Por: Floralicia Anzola
La retórica, habíamos dicho hace unas semanas, importa. Ayer con la asunción al mando de los Estados Unidos de la administración del Presidente Joe Biden y la Vicepresidente Kamala Harris, se promovió una nueva retórica, una narrativa épica donde todos los ciudadanos pasaron a ser protagonistas.
Durante estos 4 años de la vieja administración, las palabras más comunes eran: enemigos del pueblo, los otros, los débiles, los que se aprovechan de nosotros, los diferentes,los extranjeros ilegales que nos restan oportunidades, las mujeres como un objeto accesible al pedido del macho. Se instaló en el día a día, la post verdad, los fake news, todo lo que luciera escandalosamente aprovechable para sembrar la narrativa del odio y la división.
Hace dos semanas, el Capitolio se convirtió en el lugar elegido por quienes consumían y producían esa retórica violenta, y las palabras fueron acciones. Vidrios rotos, espacios sagrados por la democracia, violentados. Intentos de que la violencia tomara finalmente los símbolos más valiosos que se protegen allí.
La democracia, la unión como nación formada y moldeada por los propios y los inmigrantes, la aceptación de que la raza no es motivo de exclusión. Todo por lo cual los antecesores lucharon, aquello que los estadounidenses daban por sentado.
Las escaleras del Capitolio, fueron el escenario de la anarquía. Pisoteada y ahogada una mujer por la turba, por los suyos, asfixiada de ese odio compartido. Era la épica del odio.
Ayer, como decíamos, esos mismos lugares, se convirtieron de nuevo, en el soporte de otras palabras y acciones. Embellecidos, restaurados, cargados de luz. Un cuenco con otra retórica para compartir.
El recién ungido como Presidente de los norteamericanos, Joe Biden, en su discurso inaugural dijo:
«Este es el día de Estados Unidos. Este es el día de la democracia, el día de historia y esperanza, de renovación y decisión.La voluntad del pueblo se ha escuchado. Hemos aprendido una vez más que la democracia es valiosa. La democracia es frágil y en este momento ha prevalecido».
Y con esas palabras, la épica que quiso instalar el magnate inmobiliario de la vieja administración, fue sustituida por una nueva. Inclusiva, reconciliadora, esperanzadora.
«Esta es una gran Nación, somos buenas personas. A través de los siglos hemos llegado tan lejos. Pero tenemos que ir más lejos. Vamos a avanzar con urgencia porque tenemos mucho que hacer”.
Joe Biden señaló a la vieja retórica y sus efectos pero no a los culpables ni a su colérico predicador mayor.
“Y ahora un auge del extremismo político, la supremacía blanca, el terrorismo interno que debemos enfrentar y derrotaremos…Sé que las fuerzas que nos dividen son profundas, pero nuestra historia ha sido una lucha constante. La dura realidad del racismo, el temor, la demonización, nos han separado durante mucho tiempo».
Pero no se detuvo en ello, hizo un llamado a la unidad. una palabra que repitió 11 veces durante su discurso.
“Para superar estos desafíos, restaurar el alma y asegurar el futuro de Estados Unidos, se requiere mucho más que palabras. Requiere la más elusiva de todas las cosas en una democracia: la unidad. Unidad… Unirnos para luchar contra los enemigos que enfrentamos: ira, resentimiento, odio, extremismo, anarquía, violencia, enfermedad, desempleo y desesperanza. Con unidad, podemos hacer grandes cosas, cosas importantes. Podemos corregir los errores. Podemos poner a la gente a trabajar en buenos empleos. Podemos enseñar a nuestros hijos en escuelas seguras. Podemos vencer al virus mortal. Podemos recompensar, recompensar el trabajo y reconstruir la clase media y hacer que la atención médica sea segura para todos. Podemos ofrecer justicia racial y podemos hacer de Estados Unidos una vez más la fuerza líder para el bien en el mundo”.
“Sin unidad no hay paz, no hay avance, solo amargura y furia. Solo un cansancio que nos agota, un estado de caos. Este es nuestro momento histórico. La unidad es la manera de salir adelante».
No se centró en las fallas de su antecesor, ofreció algo parecido a un sermón paternal, ése que necesitamos cuando nos equivocamos.
«Volvamos a escucharnos, mostremos respeto el uno al otro. La política no tiene que destruir todo a su paso, cada discrepancia no tiene que ser una causa para una guerra abierta»
Sus palabras también fueron hechos, convertidas en ecos en el show final, donde los famosos dieron paso a otros protagonistas. Repartidores de correo, enfermeros, personas con discapacidad, cocineros, niños convertidos en líderes solidarios y empáticos, músicos inmigrantes, artistas, bailarines, gente común compartiendo una misma melodía y danzando al mismo ritmo.
No sabemos si esta nueva retórica, podrá re instalarse en el alma de la nación. Por lo pronto sin señalar a los enemigos se deshizo el hechizo de “ellos” y “nosotros” No hay combate sin que haya señalados
Después de todo hay que agradecer al anterior jefe del país, que su discurso de odio y las acciones a las que condujo, haya terminado siendo, el perfecto disparador de esta nueva épica por la democracia.
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