Publicado en: Zenda Libros
Por: Karina Sainz Borgo
«Un día / se pondrá el tiempo amarillo / sobre mi fotografía», decían los versos de Miguel Hernández con los que Fernando Fernán Gómez (1921-2017) tituló sus memorias. Este año se cumple el centenario de su nacimiento, que tuvo lugar un 28 de agosto de 1921, la fecha en que una de las figuras más importantes del teatro, el cine y la literatura en España llegó al mundo. Creador total y personaje ciclópeo como pocos, Fernán Gómez estaba dotado de una lucidez feroz para dar voz a sus personajes y hacer retumbar la suya como la que más.
El teatro fue su lugar en el mundo y el espacio que eligió antes de volver a la tierra envuelto en un traje de madera. Cubierto por la bandera anarquista sobre el escenario del Teatro Español, así se despidió Fernando Fernán Gómez, el intelectual indomable, un hombre frontal y honesto, dotado de un genio como pocos. La crítica se refirió a él como un «actor/director que escribía». En respuesta, el propio Fernán Gómez aseguró: «Me resulta más fácil interpretar que escribir. Pero me resulta más gratificante, más divertido, escribir». Su mirada sobre el mundo comparte con su biografía la amplitud de las distancias que la recorren. Su figura no cabe en una geografía o un género literario. Los ocupa casi todos.
Escritor, actor así como director teatral y cinematográfico, Fernán Gómez nació en Perú en 1921. Su madre, la actriz Carola Fernández Gómez, realizaba entonces una gira teatral con la compañía María Guerrero por Hispanoamérica. El alumbramiento la sorprendió en Lima, aunque la partida de nacimiento de su hijo quedaría registrada erróneamente en Buenos Aires. Pelirrojo, inquieto y con la predisposición artística corriéndole por las venas —provenía de una familia de actores y dramaturgos—, debutó en el teatro a los doce años, con un pequeño papel.
Lector, escritor y actor (en ese orden)
Creció en una casa de mujeres lectoras, su abuela la que más. De niño, contó Fernán Gómez, si alguien le preguntaba qué deseaba, él respondía «libros». Así que la literatura fue un veneno que se esparció muy pronto en su interior. Los estudios en el colegio, eso sí, los llevaba a su aire. Eran prioritarias para él sus clases de interpretación en la Escuela de Actores de la CNT, a la que acudió durante la Guerra Civil. «Entre los ensayos, el estudio de los papeles, lo que intentaba escribir en casa, la lectura de tebeos y novelas, tenía absolutamente abandonados los estudios. En secreto, yo había decidido ser actor«, dijo en sus memorias.
Se matriculó en Filosofía y Letras, pero lo dejó al poco tiempo para desarrollar su carrera como actor, en 1938, en la compañía de Laura Pinillos. Allí conoció al humorista Enrique Jardiel Poncela, con quien inició su camino hacia la interpretación. En esos años, también comenzó a escribir pequeñas comedias para Radio Nacional de España y formó parte de la tertulia del Café Gijón, epicentro de la vida cultural en el Madrid de la posguerra. En 1943, contratado por la productora CIFESA, debutó con la película Cristina Guzmán, de Gonzalo Delgrás. Fue allí donde despegó definitivamente. A lo largo de su carrera, Fernán Gómez trabajó a las órdenes de los más destacados directores del cine español: Edgar Neville, Carlos Saura, Mario Camus, Víctor Erice, Ricardo Franco, Manuel Gutiérrez Aragón, Jaime de Armiñán, Gonzalo Suárez, Juan Antonio Bardem o Luis García Berlanga, con quien rodó El mundo sigue, una de sus películas más ambiciosas, censurada por el franquismo. Aunque fue terminada en 1963, se estrenó a forma clandestina dos años más tarde, y a escondidas. A partir de la década de los cincuenta comenzó él mismo a dirigir, tanto en cine como en televisión. Algunas de sus producciones fueron Mi hija Hildegart (1977), Mambrú se fue a la guerra (1986), El viaje a ninguna parte (1986), adaptación de una de sus novelas y un gran éxito, que consigue el Goya al mejor director y mejor guionista.
En esa misma edición de los premios de la Academia del Cine en España, logró el Goya al mejor actor por Mambrú se fue a la guerra. Durante la última fase de su carrera actuó en películas como El abuelo (1998) de José Luis Garci, Todo sobre mi madre (1999) de Pedro Almodóvar; Plenilunio (1999) de Imanol Uribe; La lengua de las mariposas (1999) de José Luis Cuerda; Visionarios (2001), de Gutiérrez Aragón, así como El embrujo de Shanghái (2002), de Fernando Trueba, y Soldados de Salamina (2003), la película de David Trueba, basada en la novela de Javier Cercas.
Dramaturgo y académico
Se trataba, sin duda, de un creador total, alguien dotado de una visión de conjunto. Como autor teatral destacan en su obra Las bicicletas son para el verano (1978), por la que obtuvo el Premio Nacional Lope de Vega y fue adaptada al cine por Jaime Chávarri en 1983. Otras de sus obras de teatro son: La coartada (1972), Los domingos, bacanal (1980) o El pícaro. Como novelista, destacan El viaje a ninguna parte (1986), El mar y el tiempo (1989), El vendedor de naranjas (1961) o El mal amor (1987). Su amor por la palabra se expresaba en todas y cada una de las disciplinas artísticas que cultivó, y así lo hizo saber en su discurso de aceptación en el ingreso a la RAE, en el año 2000.
En aquel discurso, que llevaba por título Aventura de la palabra en el siglo XX, Fernán Gómez describió el mundo del cual provenía y que él mismo construyó a lo largo de su vida: «Como representante del primero de los mundos a que me he referido, el cine, no se me recibe —al menos así lo entiendo yo— por mi oficio de cómico, sino por haber servido en diversos menesteres: actor, director, guionista, financiero… Y deseo creer que se me admite también, aunque en menor medida, por unir a esos trabajos la fidelidad a mi vocación de escritor, mi amor a la palabra, no sólo a la lanzada al público desde un escenario o a través de una cámara y un micrófono, sino a la palabra escrita en silencio y soledad. De este amor a la palabra, escrita o hablada, del estudio de este amor, venía el Académico a quien sucedo«.
Su larga trayectoria profesional fue reconocida con prestigiosos galardones, como el Premio Nacional de Teatro en 1985, el Premio Nacional de Cinematografía en 1989 o el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1995. En el 2000 recibió el Oso de Honor en el Festival Internacional de Cine de Berlín a toda su trayectoria, y en el 2001, la Medalla de Oro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Nunca se calló ante nada, ni nadie. Sus palabras escocieron a más de uno, ya fuesen franquistas o comunistas, de derechas o de izquierdas. No era de extrañar su naturaleza directa. Fernán Gómez creció entre la convicción monárquica de su madre y la querencia republicana de su abuela, lo que explicaba, de alguna manera, su vocación anarquista, sus ganas siempre de ir por libre. De que su voz retumbara, como la que más, en el centro de su propia vida.