Por: Soledad Morillo Belloso
Quien gana una elección se convierte por diseño en el primer responsable de lo que haga en el cargo para el que fue elegido y, además, de lo que acontezca en el espacio en el cual se convierte en mandatario. Ello con absoluta independencia de cuál tendencia política representa.
Más allá de lo que algunos llaman «debacle electoral», o “triunfo electoral”, ambas para mí exageraciones, las primeras señales de algunos de los gobernadores electos son aceptables. Con estos oídos que se han de calcinar en un crematorio, escuché a algunos declarar que gobernarán para todos, que escucharán a todos, que buscarán la paz. La palabra solución estuvo en boca incluso de algunos de los más fanáticos gobernadores electos del chavismo, que fueron elegidos en espacios en los que ya gobernaban chavistas. Claro, creo que entienden que la masa no está para bollos. Estamos en un momento complejo políticamente en el cual la incertidumbre se posa como una nube sobre la nación. Entonces resulta impensable que los nuevos mandatarios regionales y municipales crean que es posible gobernar con mentalidad de ejército de ocupación. Creo que entienden que el triunfo del chavismo no es el triunfo de la revolución sino de una promesa básica que logró calar en el alma de los votantes que asistieron, que fueron pocos.
La democracia no es una razón, es una convicción. Los números de participación denotan un importante cúmulo de ciudadanos que no sienten que la democracia depende de ellos; piensan que con su voto nada cambia en el escenario. Que tal cosa ocurra en un país politizado hasta los tuétanos es, lamento ponerlo en blanco y negro, el fracaso de la nación. Si los factores políticos, liderados por los nuevos gobernadores de oficialismo y de oposición , no consiguen convencer a ese enorme número que se abstuvo para que se sientan arte y parte de la democracia, ambos sectores habrán hecho a medias la tarea, aunque hayan salido victoriosos y con las campanadas del nuevo año celebren su éxito.
No habrán entendido que hablarle a esa mitad de la población que calló es responsabilidad de los liderazgos. Eso debe hacer que los factores políticos de todas las tendencias se preocupen y se ocupen. Hay que darle contenido a la democracia. Hoy es un perol con huecos por el cual se escurre a chorros la confianza de los ciudadanos. Y es bueno que entiendan que sin ciudadanos de a pie el país no existe, aunque cante himnos. La democracia no es, por Dios, una narrativa plena de sustantivos y adjetivos redactada en espacios académicos que al pueblo no le dice nada. Para que la democracia sea tal tiene que correr por las venas de los ciudadanos. La democracia tiene que estar en nuestra vida cotidiana. Tiene que construirse colectivamente.