Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
Cuando se es fanático del béisbol, aunque sea una película mala o un juego repetido, se hace obligatorio detenerse en el canal que esté pasando algo de pelota, lo que sea. Esa era la razón principal para que los niños que crecimos en los años 70 y 80 nos convirtiéramos en seguidores de Musiú La Cavalerie, viendo aquel magnífico programa que transmitía Venevisión los domingos en la mañana, llamado: “El Batazo de la Suerte”. Después se mudó a Venezolana de Televisión en sus últimas emisiones. El programa se mantuvo por 24 años en el aire, para que tengamos una idea del éxito que significó. Lo vimos en blanco y negro y después a todo color.
Creo que entre mis frustraciones en la vida, está la de no haber ido nunca a aquel espacio encantador, ni siquiera a las “gradas” del estudio, qué era como un pequeño estadio, adaptado, por supuesto, a la mecánica del concurso.
Los participantes bateaban una bola que estaba sobre una mesa, en la que había un bate acostado donde se colocaba la pelota que debía ser bateada hacia el diamante que estaba en frente, representando el cuadro y los jardines, donde estaban dispuestos una serie de letreros distribuidos por niveles con los logos de los patrocinantes: Berol Prismacolor, Ceras Johnson, Central, Entidad de ahorro y préstamo, Industrias Pampero, Motores Evinrude, salsa de tomate Ketchup Heinz, Chocolates Savoy y la Joyería Arte Katino, los premios se daban de acuerdo al producto donde cayera la pelota y el calibre del batazo: hit, doble, triple y jonnrón. También había outs.
El Musiú, vestido impecable, elegantísimo, preguntaba al concursante después de consumir su turno: “¿Niña, niño, mamá o papá?”, entonces el bateador escogía y le daban su premio.
Yo soñaba con ir, dar un buen batazo y que Musiú dijera: “Para mamá, en primera base…” y me entregara el regalo cortesía de “Arte Katino, la Joyería del gatico simpático”, de Marrón a Pelota. Cuando pasaba por esas esquinas caraqueñas estaba pendiente de ubicarla, fue así por años.
“El batazo de la suerte” era un programa imperdible, después seguía uno conectado a la programación deportiva y más tarde venía un juego “en vivo y directo, vía satélite”, cuando la novedad era parte imprescindible de la promoción.
Musiú fue muy responsable de que cantidad de muchachitos se interesaran por el béisbol. Lo hacía divertido.
Tenía años como figura de los deportes, comenzó siendo un jovencito en los años cuarenta.
Cuando murió Pancho Pepe Cróquer en 1955, le tocó sustituirlo en el famoso e internacional programa “La Cabalgata Deportiva Gillette” que se transmitía a través de 140 emisoras de radio por los países de Latinoamérica. Ahí estuvo al lado de Buck Canel y Felo Ramírez. Narró también importantes peleas de boxeo profesional.
No se puede hablar de la historia de la radio, la televisión y de la narración deportiva sin mencionar a Musiú. Me atrevo a decir que también de la publicidad y de una Venezuela que siempre es grato recordar, luminosa, glamorosa y alegre.
Cuando en la escuela había que hacer la fila para escuchar el himno nacional y las maestras pedían “distancia”, no faltaba el que exclamaba “¡distancia y categoría!”, era una fija, así que el Musiú se aparecía cada mañana sin querer con el slogan de uno de las marcas comerciales que identificaba, trajes Montecristo.
Era el narrador de los Tiburones de la Guaira, con su estilo peculiar, ocurrente y divertido. Era, como son los guairistas, un optimista inderrotable.
“Esto es lo tuyo mi pueblo”, «Se luce cuando hay visita», “Otro más de la familia”, “Venga pa’ que lo vea”, “Apareció el negrito”, “Este no va pal baile”, “Quedó más partido, que galleta de soda, en bolsillo de borracho”, “A correr piojos que llegó el peine”, “Más falso que escalera de anime” o “Quedó más sucio que recibo de mecánico”, y otras que seguro el lector recuerda, son frases inolvidables para quienes se las escuchamos decir con aquella sonrisa enorme que hacía ver cada una de las arrugas de su cara. Frases que todos decíamos y aún hoy muchos evocan.
Los bromistas decían que Musiú era “tan Viejo como Matusalén”. Tenía sus años, muchos, pero su espiritu jovial desmentía la especie, nunca envejeció. Nació en Caracas el 30 de enero de 1923 y el mote se debía a su apellido, no podía ser más caraqueño.
Cuando llegué a trabajar en el estadio lo vi poco, lamentablemente murió el 23 de noviembre de 1995 y no tuve el placer de sentarme a hablar con él de pelota y contarle de aquellas mañanas domingueras en las que el béisbol comenzaba con él, pero cada vez que mis hijos, que son guairistas, gritan “¡Tiburones pa´encima!” entiendo que el Musiú no es sólo un feliz recuerdo, sino que es eterno, como la alegría, como la esperanza que da la certeza de saber que siempre se puede venir de atrás para ganar el juego.
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