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Por: Mari Montes
«Él (Willie Keeler) pudo haber sido pequeño en tamaño, pero era enorme con el bate».
El nombre de Willie Keeler siempre lo encontramos en las efemérides que recuerdan cuando Joe DiMaggio lo empató y dejó atrás en el récord de la cadena más larga de juegos bateando hits. Hasta el sol de hoy el «Yankee Clipper» sigue apoderado de la marca, con 56 desafíos al hilo, conectando imparables.
Vimos su nombre en 2008, cuando Ichiro Suzuki igualó su marca de campañas consecutivas con 200 o más hits. El japonés superó el récord de Keeler en 2009 y extendió la marca de Grandes Ligas a 10, en la temporada 2010. Willie Keeler mantiene el récord de la Liga Nacional.
Keeler protagonizó una gran historia, y Miguel Cabrera está por superarlo en la tabla de los hiteadores. Esto obliga a cumplir la grata tarea de conocerlo mejor.
Su nombre completo, como aparece en su ficha en MLB.com, era William Henry O’Kelleher. Nació el 3 de marzo de 1872, en Brooklyn, Nueva York. Su padre, llamado también William O’Kelleher, había llegado 12 años antes desde Cork, Irlanda, y creció en una granja antes de montarse en el barco que lo llevó, a los 26 años, a los Estados Unidos de América. Establecido en Brooklyn, conoció y se casó con otra inmigrante irlandesa, llamada Mary Kiley. Pasado un tiempo, la pareja compró una casa en el vecindario de Bedford, en Brooklyn. Mary dio a luz a sus primeros hijos, Tom y Joe, antes de la llegada de William, a quien llamaban «Willie». Tuvo luego un hermano y una hermana, pero solo Willie y los dos mayores sobrevivieron hasta adultos.
Según Doug Skeeper, en un amplio trabajo publicado por la Sociedad Americana de Investigación del Béisbol:
«Cuando era joven, Willie O’Kelleher jugó las primeras versiones del béisbol y también practicaba el boxeo. Fue el capitán de su equipo en la escuela, y a los 14 años comenzó a jugar para los Rivals, un club amateur de su localidad. Dejó de estudiar a los 15 años de edad, para jugar en un equipo de la fábrica de quesos donde trabajaba su padre. Willie laboró allí durante una semana, y ganó $2. El primer sábado después de eso, fue a jugar béisbol en Stanten Island, y ganó $3. Nunca más regresó a la fábrica, ni tuvo un trabajo fuera del béisbol. Luego diría: ‘Creo que soy el tipo más afortunado del mundo. Me pagan por hacer lo que prefiero hacer por encima de cualquier otra cosa: jugar a la pelota’».
Fue un hombre menudo, de 1,63 metros de estatura y 66 kilogramos. En la placa que lo distingue en Cooperstown, encontramos su extenso sobrenombre: «Batea hacia donde ellos no están». También le decían «Wee Willie».
El mote forma parte de una idea más larga, y fue parte de una conversación con Abe Yager, escritor del Brooklyn Eagle, a quien describió su filosofía sobre el difícil arte de batear: «Mantén la vista clara, y batea hacia donde ellos no están, eso es todo». Otra frase suya define su juego y, vista como metáfora, es un buen consejo de vida: «Aprende a qué lanzamiento le puedes pegar bien, luego espera ese lanzamiento».
Su ficha del Salón de la Fama subraya su asombrosa velocidad. Se hizo un verdugo tocando la bola, y a menudo conseguía enredar a la defensa. Los infielders se apresuraban a lanzar la pelota para dejarlo fuera, y erraban los disparos. «Keeler era conocido por manejar muy bien el bate, llevando los hits a donde quería y ejecutando toques perfectos. También fue inteligente corriendo las bases, estafó 495 en su carrera. De los 33 cuadrangulares que conectó, 30 fueron dentro del parque».
Terminó su carrera con 366 toques de sacrificio, el cuarto más alto en la historia de las Grandes Ligas, apunta Skeeper en su semblanza. «Keeler podía tocar en cualquier momento que quisiera», recordó Honus Wagner. «Si el antesalista entraba adelante, invariablemente llevaba la pelota más allá del fildeador. Si se quedaba atrás, tocaba para dejar la bola cerca. Además, tenía la habilidad de pegarle a la pelota contra el piso y hacerla rebotar tan alto que él llegaba antes de que pudieran atraparla y ponerlo out. Wee Willie empuñaba un bate de solo 30 pulgadas de largo, el más corto que jamás se ha usado en las mayores».
Al leer estos detalles, se hace inevitable pensar en «pequeños», como Luis Aparicio. Confirman que en el béisbol no es necesario tener tamaño, sino estar a la altura. Ellos son prueba irrebatible.
No fue un bateador de poder, sino de contacto, con piernas rápidas y osadía. Sus números describen a un hombre que supo combinar sus habilidades físicas, inteligencia, instintos, y conocimiento del juego y de sus rivales, para jugar por 19 temporadas el exigente béisbol de las Grandes Ligas, con los niveles de excelencia que lo hicieron inmortal.
