Casilda y Chuíto están hasta el remoño. Están hartos de Maduro y su manga de abiertos (o solapados) enchufados y demás esperpénticas especies aún por catalogar. Hartos del aguacero de sandeces de mediocres como estos individuos de «la mesita», con su pensamiento y discursiva de medio pelo y a media luz. Hartos de los gritos heroicos de los que prometen para dentro de nadita (cuestión de días, pues) la intervención militar extranjera que nos va a sacar de este berenjenal. Hartos de que su celu se trague megas bajando la infinita cantidad de videítos y notas de voz de «periodistas ciudadanos», «panas con contactos» y «expertos con posgrados y doctorados en la universidad de la vida». Hartos de los «venezolonólogos» -nacionales o extranjeros- que pontifican y dictan cátedra desde la comodidad de una nevera repleta, el servicio eléctrico 24/7 y la conectividad de muchas «g». Hartos del pomposo y abigarrado decir y escribir de endiosados doctos y sabiondos vertido en periódicos, radio, tv y redes. Hartos, también, de los eslóganes de fabricación instantánea por «creativos ingeniosos». Hartos de las explicaciones económicas cargadas de complejos cálculos que solo sirven para saber por qué lo que viene es Eneas con Burundanga. Hartos de los «n» emoticones y memes cursis que comunican deseos píos.
A Casilda y Chuíto les sabe a casabe la ristra de babosadas con patas que les dicen los hunos y los otros. Casilda y Chuíto están claritos: a. quieren votar en una elección parlamentaria (en la fecha que marca la constitución, a saber 2020); b. quieren votar en una elección presidencial (lo antes posible) para tener un presidente legal y legítimo y no un arrebatador apoltronado en Miraflores; c. quieren lidiar con otra gente en el CNE, otra gente en Miraflores y los ministerios, otra gente mandando en el Poder Judicial, otra gente en la Fiscalía General, otra gente en los comandos militares. Casilda y Chuíto quieren votar y, sobre todo, elegir. Quieren ir a hacer una cola en un domingo cualquiera y votar, sin presiones ni atropellos, sin chantajes ni chanchullos, con la certeza que quienes dirigen el CNE no son unos cuatreros políticos. Quieren que su voto no sea cambiado, adulterado, escamoteado o anulado. Quieren ver en el país un auténtico ejército de observadores electorales internacionales, gente que grite ante el más mínimo ñereñere o chuquichuqui. Quieren que a las poquitas horas y sin ridículo paseíllo por una rampa que se convirtió en metáfora de la barbarie, salga en la pantalla de TV un presidente serio del CNE y, sin palabrerío patriotero, anuncie los verdaderos resultados. En síntesis, Casilda y Chuíto quieren lo que la mayoría queremos: una democracia donde el pueblo ejerza sus derechos ciudadanos electorales en paz, en libertad y con absoluta confianza en un proceso y un organismo decentes. Y al día siguiente, habiendo ganado su candidato o no, levantarse en un país en el que nacer, crecer, estudiar, trabajar, multiplicarse y morir no sea una novela de terror, un tenebroso viaje al infierno.
Casilda y Chuíto, despreciados y manipulados por tantos, no comen cuentos de camino. Saben que lo que «la mesita» plantea y pretende es «mediocrizar» el voto, quitarle peso específico y poder, restarle esa condición de gran «arbitrador». Y dicen no. Le dicen a los hunos, es decir, a «la mesita» y a los apoltronados nuevos ricos en palacios y cuarteles que o corren o se encaraman. Y le dicen lo mismito a los otros. Que cuando la perica quiere que el perico vaya a misa, se levanta muy temprano y le plancha la camisa. A saber cuál perico se pone esa planchada camisa. A buen entendedor, pocas alpargatas.
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