Aquel día amaneció lluvioso. Llevábamos ya varios días en medio de un temporal. Así que nadie puede aducir sorpresa. Yo tenía una gripe espantosa, agravada por empaparme por andar varios días por toda Caracas asistiendo a sesiones de campaña por el NO.
Madrugada del 15 de diciembre. Debía cubrir varios centros de votación, así que me levanté a las cuatro y a las cinco estaba en la calle. Tenía fiebre y me sentía horrendo. Tomé una pastilla y me puse una chaqueta impermeable. En El Hatillo la humedad cala hasta los huesos.
Toda la mañana transcurrió para mí corriendo de centro en centro y escuchando sobre los efectos terribles de la lluvia. Varios estados afectados. Pero las novedades sobre Vargas eran realmente preocupantes. La situación allá era terrible. Las noticias en la radio y la televisión daban cuenta de percances serios. Seguía lloviendo. Las calles de Vargas se habían convertido en ríos de lodo.
Todos, incluso los chavistas que trabajaban en los centros, esperábamos que en cualquier momento, en una muy justificada cadena nacional, el CNE anunciara la suspensión del proceso. No cabía en la cabeza de ninguna autoridad medianamente sensata y responsable que un país con tanta gente atravesando una severisima emergencia pudiera ser forzado a comportarse «como si nada». Pero el CNE calló. Y así cayó en complicidad.
El resto lo sabemos. Es historia, sucia, vergonzosa, dolorosa. Miles de muertos. Miles de heridos. Miles de viviendas tragadas por el barro. Víctimas de pecado y delito.
Aquella noche terminé en la emergencia de un hospital. La gripe se me había convertido en neumonía.
De todas las tragedias que ha vivido Venezuela, el Deslave de Vargas fue la peor. A la furia de la naturaleza se sumó la salvajada de un hombre que en su ambición de poder despreció la vida de miles y los condujo a la muerte. Imperdonable.
Pesa sobre los hombros de este gobierno, que es el mismo que hace 20 años, las miles de muertes que pudieron ser evitadas por el deslave; y también pesa sobre los hombros de este gobierno, que es el mismo de entonces, la voraz corrupción que privó en los planes de recuperación.
Aquel fatídico día de diciembre el disparate nos tendió una trampa. Fueron días de lluvia pertinaz. Así que hablar de un imprevisto es una mofa brutal. Mientras algunos usaban una pluma para firmar en una planilla electoral, cientos de miles trataban de sobrevivir haciéndose camino en el barro.
Nacida en medio de una tragedia y con el horror de miles de muertos a quienes el estado despreció, la constitución de 1999 solo se hizo válida en el espíritu del país en 2007 cuando ocurrió el verdadero referéndum aprobatorio. Toda una paradoja.
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