Cada año, desde 1894 hasta 1906, dejó promedio al bate de .300 o más, y se ubicó entre los 10 mejores en hits. Su average de .424, logrado en 1897, sigue siendo el récord para un bateador zurdo. Por 8 campañas seguidas conectó más de 200 hits. Casi todos sus imparables fueron sencillos (85%), muchos dentro del cuadro. Estuvo en 2.123 juegos, en los cuales dejó promedio de .341, jugando para los equipos de Nueva York (Brooklyn Superbas, Highlanders y Giants). Fue figura medular de la inolvidable dinastía de aquellos Orioles de Baltimore de la década de 1890, que más tarde se convirtieron en New York Highlanders y, desde 1913, en Yankees. Así que podemos decir que Willie Keeler fue una de las primeras estrellas de las tres franquicias.
Al momento de retirarse, en 1910, Willie Keeler estaba ubicado en el segundo lugar del liderato de hits, detrás de Cap Anson, con 2.932, la cifra que está por dejar atrás Miguel Cabrera. Fue de los mejores en una época de nombres importantísimos, en aquellos primeros años del juego, cuando el béisbol comenzaba a ser el pasatiempo nacional y se convertía en el “Gran Show”. Fue el primer jugador que llegó a devengar $10 mil por temporada.
Al final de sus años, Keeler era conocido como «el millonario de Brooklyn». Invirtió sus ganancias en acciones de empresas comerciales exitosas, incluidas algunas con compañeros de equipo, y también emprendió en el negocio de bienes raíces. Compró lotes comerciales en la ciudad de Nueva York y, cuando se jubiló, adquirió una estación de servicio en Brooklyn. Cuenta la biografía escrita por Skeeper, que enfermó de tuberculosis y sus alergias de toda la vida empeoraron, la gasolinera quebró y, cuando el mercado inmobiliario perdió su valor después de la Primera Guerra Mundial, Keeler terminó arruinado. Él y sus hermanos se vieron obligados a vender la casa de su infancia.
A principios de la década de 1920, Keeler padecía una enfermedad cardíaca, sufría dolores en el pecho y su respiración era acelerada. Asistió a un juego de Grandes Ligas por última vez cuando visitó el Polo Grounds para el sexto juego de la Serie Mundial de 1921, entre los Yankees y los Gigantes. Dos meses después, Charlie Ebbets le entregó un cheque por $5.500, después de que los dueños de las dos ligas contribuyeran a un fondo para ayudarlo a pagar sus deudas. Su salud siguió fallando. Keeler estaba demasiado enfermo para asistir a una reunión de los viejos Orioles en Baltimore, aunque muchos de sus antiguos compañeros lo visitaron más tarde. Sabía que estaba perdiendo la batalla por su vida durante la temporada navideña de 1922, pero prometió llegar a 1923. En la víspera de Año Nuevo varios amigos lo visitaron para animarlo. Cuando Willie se mostró cansado, lo dejaron solo, celebraron el Año Nuevo, y cuando regresaron lo hallaron muerto. Tenía 50 años. La causa de la muerte fue una endocarditis crónica, una inflamación del revestimiento del corazón, que probablemente Keeler había sufrido durante al menos cinco años. También parecía sufrir de hidropesía, otro síntoma de problemas cardíacos.
En 1939, en su cuarta aparición en la boleta del Salón de la Fama, obtuvo el 75,5% de los votos de los escritores. Aunque no pertenece a la «Primera Clase», fue elevado en la ceremonia de junio de 1939, así que fue uno de los 26 inmortales del béisbol en la inauguración de la sede del Salón de la Fama, en Cooperstown, Nueva York.
Su historia es extensa, rica en anécdotas que describen el béisbol de aquellos años donde esto que vemos hoy se estaba inventando. Hombres como Willie Keeler hicieron todo, fueron los encargados de llevar a los fanáticos que recién descubrían el juego a los parques. Los fanáticos pagaban las entradas para ir a ver a hombres como Willie Keeler, así como lo han hecho para ver a Miguel Cabrera desde 2003.
Jugó en Nueva York, cuando Nueva York estaba convirtiéndose en la gran ciudad que es desde entonces. Fue una pieza clave para esas franquicias que hoy conocemos como Dodgers, Gigantes y Yankees.
En las condiciones de su tiempo, con sus circunstancias y cambios, se las ingenió para desarrollar destrezas y compensar su baja estatura, con la consistencia que le permitió alcanzar esos números que traducen la brillante carrera que tuvo.
Como lo describe la Enciclopedia Biográfica del Béisbol, con palabras parecidas a las que usó Ted Williams: «Willie Keeler fue uno de los hombres más pequeños que jamás haya jugado béisbol de Grandes Ligas, pero a menudo fue el hombre más importante en el campo».
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