¿El canal de la colina había dado vuelco a su orientación sumisa frente al régimen? Cronómetros rigurosos para que se trasmitiera la sensación del equilibrio. Pero de los cartoncitos de la presentadora no salió ni un solo vuelo rasante por los problemas más acuciantes, por lo que importa de veras a los televidentes, como la miseria, el hambre, la corrupción, la crisis sanitaria, la pandemia, la delincuencia y la represión, por ejemplo. Una parodia de discusión, un simulacro de controversia; donde la médula del asunto es que se invitó a un espectáculo con la oposición sin la participación de opositores.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Venevisión anunció un debate entre candidatos del Gobierno y de la oposición que aspiran a su elección en las parlamentarias, y lo sintonicé sin vacilar. Primero, porque el canal se iba a interesar en temas que pudieran ser polémicos, una novedad en la calma chicha que predomina en sus trasmisiones, según me aseguran. Segundo, por la curiosidad de ver cómo podían pelearse unos personajes que habían resuelto viajar a placer en la nave del continuismo. ¿El canal de la colina había dado vuelco a su orientación sumisa frente al régimen?, ¿habría en realidad una polémica sobre la actualidad venezolana, pese a las imposiciones de silencio que imperan en los medios de comunicación y en toda la escena nacional?, ¿los nominados iban a desaprovechar la pesca de votantes ofrecida en horario estelar?, ¿no irían a pelear a muerte por unos sufragios que necesitan como el oxígeno para respirar? Motivos de sobra, en suma, para buscar la señal de una planta a la que había dejado de sintonizar desde hace más de una década por su dependencia de los intereses de la dictadura.
El programa salió al aire el jueves a las ocho de la noche, pero no tocó tierra. Eso de decir que ‘salió al aire’ viene al pelo porque en realidad se quedó en las nebulosas, sin que los organizadores se atrevieran a meterse en los temas peliagudos que habitualmente se manejan en una campaña electoral. Cronómetros rigurosos para que se trasmitiera la sensación del equilibrio, la idea de que no se daría preferencia a ninguno de los contrincantes. Preguntas formalmente irreprochables, porque podían dar pie para el camino espinoso que escogieran los invitados sin instigarlos a sacarse las tripas. Pero de los cartoncitos de la presentadora no salió ni un solo vuelo rasante por los problemas más acuciantes, por lo que importa de veras a los televidentes, como la miseria, el hambre generalizada, la corrupción, la crisis sanitaria, la pandemia, la delincuencia y la represión, por ejemplo. Sobre una elección rodeada de críticas desde su nacimiento debido a la redonda negación de los partidos políticos de oposición y por la preferencia descarada hacia el oficialismo, nada se asomó en el formulario leído por la sosegada periodista. Todo muy aséptico, muy higiénico, muy temeroso de que se soltara el freno, como para que no quedaran dudas sobre la equidad de los promotores. Demasiado moderada la moderadora, excesivamente dispuesta a que nadie se apartara del libreto de la media lengua que parece ser consigna del canal desde cuando se convirtió en acompañante del régimen.
Ciertamente no podía Venevisión preparar un matadero de candidatos, una batalla campal frente a las cámaras, pero la placidez en medio de la cual se desarrolló la trasmisión dejó una sensación de conducta concertada para que la sangre no llegara al río, para que las aguas no salieran de cauce. Como si se vivieran en Venezuela tiempos normales y el canal se ocupara de un evento de la cotidianidad republicana que pasaría como un trámite sin consecuencias. Ni siquiera hubo más de lo mismo, porque las diferencias que no dejan de mover la vida política estuvieron totalmente ausentes. Ni siquiera se dejó en los televidentes la idea de que se estaba ante el prólogo de una maniobra escandalosa de la usurpación para el control de la Asamblea Nacional, un asunto que se ha reiterado hasta la fatiga y que debió tratarse obligatoriamente en el programa. Si no por los buscadores del renuente sufragio, por los comunicadores que fabricaron la sesión. Esa es la obligación de los candidatos de oposición que acuden al certamen, pudieran responder los venevisionistas. Muy cierto, cuando de veras se concede un espacio para el encuentro de posturas diversas frente a la crisis de la sociedad, pero jamás cuando se prepara un programa para que nada de importancia se trate con seriedad. Ni tampoco cuando los cuatro asistentes aceptaron de antemano las reglas de un itinerario amañado.
