiencia en algo siquiera parecido a lo que hoy nos toca vivir. Y estamos verdaderamente extraviados en este desmadre social, económico y político.
En Venezuela siempre ha habido pobres y ricos. Pero no hay ningún venezolano (respirando) que haya vivido una Venezuela pobre. Hay venezolanos que siempre fueron ricos y también venezolanos que siempre fueron pobres. Y muchísimos siempre estuvieron en el medio; no eran ni ricos ni pobres. Pero unos y otros no conocieron, hasta ahora, una Venezuela paupérrima donde la miseria ha tomado el protagonismo . Y todos carecen (carecemos) de las herramientas necesarias para entender a cabalidad lo que nos acontece. Las clases medias, por ejemplo, no entienden (aún) que están quebradas; que todo lo que tienen -y por lo que tanto lucharon- se ha depreciado y su valor es hoy prácticamente negativo, que todo se volvió casabe mojado. Si usted es clase media, probablemente con mucho sudor produjo el dinero para comprarse una vivienda y, también, un segundo inmueble. Esos inmuebles tan queridos se han desvalorizado. De hecho, los precios de los inmuebles en Venezuela son hoy los más bajos de toda la región; y eso aplica tanto para una mansión en la urbanización más elegante de cualquier ciudad en nuestro territorio como para la vivienda más humilde en el barrio más olvidado del hálito de Dios. Los llamados ricos, y me refiero a los honestos, son nada comparados con sus pares de la región.
Los venezolanos que hoy tienen dinero fresco son nuevos ricos, y se les nota. Tienen plata, no clase. Son rastacueros y se placen en la exhibición de sus fortunas de dudoso origen. Son enanos morales y no lo pueden disimular. Aunque se bañen en colonia de marca, la fetidez de traficantes se les siente a leguas. Sus cuantiosas fortunas han sido construidas sobre la generación de miseria. Se magnatizaron a punta de quebrar a los venezolanos, de saquear y despedazar a la Nación. Y, para más Inri, tienen las manos manchadas de sangre y han escrito una novela de barrotes.
Algunos me dirán que lo que está pasando en Venezuela es una copia fotostática de lo que ocurrió en Cuba. Llevo años escuchando eso. Y en cierto sentido hay que concederles razón. Pero hay un pero, o varios. No voy a salir con la tan manida frase de «Venezuela no es Cuba». Hay una ristra de razones para explicar las siderales diferencias y coincidencias . Venezuela no es Cuba pero no es eso lo que importa. Pesa mucho más que está claro que los venezolanos no somos como los cubanos. No somos ni mejores no peores. Somos distintos.
Un vídeo producido por no sé quién llega a mi correo la tarde del sábado. La voz de la narradora tiene ese indiscutible y encantador acento de las gentes oriundas de la isla «de donde son los cantantes». Las imágenes se funden con la voz en un triste recuento de lo que es la vida de los ancianos en esa isla. Veo el vídeo una vez, dos, tres. Y caigo en cuenta que nuestras historias recientes, la cubana y la venezolana, lucen parecidas pero lejos están de serlo. No voy a decir que ellos se rindieron ante la égida del sátrapa barbudo, el personaje más pérfido del amplio repertorio de tiranos latinoamericanos de los siglos XX y XXI. Pero sus clases medias y profesionales, sus industriales y empresarios, sus académicos, maestros y profesores fueron pisoteados y magreados desde las primeras movidas de la revolución cubana; y cuando entendieron la magnitud de la farsa que les habían montado encima, sintieron que desde adentro no podían luchar. El exilio cubano comenzó a los pocos años del arribo de Fidel al poder. La diáspora venezolana comenzó en realidad con el advenimiento de Maduro. Durante Chávez (y contra Chávez) luchamos muchísimos venezolanos sin parar. La oposición al castrismo se hizo muy tímidamente desde adentro y de modo mucho más fuerte desde fuera de las fronteras. La oposición venezolana lucha hoy desde el planeta entero pero siempre fue fuerte en territorio tricolor y hoy no hay medición de opinión pública que la coloque por debajo del oficialismo en términos de apoyo popular.
Vuelvo a ver el vídeo. No me veo reflejada allí. Nosotros nunca nos hemos rendido. No sabemos tirar la toalla.
Yo soy apenas una de esos millones. Incluso en las innumerables veces en que no hemos conseguido el propósito marcado, al día siguiente me desperté a seguir luchando. Jamás me he rendido. Yo no siento nada de eso que en el video dice que sienten los viejos cubanos. Pero ni parecido. Yo me empino sobre mi inenarrable tristeza. Mi fuerza no ha decaído ni un ápice. Unos salvajes no pueden con mi venezolanidad. Veo el vídeo por cuarta vez. Me hago preguntas. ¿Tengo cambios en mis convicciones? No. ¿Estoy cansada? Sí. ¿He envejecido prematuramente? Sí. ¿Tengo las rodillas magulladas de tanto caer? Sí. ¿Voy a dejar de luchar? No. ¿Veo la solución a la vuelta de la esquina? No. ¿Me he vendido? No. Por no ver la solución a la vuelta de la esquina, ¿voy a dejar de luchar? No.
No sé cuánto tiempo nos tomará salir de la zanja y construir una Venezuela decente, moderna, que nos enorgullezca. Pero sé que darse por vencido no es una opción. Y como yo hay millones, cada día más.
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