Por: Asdrúbal Aguiar
Soy consciente en cuanto a que la modernidad y su optimismo se encuentran comprometidos; como comprometidas han estado siempre las promesas del humanismo, pues han de pugnar con quienes, como traficantes de ilusiones, prometen el paraíso en la tierra a costa de la cosificación de la persona. A la sazón, entre tanto, los amigos de la libertad nos miramos en el espejo retrovisor de la democracia.
Comparto, al respecto, el criterio del profesor Eudaldo Forment, quien apoyado en un célebre libro escrito hace casi una centuria: Una nueva edad media (1933) afirma que el hombre – se refiere al europeo, pero vale para el actual – vive “como si habitase exactamente en la superficie de la tierra, ignorando lo que está por encima y lo que está por debajo de él”.
Las generaciones del presente tienen razones para celebrar que cuentan con lo mejor de los dos mundos superados: el de la mera razón y la lectoría – el del Homo Sapiens – y el de las imágenes u Homo Videns de Giovanni Sartori. El Homo Twitter sucedáneo – expresión provocadora de César Cansino – tanto como escribe y no más de 140 caracteres se relaciona con las imágenes, pero sin tiempo para la conciencia y menos para el pensar profundo. El vértigo no se lo permite.
Dado ello, arriesga dejar de ser lo que es y en su esencia: persona una y alter ego, y puede desdecir de su naturaleza, pasando de servirse de la ciencia a servirla como tótem que lo domina. A lo más terminaría siendo un mero táctico de la libertad.
Me pregunto: ¿Será que el tiempo que se abre en 2019 para durar otros 30 años, dos generaciones, agotado el Gran Vacío que suscita la experiencia frustrada del socialismo real y las incertezas que nos monta a cuestas la incierta victoria del liberalismo en 1989, es en conclusión el arraigo del relativismo? ¿Se consolida la muerte de Dios e ingresamos en la Era de las verdades circunstanciales, construidas sobre las percepciones de mayoría, que dejan resentimientos, cansancio, sentimientos de desconfianza entre todos?
La cuestión no es baladí.
El Homo Twitter, en línea inversa a la del periodismo tradicional, ancla primero en su prejuicio o cosmovisión, en su orfandad íntima, para luego crear información y transmitirla, yendo en búsqueda de la realidad; pero sólo de aquella parte que le sirve y le es útil para validar su propia animosidad o serenar el espíritu.
Este es, nada menos, el desafío ingente, inexcusable, que ha asumir y entender a profundidad el liderazgo social y político, apenas entrenado para el narcisismo digital y llamado a construir una tecnología al servicio de la verdad.
A que viene todo esto.
Mientras la Alta Comisionada de la ONU, Michel Bachelet, demuestra que todos los derechos humanos han sido violentados de manera muy grave, sistemática y generalizada, por el régimen represor de Nicolás Maduro, otra narrativa nos llega desde Europa. Nos habla de una nación distinta, que padece una crisis política y falta madurez democrática.
¿Ambas narrativas son ciertas, una veraz, otra falsa y construida a la medida?
No olvidemos, a todas éstas, que somos tributarios de la cultura occidental y cristiana, incluso encontrándose amenazados sus valores por la tecnología marxista de dominación en avance, tributaria de la Escuela de Frankfurt.
Al reconocimiento de la razón y del ser humano, que se concretan en la gran enseñanza greco-romana de la sabiduría, la vertiente cristiana la completa con las ideas de la persona – como realidad humana no una, sino única, propia de cada ser, la menos común – y la de la libertad o el libre albedrío, que revela a la dignidad de la persona humana. Y esas ideas o premisas le agrega algo esencial que redondea nuestra cultura de decantación milenaria, a saber, la del amor supremo o caridad, es decir, la del “querer el bien para alguien”.
En el olvido de esa “amistad civil” que alimenta la confianza y que hemos proscrito en la política, y que antes que procurar la unidad en las diferencias sustituye ahora la idea de la donación desde el poder por la posesión del poder, es en donde reside, como lo creo, la crisis contemporánea del humanismo. Desbordamos, con generosidad, en los odios y por ello mentimos.
Así, mortificado por lo que todos observamos, repito las palabras de Jacques Maritain, cabeza de la delegación francesa, dichas al momento de instituirse la UNESCO; cuyos activos como los de la ONU están en entredicho, aún más luego de la elección de Venezuela al Consejo de Derechos Humanos y dada la espiral de destrucción que azota a Iberoamérica y España:
“Nos reunimos en un momento particularmente grave de la historia del mundo [..] La angustia de los pueblos cae sobre todas las orillas […] Lo que se pide a la inteligencia humana es tomar conciencia de que hemos entrado en una era crucial de nuestra historia, en la que —bajo pena de muerte— los gigantescos medios de potencia procurados por el dominio científico de la materia deberían someterse a la razón”.
Es la razón, en suma, la instancia inderogable. Pero no basta. Estamos ante una hora – permítaseme el anglicismo – que urge de un sistema UBER para la política, para la ordenación digital y tecnológica de la libertad en el siglo XXI. ¡Ojalá no nos pase lo que al Búho de la Minerva, que levanta su vuelo en el ocaso!
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