Por: Jean Maninat
Hay una famosa foto donde aparece Lenin arengando a las tropas desde una tarima en la plaza Sverdov en Moscú, a los pies de la escalera, como cerrando el paso se encuentra Trotsky y un peldaño más arriba Kamenev, ambos eran de los más poderosos líderes bolcheviques en aquel 1919 en que la instantánea fue tomada. Años después, bajo el régimen de Stalin, la fotografía sería publicada sin rastro alguno de los jefes revolucionarios ambos purgados de las fotos oficiales y de la vida por el dictador soviético. Habían sido borrados de la memoria histórica de la revolución. Otro tanto harían los censores de la revolución cubana con una fotografía donde aparecía Fidel Castro en primer plano y en el trasfondo Carlos Franqui quien luego sería un disidente y agudo crítico del régimen. Desapareció de la memoria fotográfica oficial de la revolución cubana.
Ahora en los Estados Unidos ha surgido la “Cancel Culture” mediante la cual se señala a figuras públicas, a intelectuales y hasta compañías por manifestar una opinión considerada impropia u ofensiva según los códigos de lo políticamente correcto. A través de un linchamiento moral en las redes sociales se intenta “cancelar” a la persona o institución abochornándola de tal manera hasta retirarla, borrarla de la vida pública. Una suerte de escrache masivo, realizado por jueces internautas de inflexible “moralidad”. La nueva inquisición no requiere de hogueras ni de salas de tortura. Le basta con un teclado.
Pero la pulsión por “cancelar” puede ser retroactiva en su celo por purificar la realidad rescribiendo los hechos culturales. Ya se ha iniciado el proceso de expurgar el canon occidental para depurarlo de todo vestigio de machismo, racismo, sexismo, o cualquier otra perversión, como si cambiar artificiosamente el pasado mejoraría el presente. Si no fuera porque sus efectos son preocupantes, pues muestran una peligrosa tendencia a la intolerancia y a la usurpación de la cultura, sería risible y merecedora de la gran carcajada que le soltó Vargas Llosa al periodista Jorge Ramos al discutir recientemente sobre las modificaciones al idioma español para hacerlo más inclusivo. La presión por desguazar el español está allí a nombre de una causa justa secuestrada por el delirio radical de unos poseídos.
(La feroz campaña para “cancelar” la compañía de alimentos Goya Food especializada en productos dirigidos a la comunidad hispana ya que su director ejecutivo elogió a Trump es un peligroso acto en contra de la libertad de opinión. Pero a la furia ciega de sus promotores -incluidas algunas mediáticas congresistas- poco le importa que sea la más grande cadena de origen hispánico, ni que dé empleo a miles de esa comunidad, ni que haya repartido toneladas de alimentos durante la pandemia. Lo que importa es borrar de la fotografía las opiniones adversas, trucar la realidad para adecuarla a su visión del mundo aplastando la opinión contraria en nombre de un supuesto mundo mejor. Y de paso lanzar un cartucho de dinamita a la libre empresa).
Estamos ante la insurgencia de un nuevo integrismo, dispensador de fetuas en contra de los nuevos infieles, dispuesto a erradicar la diversidad, en nombre de la diversidad.
El radicalismo -en todas sus versiones- es la plaga de nuestro tiempo y es el peor enemigo de la libertad y las sociedades abiertas. Por eso es fundamental combatirlo.
De los nuevos talibanes líbrame Dios, que del pecado me encargo yo…
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