Los segundos se vuelven minutos; los minutos, horas. Las horas, días. Los días, semanas. Las semanas, ¿Meses? ¿Cuántos?
Las preguntas del pueblo, de los ciudadanos de a pie, de la gente común y corriente -como usted y como yo – son las que importan. Sobran los textos y discursos grandilocuentes de quienes tienen incapacidad intelectual y emocional para entender y solidarizarse con lo que, supongo, les parecen problemas de gente pequeña, menor.
La realidad se lleva por delante toda pedantería. Es el tiempo de la respuesta sin adornitos cursis, sin disfraces. No es el tiempo del disimulo. Y menos es el tiempo del relleno. No es el tiempo de las voces que apenas repiten lo que escuchan, de los «copy & paste», de los textos barrocos cargados de oropel.
Es el tiempo de los auténticos. De los verdaderos poetas, de los verdaderos pensadores. De los que realmente saben y dicen la verdad. De los que no se agazapan tras las faldas o pantalones de otros. Es el tiempo de los sinceros. De los que no tienen agendas ocultas. Es el tiempo del lenguaje llano y los principios férreos.
Es el tiempo de la honestidad.
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