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A Héctor Padula lo conocí hace muchos, muchísimos años, cuando era estudiante de medicina en la escuela Luis Razetti de la Universidad Central de Venezuela. Era compañero de estudios de mi hermana Gabriela y por ello vino la primera relación. Héctor, un muchacho en ese entonces, simpático, curioso, inquieto. Volví a tener contacto con él cuando, ya en tiempos de hacer su medicina rural, se va hasta el Amazonas y se compenetra profundamente con la cultura Yanomami. Pasa allí varios años y conforma un proyecto insólito, hermosísimo: el proyecto “Parima – Culebra”. Me tocó el honor de ser el locutor del video que hicieron en aquella oportunidad y eso estrechó aún más los nexos.
Luego nos hemos encontrado en circunstancias particulares, él con su bata de médico, yo tendido en una camilla, me van a anestesiar, qué cosa que no te anestesié yo. Pero la última vez que me tocó pasar por un trance de esos, quien me anestesió fue un buen amigo de él, el doctor Nicola Guglielmelli, quien ha acompañado a Héctor en muchas de sus locuras y en particular en esta de “Recoveco”.
De las locuras de Héctor Padula, esta es quizás, disculpen el disparate, la más cuerda. Nunca supe que Héctor estuviese tan aficionado a la cocina. En el cerro Ávila, en la zona de Galipán, han aparecido varios restaurantes, algunos de ellos manejados por gente aficionada a la cocina. No todos han logrado perdurar en el tiempo, quizás el hecho de que sean eso, hobbies y no oficios definitivos, les da ese carácter, digamos, perentorio. Pero lo de Héctor no es un hobby. Definitivamente, cuando uno se enfrenta a la cocina de Héctor, se enfrenta a la cocina ya de un hombre que ha recorrido tantas aventuras en la vida, que decidió que de esta particular afición, surgiría algo definitivo y, por qué no, majestuoso.
Confiesa Héctor: “Siempre fue un reto personal tener un espacio donde pudiera atender a mis amigos en torno a la mesa. Ese momento llegó cuando entendí que cocinar era más que un hobby y que debía asumirlo con responsabilidad. Así nació Recoveco, espacio de alquimia donde encuentro la inspiración para mezclar los registros más importantes de mi memoria sensorial.
La cocina de mis abuelos paternos en San Bernardino, los aromas y sabores de la casa de mi madre, la cocina de mi casa, la crítica de mi familia, la música, el chocolate, San Sebastián en España, mi vida entre Yanomamis y el aroma del tabaco son una síntesis de lo mejor de cada etapa, cada cultura, cada país. Si la vida es una secuencia de momentos importantes, mientras más momentos tenga, más habré vivido, así ha sido siempre”.
Con ese espíritu, Héctor Padula nos invita a sentarnos en la mesa de “Recoveco”.
En primer lugar el paisaje, un paisaje precioso, hermosísimo. Al fondo tenemos el Mar Caribe en el puerto de la Guaira, y con ese detalle majestuoso que tiene ese cerro, donde el paisaje va cambiando como si uno estuviera sentado frente a una especie de película natural. De repente el mar esta completito, de repente en lugar del mar hay un colchón de nubes, de repente es otra forma, algo así único, mientras van y van y van pasando platos. Porque Héctor se esmera. Cada vez que uno va hay una sorpresa, o todo es sorpresa porque la cocina va según el ánimo y el humor de Héctor, que para algo es el maestro en esto.
Pues bien, cuando me tocó ir con Floralicia, nuestro hijo Andrés Miguel y unas amigas brasileñas, nos recibió con una versión de un gazpacho que realmente prometía. “Oreo” Homenaje al Pabellón Margariteño, un falso caviar, “Fake Caviar”, con Sashimi de macarela salmón, no lo pueden creer, algo magnifico, ciertamente. Las ensaladas y buena parte de los vegetales son cultivados en el propio huerto que tiene allí en Recoveco. Y luego ese día, recuerdo habían unos pescados maravillosos y nos regaló un cordero que era absolutamente la locura, con un osobuco de pronóstico.
Prepárese para comer. Prepárese para hacer una fiesta en el paladar. La experiencia Recoveco vale la pena. Y al final, tiene unos cuantos humidores muy bien surtidos y el propio Héctor se acerca para echar humo junto a nosotros, y así terminar de redondear el placer de una tarde maravillosa.
Lo recomiendo ampliamente. “Recoveco” en Galipán, de Héctor Padula.
Un comentario
Verdaderamente, comer en recoveco, es trasladarse a otro nivel del paladar. Exquisito…. Hay que vivir esta experiencia!!!!!