Adiós al Coliseo de las emociones – Mari Montes

Este jueves fue el último juego en el Coliseo de Oakland, ciudad que albergó a los Atléticos durante 56 años

 

Publicado en: El Extrabase

Por: Mari Montes

¿Por qué tanta nostalgia por un estadio? ