El día del atentado

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Atentado a BetancourtEl día del atentado

El frustrado magnicidio contra Rómulo Betancourt

Autor: Edgardo Mondolfi Gudat

Editorial Alfa

2013

 

 

  Cualquier joven de esta turbulenta Venezuela que vivimos, está familiarizado con el término “magnicidio”. Es una palabra que no le resulta extraña, que puede definir con rapidez y exactitud. Como si fuera de uso frecuente, como si esa desgracia que supone el asesinato de un presidente ocurriese de manera regular en nuestra vida política. Pero, lo sabemos, afortunadamente nada más alejado de la realidad. El último magnicidio que conocemos ocurrió hace ya más de sesenta años, y, como de sobra se ha comprobado y escrito, desde la academia hasta la literatura, todo fue fruto de un accidente desafortunado, un tiro que se le fue a alguien, una chambonada más de las tantas que pueblan nuestro historial político. ¿Por qué, entonces, los jóvenes de hoy están tan aclimatados a tan peligroso término? Pues por el uso abusivo e irresponsable que de él hizo el recientemente fallecido Hugo Chávez Frías, Presidente de la República durante los últimos catorce años de nuestra vida republicana.

  Desde la campaña electoral de 1998, el entonces candidato reveló que podía ser víctima de un atentado. Y la denuncia, cada vez con tonos más dramáticos y paranoicos, no desapareció de su discurso; todo lo contrario, se mantuvo hasta el final y hasta fue prolongado después de su muerte porque sus herederos, sin empacho alguno, acusaron que el cáncer que le mató fue inoculado. Semejante vocación por el escándalo, la alarma y la opereta bufa, se justifica en un régimen que, siendo militarista y teniendo un origen violento, jamás pudo hacerse de una épica que le justificase y diese sentido. A Hugo Chávez nunca nadie quiso matarlo y, al final, nadie le mató. No pudo ser el héroe que tanto deseó, y el mártir tampoco.

  En la acera contraria -a saber: la de la lucha civil y democrática- sí hubo, sin embargo, un intento real de magnicidio, que dejó muertos, que implicó una costosa y sofisticada conspiración internacional, que puso en riesgo la paz y la estabilidad de la nación, y que permitió que el objetivo del atentado, el Presidente Constitucional de la República, al sobrevivir milagrosamente a la intentona magnicida, dando extraordinarias muestras de arrojo y valentía personales, se convirtiese, ante los ojos del país y del mundo, en un auténtico héroe de la civilidad y la democracia.

  Y es ese atentado el que aborda de manera minuciosa, rigurosa, académica, completa y, sin duda apasionante, Edgardo Mondolfi Gudat, en este libro que esta tarde nos reúne: “EL DÍA DEL ATENTADO. EL FRUSTRADO MAGNICIDIO CONTRA RÓMULO BETANCOURT”.

  Cuando los amigos de Editorial Alfa me hicieron el honor de invitarme a dar estas palabras, accedí de inmediato. En primer lugar por el autor: Mondolfi es un historiador con una obra sólida, importante y, detalle nunca menor, con una prosa limpia y grata que siempre invita a una lectura sin pausa.

  Y la segunda razón por la que acepté sin chistar, es porque el hecho, desde el más remoto recuerdo infantil hasta la vivencia actual de estos días de violencia política, no ha dejado de estremecerme, de perturbarme.

  Mi padre era, para el momento del atentado, Presidente de la Comisión de Política Exterior de la Cámara de Diputados y Secretario de Asuntos Internacionales de Acción Democrática. Recuerdo cuando mi mamá, todavía empijamada, corre para golpear con fuerza la puerta del baño. “¡Mataron a Rómulo, mataron a Rómulo!”, gritaba desesperada. Papá abrió la puerta, en ropa interior y con la cara a medio afeitar: “¿Cómo que mataron a Rómulo?” Todo un pandemonio desde mi altura de niño; gritos, llantos, desespero, incertidumbre en mis papás. Sin entender demasiado entendí que algo terrible había pasado, que el país -¡el país el país el país!, repetían con obstinación- se había ido por una especie de barranco, un descalabro irreparable, la desgracia irreversible.

