Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
“Es falso infinito el que no concede su parte a lo finito.
Es una falsa totalidad la que se opone a las particularidades
como la perfección al mal, como lo verdadero a lo falso”.
F. Hölderlin
Al momento de definir las causas con base en las cuales surgió el movimiento filosófico que dio origen a la Ilustración francesa, Hegel escribe lo siguiente: “El Estado, con su poder y su magnificencia, con la corrupción de las costumbres, con la codicia, la sed de honores, la crápula, para las que se pide, sin embargo, reverencia y acatamiento: toda esta contradicción que existía en la realidad debe tenerse bien presente si se quiere comprender el sentimiento de rebelión que se apoderó de estos escritores. No perdamos de vista el monstruoso formalismo y la muerte en que había degenerado la religión positiva, ni el relajamiento de los lazos de la sociedad humana, de las instituciones jurídicas y del Estado”. Cualquier parecido a la Venezuela previa al gansterato y, por supuesto, a la del gansterato en funciones, no es mera coincidencia.
Se denomina crápula a un individuo o a un grupo de individuos que han decidido cruzar las fronteras de la eticidad, de la ciudadanía, transmutando, fenomenológicamente, desde la figura de la conciencia del licenciado a la del licencioso, el sádico, el corrupto, el criminal, el gánster. No parecen haber límites, más que los de la apariencia. Por ejemplo, un psiquiatra que ha puesto al descubierto su desquicio. Un ebrio de la deshonestidad y el cinismo, sin honra ni principio alguno, preso por el tormento de sus propios resentimientos, en la más pura de las relatividades perceptivas. Igual los hay licenciados en ciencias y artes militares, en ciencias “duras”, en derecho y politicología, en ciencias sociales, medicina e ingeniería, para no mencionar a los humanistas y hasta a los religiosos.
Todos, tentados por los demonios de una vida de poderes absolutos, placeres y riqueza, mucha riqueza. Es la sostenida corrupción de una parte importante de la sociedad en sus más variadas esferas: su clase profesional, técnica y de servicios. ¿Qué motivo pudo haber tenido un economista brillante -por decir lo menos- como Tobías Nóbrega para considerar que su mayor contribución a la estabilización macroeconómica de Venezuela consistía en adueñarse de los fondos de la reserva monetaria y salir huyendo a Europa? ¿Qué será de la vida de Nelson Merentes, quien solía ser un aplicado profesor e investigador de las matemáticas puras? ¿Y cómo es que eminentes lectores de Freud, Jung y Lacan pueden terminar, el uno, violando o asesinando a sus pacientes, y el otro, haciendo malabarismos con los resultados electorales, avalando el asesinato o la prisión y tortura de jóvenes universitarios, permitiendo la ruina -y, hay que decirlo de una vez-, el homicidio de la institución universitaria que lo acogió en su regazo, lo mantuvo y lo formó del modo más generoso y espléndido? ¿Cómo es que un ministro de la Defensa puede fracturarle la columna vertebral a la institución armada que lo formó y promovió hasta convertirlo en su cabeza principal?
Momento de preguntarse si el mero conocimiento -y, con él, su “brazo armado”, cabe decir, la ratio instrumental-, cuya característica esencial consiste en la rigurosa separación metodológica de las formas y el contenido -del sujeto y el objeto-, y en la consecuente ruptura entre la verdad -entendida solo como certeza- y el bien, podrá ser suficiente para constituir los fundamentos ético-políticos de un determinado ser social, de la llamada ciudadanía. No basta con ser una persona instruida si no se es una persona educada, cultivada, ética, estética y conceptualmente. Como dice Hegel, la ausencia de formación cultural, es decir, de una adecuada Bildung, de Educación estética, es el elemento fundante de la pobreza espiritual y de la consecuente pobreza material de los pueblos, cuyo síntoma comienza, como ha afirmado recientemente Karl Krispin, por el cada vez más deprimente uso del lenguaje. Y es que, en efecto, como afirma Krispin: “Nuestra visión del mundo viene condicionada por el lenguaje y nuestro lenguaje determina, a su vez, nuestra interpretación de este. El lenguaje es la arcilla modeladora de lo que interpretamos. Si somos personas de un escaso vocabulario, tendremos una visión precaria de las cosas”. Escaso, precario. Pobre, como fiel representación del actual Espíritu de lo que va quedando. Lo auténticamente “escuálido” se ha hecho realidad efectiva. Por definición, la clase política es distinta a la gansterilidad. Pero quienes aceptan sus reglas e inclinan la cerviz asumen la condición de opuestos-idénticos.
Un modo de hablar es un modo de pensar, de decir, de hacer y de ser. La necedad de un lumpen desbordado y obnubilado por ficciones, que transformó su reconcomio en vendetta. La complicidad, la ruindad, las más depravadas intenciones; la ostentación de un grotesco derroche de lujos y riquezas, la orgía de los bienes públicos. El saqueo como única doctrina. El supremo tribunal presidido por un criminal. El “poeta” y “defensor de los derechos humanos” de otros tiempos, cumpliendo el encargo de cancerbero y verdugo con aspecto de un Goliat banal, risible. Todo lo cual contrasta con el brutal sometimiento y la escandalosa miseria generalizada. Un Estado que ya no es más un Estado sino una madriguera de gánsters que promueven el más ciego despotismo de sus funcionarios, ayudas y colaboradores, que sustituyó al ejército por el lumpen armado, haraganes para quienes el único principio consiste en poder obtener una “tajada” verde de los ingresos del narcopoder. Es la desvergüenza, el desafuero, la infamia de las costumbres devenidos modo de existencia.
Es verdad que no le compete a la filosofía dar recetas “tácticas” para poder alcanzar la anhelada “salida” de este abismo de las miserias, porque esa no es materia de su competencia. La filosofía es de tiempos de crisis porque es la conciencia de la crisis, su crítica, la crítica de la razón histórica. Por eso mismo, sus consideraciones frente al cruel estado de desintegración del país tienen por principio la obligación de decir la verdad y de reclamar justicia. Se puede tratar de manipular a los legos, a los carentes de formación, como se trata a los infantes, a los niños, porque todo niño es, por su propia condición, heterónomo. Lo que no se puede es pretender tratar al pensamiento pensante como si se tratara de legos. Y es por eso que la crápula siempre encontrará en el oficio filosófico su peor pesadilla, porque esta siempre defenderá con su genio, con su fuego, con su espíritu, el derecho humano a la libertad.
Lea también: «La filosofía de José Gregorio Hernández«; de José Rafael Herrera