Un amigo, cuyo nombre me reservo para no alborotar avisperos, me hace llegar la última encuesta. Completica, no la versión que suelen dejar colar y a la que le han aplicado cirugía bariátrica. Los hallazgos son en extremo interesantes y en algún sentido sorprendentes. A estas alturas del pichaque, más de un sesudo pronosticador ya había apostado, fuertes a morisquetas, a que Guaidó estaría hundido en la quinta paila del infierno, que Maduro habría recuperado popularidad, que Claudio se habría convertido en la nueva varita mágica nacional, que «la mesita» habría alcanzado más aplausos que Oscar D’León en baile de año nuevo, que Diosdado ya encabezaría la lista de la cartica al Niño Jesús. Ah, pero los venezolanos se ríen a carcajada limpia de los necios de oficio. Y la calle es como la potra zaina de Torrealba, que «no quiere el freno morder, ni la montura llevar, riendas no quiere sentir, ni que le pongan bozal». Y ahí está la calle, diciendo a quienes quieran oír y si les da la gana entender, que por mucho que les parezca adormecida (apendejizada) está bien despierta, bien clarita y no confunde chayota con manzana ni que se la disfracen con almíbar.
«La mesita» da pena ajena: 14,2% de apoyo ciudadano. Bertucci tiene 15%. Claudio 9.6%. Falcón 11.6%.
Así que una de dos: o no han sabido vender su promesa básica (no sería de extrañar con tan rococó y cursi discurso), o, la calle les descifró la engañifa y han quedado como el cuento del traje del emperador. Sin embargo, a ellos, a los de «la mesita», el fervor popular les tiene muy sin cuidado. Ellos no están en lo más mínimo interesados en acumular popularidad; no la necesitan ni la necesitarán porque la estrategia es otra. No es asunto menor que en el equipo tengan a un carpintero de grandes conocimientos y vasta experiencia en el asunto del cálculo electoral. Un hombre que sabe muchísimo sobre cómo se arma el tinglado electoral para, con pocos votos, hacerse de muchas curules, bajo el cautivante argumento de la protección a las minorías, asunto que por cierto fue inventado en el imperio.
Leo por ahí una quejica porque se les impidió a los de «la mesita» tomarse unos cafés con gringos y europeos. El lamento bien puede titularse «Oda al arbusto nacional» que como bien sabemos es el llantén. ¿Se les impidió o sus argumentos no son lo necesariamente fuertes y convincentes como para que autoridades y dirigentes estadounidenses y europeos deseen gastar su tiempo con los ilustres visitantes?
La cosa está complicada. A qué dudarlo o negarlo. La AN, con no suficientes puntos de popularidad (35%), la tiene difícil. Pero tiene buenas cartas. Y con buena mano en este poker que tiene que ser de cartas abiertas (para evitar el blofeo) se sigue jugando.
El pueblo está cantando «arroz con leche, me quiero casar». A ver quién ofrece buen matrimonio.
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