  Cincuenta y tres años después, ya con “la resaca de lo vivido empozada en el alma”, como diría Vallejo, las páginas de Mondolfi me devuelven a aquellas primeras impresiones. El día del atentado, el cielo nublado, la humedad en el ambiente, el cólico hepático del Presidente y su desobediencia a la orden médica de guardar reposo, el viejo Oldsmobile verde abandonado a última hora en el sitio estratégico, los complotados y sus señas, el sofisticado mecanismo de micro-ondas para que estallara la letal mezcla de nitroglicerina y TNT, el Ejército que esperaba para celebrar su día, la difícil relación con unas Fuerzas Armadas que venían de gobernar durante una larga dictadura ahora subordinadas al mando de un civil…

  Y el estallido. El pánico, el asombro, el estupor que de inmediato invadieron a todo el país. Las primeras horas de confusión. Las sospechas de Betancourt. La necesidad, a pesar de los intensos dolores y la gravedad de las quemaduras, de mantenerse lúcido y en control. En el poder. El manejo de la situación militar, de la situación política, de la situación nacional. Periodistas. La urgencia de que lo vieran los periodistas, que certificaran que, en efecto, era él el que estaba al mando y no ese supuesto fantasma del que hablaban los rumores que corrían por toda la ciudad y el país. Y el humor…

  “El 25 de junio, al día siguiente del atentado, tuve la curiosidad de verme al espejo. Aprecié que no tenía visión por el ojo derecho. Con el izquierdo, medio cerrado por la inflamación generalizada, alcancé a atisbar una cara para asustar a guerreros curtidos (…) y me fabriqué un apodo acorde con las circunstancias: ‘Quasimodo dinamitado’. Los médicos, mis familiares, las enfermeras, no rieron del chiste. Había en sus rostros estupor, angustia.”

  Comentado todo lo anterior, más de uno puede sospechar que hablo de un libro de aventuras, de un thriller de esos que, después en su versión cinematográfica, reventarán las taquillas. Y, en efecto, esta historia reúne todos esos elementos. Pero es mucho más. Es la realidad cruda y dura por encima de la elasticidad y complacencia de la ficción. Es el territorio de la verdad donde los hechos no tienen enmienda y los héroes, por auténticos, no tienen regreso.

  Además, el hecho fundamental que está de bulto: Edgardo Mondolfi es historiador, detalle imposible de soslayar. Su libro, como toda la obra previa que le conocemos, va blindado con todo el soporte documental e historiográfico necesario para que ninguna duda quede en el aire. Además, los hechos están contextualizados, de forma que el asunto puede (y debe) ser abordado desde todas sus perspectivas históricas y políticas. Desde los riesgos que supuso el primer gobierno de Betancourt durante el llamado trienio adeco, hasta su enfrentamiento con Rafael Leonidas Trujillo, el dictador dominicano autor intelectual del atentado.

  El libro de Mondolfi es el recuento, el análisis concienzudo y profundo de uno de los hechos más graves y peligrosos de nuestra vida democrática. Un hecho donde toda la crueldad y desmesura de la violencia trató de descarrilar el tren de la paz, la civilidad y la democracia.

  Escribo estas páginas cuando una estrategia semejante intenta descarrilarnos hacia el cruento escenario de la sangre y la sinrazón. Termino de leer el apasionante libro de Edgardo, cuando, en esta mañana del primero de mayo, todavía me rebotan en la memoria los rostros amoratados y humillados de los diputados. Cierro el libro entendiendo que hay un mismo y lamentable puente entre los esbirros de aquel dictador y los que ahora, con la misma estirpe, pretenden establecer su propia dictadura desde la Asamblea Nacional. Son la misma gente, es la misma negación de la democracia.

  El libro de Mondolfi aparece, pues, en un momento preciso y pertinente. Nos enseña que ante las peores y más peligrosas afrentas, el único antídoto es la convicción democrática. Que no hay violencia que atemorice lo suficiente, y que, cuando es necesario, los héroes verdaderos siempre están allí. El 24 de junio de 1960 se creció hasta lo imposible un héroe civil. Hoy tenemos otros, muchos, armados con la misma razón e idéntico valor.

César Miguel Rondón.

Plaza Altamira, 2/5/2013

 

 

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3 comentarios

  1. Saludos Cesar, donde puedo adquirir el libro, es un tema que me intrigo desde niño, y tema que quisiera conocerlo con más detalle.

    1. Estimado Carlos, el libro ya está siendo distribuido en las librerías de Caracas. Puedes conseguirlo en librería Alejandría de Paseo Las Mercedes o Centro Comercial Chacaíto. Gracias por el interés.

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