No es fácil criticar a Trump después de que recibió a Guaidó en su despacho de Washington, y de las sanciones que dispuso contra los pillos del chavismo. En EE.UU. se vive un trance de alternabilidad, es decir, un paso por el cual luchamos entre nosotros. ¿Por qué no aprovecharse de lo que allá es normal, para hablar de las falencias que nos asfixian como sociedad? Porque si no hablan de política nuestros líderes de oposición, no en balde se refiere a un acontecimiento que sucede en la primera potencia del mundo, entonces ¿de qué van a hablar para que los tomemos en cuenta?
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Comenté en artículo de hace un mes las reacciones de la sociedad venezolana frente a las elecciones presidenciales en Estados Unidos, para plantear la existencia de una patología debido a la cual confundíamos lo ajeno con lo propio. No considerábamos las distancias geográficas, ni las diferencias impuestas por la realidad, para enfrascarnos en un conflicto parecido a una guerra civil telemática. Pero, agregué, nos apropiábamos del lejano contorno partiendo de las simpatías y las antipatías criollas, es decir, viendo únicamente con el prisma nacional lo que necesitaba otros lentes, para protagonizar un desfile de disparates a través de los cuales se descubría una limitación de entendimiento capaz de descubrir lo mal que estamos en el juicio sobre asuntos políticos.
La situación ha empeorado después de la celebración de las elecciones, debido a la postura banderiza que hemos adoptado frente a sus perezosos resultados. Supongo que debo incluirme en el repertorio de los desubicados y de los orates debido a que he manifestado mis simpatías por el candidato Joseph Biden para sufrir los embates de una legión de encarnizados trumpistas, aunque he tratado de manejarme desde mi fidelidad a los principios del republicanismo universal, expuesta en numerosos escritos. Pero tal vez me he apartado de ellos para insistir en la necesidad de una mudanza urgente en la Casa Blanca que se ha visto como parte de esa enfermiza beligerancia que, según pienso, debe ser tratada como desquiciamiento necesitado de clínica. Sea como fuere, es evidente la existencia de una confusión de realidades, de un desbarajuste de topografías y circunstancias, que habla con elocuencia de una inhabilidad para el análisis de los hechos de actualidad que puede pasarnos una factura demasiado cara cuando tratemos de soldar el rompecabezas nacional, que es lo que más nos debe importar.
Pero, a la vez, debemos observar el contraste que presenta frente al caso la mudez de nuestros líderes políticos de oposición. Mientras las mayorías de sus clientes se desgañitan, o nos desgañitamos, ellos no abren la boca. Mientras todos hacemos nuestras pataletas, ellos ni siquiera parpadean. Venezuela es una gallera nacional que se engaña porque no se da cuenta de que la pelea no es por Miraflores sino por la Oficina Oval, mientras las altas tribunas partidistas se caracterizan por un bíblico silencio. En principio no está mal el mutismo debido a que puede significar una distancia entre la insania y la cordura, una diferencia entre la necedad y la racionalidad, un llamado de atención frente a la alienación de las mayorías, mas quizá refleje, por el contrario y por desdicha, un nuevo capítulo de indiferencia e ineptitud que no les concede lustre como conductores de la sociedad. En especial porque, si no hablan de política, que es ahora el tema primordial, no en balde se refiere a un acontecimiento que sucede en la primera potencia del mundo, ¿de qué van a hablar para que los tomemos en cuenta?
A la gente del régimen le viene de perlas el silencio debido a que lo pueden justificar en la obligación de la no injerencia en asuntos extranjeros, o retocar con los habituales clichés contra el imperio, pero no sucede lo mismo con el predicamento de los dirigentes opositores. Podían decirles a sus seguidores que su conducta es demencial cuando confunden a Nebraska con Mucubají, pero no lo hacen para no levantar roncha y para no espantar apoyos. Podían asegurar que únicamente los chiflados y los estúpidos pueden ver comunismo o socialismo en unas elecciones que se llevan a cabo en una sociedad capitalista por excelencia, pero se hacen de la vista gorda ante algo tan elemental para congraciarse con las simplezas domésticas. Podían solicitar sindéresis, lo más fácil en este tipo de trifulcas, pero no están en capacidad de calmar iras con cuchara de palo. Ciertamente, no es fácil criticar a Donald Trump después de que recibió a Juan Guaidó en su despacho de Washington, y de las sanciones que dispuso contra los pillos del chavismo, pero que ni siquiera muevan los labios para referirse a sus tropelías durante el proceso electoral, o para canonizarlo por sus milagros recientes, por su rol de Dios agitador, no los deja bien parados. La gran oportunidad de demostrar sus dotes de analistas políticos se les ha escurrido como arena de los dedos, en suma.
Uno de los argumentos más socorridos de Trump proviene de la antipolítica. Ha afirmado que es mejor que Biden porque no es político. ¿No es una idea que se ha levantado contra los líderes aquí, que pudieran discutir ahora con lucidez? En EE.UU. se vive un trance de alternabilidad, es decir, un paso por el cual luchamos entre nosotros. ¿No podían aprovechar el punto para alimentar sus intervenciones? La campaña estadounidense ha destacado por la libertad de movimientos de los candidatos, por la igualdad de oportunidades de los partidos políticos y por la libertad de los medios de comunicación ante el suceso. ¿Por qué no aprovecharse de lo que allá es normal, para hablar de las falencias que nos asfixian como sociedad? Y así sucesivamente. Silencio sepulcral, lengua de mármol, ceguera sin paliativos frente a hechos esenciales de la historia universal. A menos que de veras no sepan tejer en la madeja de su oficio, a menos que perdieran el hilo de los portentos de la retórica, lo cual no parece insinuación baldía cuando vemos cómo, desde hace tiempo, tampoco hablan con propiedad sobre los problemas venezolanos.
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