Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Muy poca gente habla de política en Venezuela y muy poca está informada de lo muy escaso que acaece en esta. He visto a varios excusarse por poner entre contertulios un tema que la incluya. Curioso, no hace tanto solo se hablaba de política. Recuerdo un almuerzo de otrora, en que una notoria periodista le preguntó a una intelectual opositora cómo hacía para llevar su matrimonio con un radicalizado escritor chavista. Le contestó que simplemente no hablaban del tema. A la cual le ripostó esta: ¿Y de qué hablan entonces, porque aquí no se habla de otra cosa? ―De libros. Se divorciaron al rato.
En el fondo ese rechazo de la política, antipolítica vamos, está en el fondo de todo lo que vivimos, sic et nunc, en ese ámbito que Aristóteles, y la historia tras él, consideró consustancial a la humana especie, ser miembro activo de la polis. De manera que de ser así algo contranatura debe haber en el diario trajín de nuestras vidas.
Allá en el fondo, en el planeta todo, ha habido por años una fuerte corriente liberal (sublimación del individualismo, depreciación de las instancias colectivas –el Estado, pues–, hedonismo y consumismo, eudemonismo…) y concomitantemente caída de su opuesto, las ideas y realidades colectivistas, socializantes. Algo hay en el aire que respiramos de esa apoteosis, enlodada entre nosotros, del capitalismo duro. Así también parece evidente que, tanto en el norte como en América Latina, pareciesen repuntar opciones hacia la izquierda, o bien socialdemócratas o bien populistas y fascistoides, bajo la égida de Rusia y China estas últimas. Demás está señalar en dónde ubicar esta narcotiranía que ha derruido el país.
Pero tratando de ser más específicos se diría que esa omisión de la participación en la vida de la polis tiene que ver, centrémonos en la oposición y sus capacidades combativas, con una evidente imposibilidad de encontrar la clave estratégica que pueda restaurar la democracia. Alguna vez hasta nos ufanamos de que podíamos optar por al menos cuatro cartas para lograrlo: una invasión exterior bajo la tutela de Estados Unidos, cosa que estos han negado hasta la burla; una insurrección popular que se intentó en 2017 y se la hizo desaparecer en términos absolutos hasta el día de hoy; una acción militar de la cual solo hemos visto miniaturas y caricaturas sin trascendencia y alguna fórmula electoral que intentó superar todas las trampas y vilezas con las que el gobierno ha manejado ─antes, durante y después─ esos eventos. Esta última parece que aún tiene vida posible, a largo plazo, a pesar del CNE de Maduro, el TSJ, la Asamblea y los efectivos de Padrino.
Siendo este el panorama la gente decidió migrar para tratar de sobrevivir a una pobreza nunca vista, cuidar y engrosar sus bienes quien los tiene y contraer una suerte de aversión a las causas colectivas y fraternales.
En sustitución ya muchos han señalado el camino. Como quiera que nos faltan un par de años para un probable evento electoral –casi nadie cree en México, por ahora al menos─ la solución es antipolítica, como corresponde al espíritu del momento, es decir, económica. La cual resulta inconcebible sin la concertación con el gobierno que, aquí sí, parece estar cediendo amplios espacios a los empresarios privados, ayuno de recursos y hasta de oxígeno financiero. De manera que serán negociantes, sus gremios, y los políticos de su confianza quienes guiarán el camino que viene. Y en política que siga la fiesta de la represión y los execrados, las torturas, las brutales agresiones a la libertad de expresión, las violaciones de la Constitución, los mayores migrantes del planeta, la agonía de los hambrientos sin dólares, etc. Nos queremos chinos, que les va tan bien.