Publicado en: Tal Cual
Por: Laureano Márquez
Este escrito se publicó hace algún tiempo, pero así como la Semana Santa vuelve cada año, quiero renovar lo que dije en aquella oportunidad en relación con las últimas palabras de Jesús en la cruz, como manera de meditar en los dolores que padecemos y la resurrección que anhelamos para Venezuela.
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»… no lo saben, no alcanzan a imaginar las dimensiones y alcance de su daño y eso es ignorancia; que nunca el odio nos guíe, ni la venganza.
«Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso»… el paraíso del ciudadano es la libertad, la justicia y la democracia. Sé, Padre, que veremos ese paraíso, construido con cada acción de esperanza que brota de nuestros corazones y con la bondadosa inteligencia de nuestra juventud.
«Mujer ahí tienes a tu hijo»…transitando las calles de Venezuela, recibiendo azotes, crucificado cada día por los centuriones de las lacrimógenas. Siéntete orgullosa, madre, de este tu hijo, porque de las ideas que tú sembraste en él, del amor en que le formaste, de la libertad con que se alimentó en tu vientre, habrá de nacer la nueva Venezuela.
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» …. Señor: a veces me invade la angustia de que esta pesadilla no tiene final, de que el malvado se sale con la suya, pero recibimos de ti maravillosos dones, entiendo que no nos has abandonado nunca. El trabajo tuyo ya lo hiciste —y maravillosamente bien—: ayúdame a ser tu aliado para amasarme a mí mismo como un hombre nuevo, creador también, a tu imagen, de la patria que sueño.
«Tengo sed»… y tanta, Padre. Tengo sed de democracia y libertad. Tengo sed de inteligencia, trabajo y honestidad como valores. Tengo sed de vida, de seguridad, de justicia social. Tengo sed de esperanza y de futuro.
«Todo está consumado»…la maldad en nuestra tierra se consumó más allá de los límites que podíamos imaginar, nos han pretendido destruir moralmente, pero sé que las reservas de bondad e inteligencia son nuestra verdadera riqueza. Hemos descendido a los infiernos, pero estoy convencido de que resucitaremos.
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» … cada día en Venezuela, Padre, es una apuesta a la vida. Encomiendo en tus manos mi espíritu, para que sea de libertad y justicia, para que aprenda bien esta dura lección y pueda transitar por llanos bondadosos, sumergirme en cálidas playas de transparencia, contemplar altas cumbres de abundancia y cruzar generosos ríos de justicia y libertad, para llegar -por fin- a la tierra prometida.
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