Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
Fue una temporada espectacular, otra más, al lado tuyo.
Parece que fue hace nada cuando amanecimos en Júpiter, frente al Roger Dean, ese parque tan especial para nosotros. Ahí te dejamos por primera vez “solito”, en un campamento de béisbol.
Estabas asustado, pero no dijiste nada. Te bajaste del carro con tu batera y volteaste una vez. Arrancamos y dimos la vuelta dentro del estacionamiento, ese mismo donde veíamos llegar a Max Scherzer y Tony Clark muy temprano y marcharse después de la medianoche.
Estacionamos y aún estabas ahí; creo que esperabas que hiciéramos eso. Tu papá se bajó y le dijo al coach que no hablabas inglés y que eras catcher. Él le dijo: “No se preocupe que aquí hablamos béisbol”. Eso lo entendiste, te hizo sentir seguro, y a mí también. Nos volvimos a despedir.
En la tarde te fuimos a buscar. Te habías hecho amigo de Dennis Martínez, que estaba invitado a la Academia de Tommy Hutton, donde estuviste una semana muy feliz, que terminó con una foto con Miguel Cabrera. Te ganaste un premio con su nombre porque fuiste el niño que más bateó.
Me gusta verte hablar ahora con Tommy, quien todavía considera que eres un “campista”. Goza hablando contigo de pelota antes de ir a comentar el juego. Tú le enseñas español.
El recuerdo de esos días pasaba por mi mente, sentada en la sillita plegable, frente a la famosa reja del estadio de Júpiter.
Ahí escuchamos a Rob Manfred decir que la temporada estaba en peligro y más tarde a Tony Clark y a los jugadores explicar cuánto habían cedido para que terminara el cierre patronal, sin éxito.
Se fueron a Nueva York para seguir negociando; todos estábamos pendientes de la noticia. Se iban alcanzando puntos, de acuerdo con buenas fuentes.
Al día 99 del paro, diste la primicia que todos queríamos dar, bastó una frase: “Trato hecho”.
Fuimos de nuevo a Júpiter, al Roger Dean Chevrolet Stadium, pero ahora había béisbol. Comenzaba la primavera de los Marlins en su primer día de entrenamiento, un ritual que nos toca a quienes cubrimos el béisbol en Miami.
Siempre me parece que es como el primer día de clases. Estamos ilusionados, todo está por comenzar.
Vimos a los Astros desde su primer día. Dusty Baker nos confesó que le gustan las arepas; Marly Rivera, tú y yo, entrevistamos a Albert Pujols el primer día de su última temporada. Era el hombre más feliz del mundo y nosotros valoramos el privilegio.
Y seguimos por los campos de entrenamiento por toda Florida, disfrutando el trabajo que hacemos.
Conversamos con Miguel Cabrera y quedamos listos para comenzar una nueva temporada con el primer objetivo muy claro: estar presentes en el juego en que el maracayero alcanzaría los 3 mil hits.
El 23 de abril estábamos en Detroit, tal como nos prometimos. Estábamos juntos cuando salió el batazo. Pudimos grabar con los teléfonos, sin decir nada, conteniendo la emoción para después.
No olvido el abrazo y las lágrimas de alegría de los dos. La señora que nos permitió estar en esa zona se nos quedó viendo, conmovida.
Luego subimos corriendo a publicar todo el material para los lectores de El Extrabase. ¡Qué clase de momento!
Al rato te fueron a buscar los productores de la transmisión de Bally Sports Detroit, para hablar sobre lo que significaba estar allí como testigo de la hazaña. En ese momento fui solo tu mamá: estaba orgullosa por verte tan profesional y simpático.
Fue en la noche, al regresar, cuando finalmente pudimos hablar más tranquilos de lo que habíamos visto hacer a Miguel, recordando aquellos días del campamento para niños, en Júpiter.
Nuestro trabajo es un compromiso y también un privilegio. Poder llevar a la audiencia venezolana y caribeña lo que hacen sus jugadores en las Grandes Ligas. En tu caso, ser un reportero que cubre a diario a los Marlins, es el trabajo perfecto. Para mí es una bendición de Dios, le damos gracias por tanto.
En Detroit también vimos el homenaje a Miguel por los 3000 hits y tuvimos la suerte de ver debutar al prospecto de los Azulejos, Gabriel Moreno.
Estuvimos en la serie de dos desafíos que jugó Shohei Ohtani en Miami. Lo vimos en su rutina de bullpen, lo vimos lanzar, ganar, batear y robarse una base. Comprobamos que es como dicen: un unicornio.
