Publicado en: El Universal
España lleva casi cuatro años sin gobierno y funciona bastante bien. Y al contrario, quien haya visto el debate televisado de los candidatos este lunes que pasó, tendría razones para alarmarse por la amenaza de que haya gobierno de nuevo. Por un lado, las propuestas de Pablo Iglesias (Podemos), viejas como los minerales, e igual que éstos pasan por el tiempo sin llenarse de historia. La misma y vetusta visión republicana de 1936 inmune al cambio.
Concibe el gobierno y los impuestos como paredón “anticapitalista” y no como instrumentos consensuales de política económica. Quien asume racionalmente el arte de gobernar como kubernetos, conducir, los entiende de la segunda manera, estudia técnicamente qué políticas favorecen la generación de riqueza, cuál es el nivel óptimo de las tasas impositivas para no perjudicar la formación de capital y el empleo, sus inversos proporcionales.
Ver lo mal que lució Albert Rivera de Ciudadanos, conflictivo e intolerante, peleando con todos al mismo tiempo, nos permite entender por qué la caída de una organización que amenazó sustituir y desalojar al Partido Popular. Pablo Casado, jefe de este último partido tuvo una participación de poca trascendencia, sin planteamientos importantes y con omisión de los problemas que debe manejar un estadista, entre ellos la economía.
Abascal apostó a asegurar su electorado sin aventuras hacia el resto de los españoles. Tal vez tiene razón en eso de buscar consolidarse en territorio amigo, pero en lo que no la tiene es en sus devaneos contra los inmigrantes. Todos jóvenes, buenmozos, bien vestidos, parecían más modelos posando para una portada de Vogue que en una controversia electoral. Pero en medio de una sociedad en equilibrio, nadie recuerda al que la equilibró.
¡Vagos del mundo, uníos!
Mariano Rajoy salvó a España del barranco al que caía con Grecia en 2011. Era la más intensa crisis política del país en 80 años, que estalla por los errores del gobierno socialista, que practicó una política económica más que expansiva, dispendiosa y alocada. Al comenzar la crisis financiera global en 2007 con la caída de Lehman Brothers en EEUU, Zapatero quiso enfrentarla a punta de populismo, apagar el incendio con gasolina.
Ensayó un plan de estímulo a la demanda o Plan E, que generó una recesión de casi 4% del PIB, con un déficit fiscal de 10%. Se negó a flexibilizar el régimen de contratación y el desempleo pasó de 22% (43% entre los jóvenes). Se cumple la ley universal de que políticas populistas pueden hundir al Titanic y el sistema político parecía irse al fondo con la economía. España andaba en el caos revolucionario.
Un amplio levantamiento de masas antisistema conocido por sus órganos Movimiento de los Indignados o 15M,¡Democracia real YA!, Anonimus. Era una revolución en el sentido preciso de la palabra, un movimiento de extrema izquierda antipolítica, que rechazaba al bipartidismo, a los partidos y tomó las calles de toda España. En ese contexto el PP con Rajoy quien no le tuvo miedo a la polvareda, gana las elecciones de 2011 de manera apabullante.
El electorado reaccionó contra la revolución que, pese al escándalo, las elecciones demostraron que tenía escasas raíces, porque la asistencia a las urnas fue masiva (votó 73% de los inscritos) y además votan por el PP, el partido más opuesto a los indignados, que obtuvo mayoría propia en el Congreso. Rajoy asumió su responsabilidad y aplicó un rudo programa de ajustes macroeconómicos, redujo drásticamente el gasto público, congeló los ingresos de la ciudadanía, rescató el sistema financiero.
El mundo en su mano
El dramatismo de sus circunstancias consistió en que si España colapsaba arrastraría a Italia, lo que significaba el euro, la Unión Europea y según la teoría del dominó, arrastraría a la sociedad occidental. Por eso el conocido pájaro de mal agüero, Joseph Stiglitz, anunció en su librito Caída libre, el fin del capitalismo, como suele hacer periódicamente. En manos de Rajoy estaba el destino de Europa.
Además de la necesidad de aplicar decisiones tan antipáticas al mismo tiempo tuvo que lidiar con dos ataques terroristas islámicos, uno en las Ramblas de Barcelona y otro, develado a tiempo, que pretendía detonar la Sagrada Familia y, al mismo tiempo, la Torre Eiffel. En 2014 la economía arranca a crecer, se estabilizan las variables económicas, comienza a ceder el desempleo se incrementan los salarios, las pensiones y el ingreso real.
Precisamente por haber tenido éxito en una apuesta tan difícil y contra la corriente, el sistema político no perdona a Rajoy, le hacen la vida un purgatorio y de hecho prácticamente el país no tiene gobierno desde 2015 porque Pedro Sánchez hizo imposible su juramentación en las Cortes y en 2018 aprueban el voto de censura para sacarlo de la figura de Presidente en funciones. Tuvo que enfrentar también la emergencia del movimiento soberanista y secesionista de Cataluña.
Y lo hizo de manera terminante, en defensa de la unidad de España. Su posición fue esencial porque cualquier tolerancia con la disidencia catalana significaría que la siguieran los demás nacionalismos españoles y europeos, lo que rompería el equilibrio geopolítico mundial y crearía una situación de inestabilidad general de la civilización, con amenazas de guerra generalizada.
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