Pero, además, y aquí topamos con la médula del asunto, cuando se invita a un espectáculo con la oposición sin la participación de opositores. Presenciamos un guanteo entre dos gobierneros, un viejo agente libre y un alacrán, o alguien de ese desacreditado grupete llamado de los alacranes. Independientemente de lo que pudieron decir en sus intervenciones, lo hicieron desde posiciones de engaño permitidas o auspiciadas por Venevisión. Uno habló como opositor pese a su paladino concurso en los despachos y en los mentideros del madurismo, pese a su fama cada vez más acrecentada de aventurero solitario, y a que no frecuenta, desde hace tiempo, los círculos adversos a la dictadura. Una peripecia conocida por todo el mundo, pública y notoria, entre otras cosas porque su protagonista no ha podido o no ha querido ocultarla. El otro fue echado del seno de la oposición en forma estentórea, y, pese a su pequeñez, tachado de traidor por sus compañeros de viaje. Aquí se cae de bruces un set aparentemente mesurado, una tramoya maquillada de democracia, para convertirse en un circo de mala muerte cuyo principal objetivo fue colaborar con los planes continuistas del usurpador, es decir, comunicar patrañas olímpicas al televidente.
En el espacio se presentaron dos nominados por el continuismo que se confinaron en sus clichés de siempre, sin exagerar, quizá para no alimentar la impresión de extremismo rojo-rojito que tanto les perjudica. Como iban a hablar del futuro, no les convenía insistir en consignas nefastas e infructuosas, aunque hubo tres o cuatro piropos contra el imperialismo yanqui. Tampoco podían hablar de la obra constructiva del Gobierno, dada su inexistencia. Por consiguiente, del cofre del PSUV no salieron las sorpresas. Nada de particular por ese contorno, pues, nada digno de pasmos. En cambio, abundaron los asombros ofrecidos por los pretendidos opositores que se animaron a dar la cara entonces. ¿Cuáles asombros, si harto sabíamos ya de sus andadas? Perdonen, impacientes lectores, pero, ¿les parece poco su gigantesca dificultad a la hora de atacar a la dictadura, su aprieto en el momento de las críticas que debían hacer para trasmitir alguna diferencia digna de señalamiento, para presentarse como habitantes o dirigentes de la orilla contraria? Fueron tan sutiles en sus observaciones, tan cuidadosos en sus distancias, tan corteses en la confrontación, tan vacuos de argumentos, que nadie pudo pensar con fundamento, mientras estaba frente a su pantalla, que eran opositores. Pero debieron esforzarse para meter la coba, los pobres. La parte en la cual confesaron sin antifaz su concordancia con los voceros de la usurpación se pudo advertir cuando debieron hablar del papel de la Asamblea Nacional en los últimos años, asunto en el cual, cuando no callaron ante la arremetida de sus amigables rivales, se unieron a la detracción de los representantes del pueblo, sus compañeros de la víspera a quienes quieren desplazar a partir de enero. De todo lo cual se desprende especial reconocimiento a Venevisión por demostrar que se mantiene en la connivencia escogida en los últimos años, por su servidumbre cada vez más escandalosa ante el chavismo, y por pensar que sus espectadores son idiotas. De otra manera no se explica el afán de poner en escena una parodia de discusión, un simulacro de controversia, un altercado de mentirijillas. Si hacía falta espantar a unos pocos votantes indecisos, lo ha logrado con creces. Valió la pena verlos durante una hora después de tanto tiempo. Gratitud y ovaciones, por consiguiente.
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