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Esta revolución que vivimos en su concepción tan primitiva, tan elemental, en su manera tan primaria de ver las cosas, agarró la estatua que estaba en el Paseo Colón y la derribó. Quedó el alto pedestal completamente vacío, más diversas pintas con insultos al Almirante, cinco siglos después. Evidentemente, hablamos de Cristóbal Colón.
A Cristóbal Colón, se le puede decapitar en el mármol de la estatua, se le puede tachar como símbolo de la invasión y/o descubrimiento de las Américas, por la Europa Renacentista, pero nada, puede obviar o ignorar, el carácter maravilloso que tiene este personaje fundamental, en ese período histórico determinante que fue el Renacimiento.
Cristóbal Colón es un personaje lleno de misterios. Si lo viéramos exclusivamente como un personaje literario, pocos le podrían superar. Su propio diario de viajes, la bitácora que le trajo a bordo de la Santa María en aquel primer viaje, es uno de los grandes libros de aventuras que uno puede encontrar. No son pocos los autores que se han volcado sobre su hazaña.
Cuando se habla de Cristóbal Colón, se habla del desafío a lo desconocido, de ese espíritu indómito que ha caracterizado siempre al hombre y que le ha llevado siempre más allá. Comento esto, porque he vuelto a sumergirme en el mundo de Cristóbal Colón, gracias al menor de sus hermanos, Bartolomé, que ha servido de personaje central para el francés Erik Orsenna en la novela “El Cartógrafo de Lisboa”, editada el año pasado por Tusquets Editores, en Barcelona.
Erik Orsenna es el pseudónimo del economista francés Éric Arnoult. Quien ha realizado un trabajo muy destacado como economista y también ha publicado otras novelas: “La Exposición Colonial”, “Dos veranos”, “Tantos años” y “Una dama africana”. El Cartógrafo de Lisboa, su más reciente novela, está inspirada en Bartolomé Colón.
Bartolomé Colón huye de Génova y va a dar a Lisboa, una ciudad tranquila, dulce, que no tenía el peso tan severo del mandato de los Reyes Católicos, especialmente, de Isabel. Estamos hablando del tiempo de la expulsión de los judíos, de los moros. Portugal estaba en un aire mucho más tranquilo y apacible.
Bartolomé no tenía ninguna virtud especial, no sabía hacer absolutamente nada, excepto por un detallito, sabía escribir con una letra muy pequeñita. Por ello, un maestro cartógrafo le incorpora a su taller de cartografía, y a través del aprendizaje del niño cartógrafo, empezamos a descubrir como se empieza a delimitar el mundo de aquel entonces. Cómo se concebía el mundo de aquel entonces. Es una entrada, no sólo a lo que fue el Renacimiento, sino es la entrada a como un niño crece llevado de la mano de la curiosidad. Claro, Bartolomé siempre estuvo a la sombra de su hermano, pero él es el que brinda los pergaminos más importantes.
Narrado en retrospectiva, desde la isla «La Española», donde para el momento que Bartolomé hace el recuento de su vida, su sobrino, es el Virrey de Indias, allí en la ciudad de Santo Domingo.
Es una novela, sin duda, apasionante. Hay aventuras, reflexiones ciertamente sesudas, y no poco, humor.
El Cartógrafo de Lisboa
Erik Orsenna
Editado por: Tusquets Editores