Volamos a Los Ángeles, a otro Juego de las Estrellas, un juego muy especial con la presencia de Albert Pujols y Miguel Cabrera. Un fin de semana de leyendas, de los que brillan ahora y lo que veremos en el futuro.
Estuviste conmigo ese día inolvidable, cuando Carlos Guillén me invitó a acompañarlo como comentarista en la primera transmisión radial en español en la historia de los Tigres de Detroit. Tuvimos tanta suerte que Miguel Cabrera conectó otro hit.
Vimos cada salida de Sandy Alcántara en Miami, mi favorito desde marzo para el Cy Young.
Terminó la temporada regular. Tuviste que despedirte de “Indiana”, como te gusta decirle a Don Mattingly cuando te saluda como “Venezuela”. Lo vas a extrañar, se les hizo inevitable el afecto. Aprendiste mucho con él.
Siempre que los veía conversando, pensaba en lo contento que habría estado tu abuelo mandándole mensajes contigo. Fue uno de sus Yankees favoritos.
Y llegó la Serie Mundial, la tercera que cubrimos juntos. Otra vez a Houston: Julio Muñoz, tú y yo como un trío afinado que tú sabes dirigir.
Cada juego fue emocionante, cada antesala fue un disfrute, con información de primera mano.
Yo sé que es normal y que es consecuencia del trabajo que hacemos, pero me da mucho orgullo verte conversar con Jeff Passan o Jayson Stark, que Tony Clark se acerque a saludarte o lo que dicen Jorge Velandia o Diego Ettedgui sobre tu trabajo. Bueno porque yo soy tu mamá.
De todos los juegos, no olvidaré el primero en Filadelfia. Nos sorprendió comprobar lo que nos había dicho el narrador de los Phillies en español, Óscar Budejen, que el ambiente es electrizante y que el Citizens Bank Park se estremece. Tiembla.
Además Ranger Suárez hizo un sólido trabajo, una alegría, porque es un venezolano a quien hemos seguido desde su debut.
También el juego del “No-no” combinado.
Los dos estábamos anotando. Me gusta estar al lado tuyo, por cierto, cuando se me pierde un out o un batazo.
Cada inning en el resumen: 0 carreras, 0 hits, 0 error, 0 en base. Así anotamos cada episodio. Nos acostumbramos a seguir el juego, anotando en papel, ahí nos apoyamos para escribir, aunque los números estén disponibles en digital segundos después de cada episodio.
Los dos escribíamos la línea de Cristian Javier al terminar el sexto capítulo, entonces me preguntaste si estaba viendo lo que hizo el abridor de los Astros.
—¡Sí, cállate! —te interrumpí.
Te dio risa, no dijiste mas nada. Sabes que soy vieja escuela. Ninguno dijo nada más.
Bryan Abreu, Rafael Montero y el tejano Ryan Pressly terminaron de confeccionar la joya del pitcheo. El segundo no hitter en una Serie Mundial desde que Don Larsen lanzó Juego Perfecto en 1956 contra los Dodgers de Brooklyn. Primera vez un sin hits ni carreras combinadas a 4 brazos.
Fue emocionante porque se siente la presión que tiene cada uno por mantener el dominio, relevistas y defensa impecables para impedir que una pelota caiga en zona buena, en terreno de nadie.
Para no olvidar nunca las jugadas de Jeremy Peña, el novato que ganó el premio al Jugador más valioso, con una exhibición de béisbol como si tuviera años en las Mayores. Las jugadas del quinto desafío, una línea por primera que capturó Trey Mancini y el batazo que terminó con una atrapada increíble de Chas McCormick ante una conexión de J. T. Realmuto. De haber sido dobles, habrían cambiado el juego. Esas jugadas de las que se habla por años.
Volvimos a Houston. Tú esperabas que fueran siete juegos, yo también, pero los Astros de Dusty Baker hicieron lo necesario para terminar en seis juegos.
¡Es una emoción única que no habíamos vivido: ver a los campeones celebrar en su casa!
En el Minute Maid Park habíamos visto ganar a los Nacionales y a los Bravos, la fiesta no es igual en casa ajena.
Estábamos en el terreno cuando todo el estadio le cantó a los Astros “We are the champions”, sobre la grabación de Queen.
¡Y todo eso lo vivimos sentados uno al lado del otro!
Estaba esperando que todo terminara para escribirte estas líneas y decirte, otra vez, que el béisbol es mejor cuando lo vemos juntos.
¡Gracias, chinito!