Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Hoy hay que volver a la conmoción de la semana pasada, que siguió al paro nacional del 21N, la cual corre el riesgo de chuparse el oxígeno informativo y de opinión por mucho tiempo. Los adjetivos del título se refieren a una de las partes de la confrontación, el presidente Duque. La contraparte es multitudinaria y fuente de innumerables contradicciones. El panorama no solo puede cambiar, sino que va a cambiar y bien puede ir a mejor o a peor. Nadie sabe cuál de las dos cosas.
Muchos han dicho que diciembre es un mes disolvente para un movimiento social. Creo que tienen razón y que el período crucial será a mediados o finales de enero. Lo que pase entonces podría continuar durante meses, con variaciones. Si en ese momento se reanima el paro o surge cualquier conflicto imprevisto, la continuación de lo que entonces pase estará prácticamente garantizada. Dicho de otro modo, Duque tiene un mes para establecer la conversación y ponerla en un curso fructífero. Se dice fácil.
Yo podría divagar aquí sobre las causas remotas o recientes del movimiento, pero no quiero dejar sin trabajo a los historiadores del futuro. Sí, ahora es menos peligroso protestar, de modo que el descontento se ha multiplicado. En septiembre de 1977, para hacer una única analogía, hubo decenas de muertos por el estilo de Dilan Cruz, muchos de ellos con armas de fuego oficiales. Por otro lado, la desigualdad del país es insostenible y está siendo mal medicada, en gran parte por cuenta de un sistema tributario anquilosado e injusto, según argumenta Ricardo Ávila, entre otros.
Pero vaya que la conmoción actual tiene un peso enorme. La soledad del Gobierno proviene de la inexistencia de una coalición viable. Incluye apenas, muy a medias, al uribismo, a cuya ala radical no creo que Duque le vaya a dar juego. ¿Conmoción interior, como se sugiere por ahí? Ni hablar, sería un suicidio. Además, Uribe está dedicado a defenderse ante la Corte Suprema de Justicia.
Las fronteras del conflicto son la precariedad de Duque y la incoherencia del paro y su falta de “dirigentes”, que no deban ir con comillas. Cualquier “acuerdo” podría desbaratarse. ¿Hay que aplicar realismo, como se sugiere por ahí? Mejor menos realismo, de ese que sirve para funcionar en épocas normales, y más imaginación y cuentas creativas, indispensables para salir de los atolladeros. “La gente no sabe muchas veces lo que quiere, pero sí sabe lo que no quiere”, dice Semana y es cierto. En cambio, también dice que Duque no tiene margen de maniobra. Claro que lo tiene, otro cantar es que se decida a usarlo. Claudia López, por ejemplo, ya se está preparando para gobernar una ciudad distinta. Es apenas natural. ¿Duque no sabe que está en un país distinto? No sobra que entren al Gobierno algunos de los pesos pesados de las administraciones locales salientes, aunque ellos solos no pueden resolver nada. El poder no deja de estar en manos del presidente.
En el fondo, no soy tan pesimista. No se ve venir ningún colapso de nada, nadie influyente piensa en insurrecciones ni se vislumbra ninguna explosión de violencia estatal tipo Tlatelolco o Tiananmén. Tampoco se prevé un alzamiento popular tipo 9 de abril. La posible endemia resultante solo puede reorientarse con reformas audaces. Otro cantar es que Duque sepa armar y vender audacias. En todo caso, pretender seguir como venía implica estrellarse contra una pared.
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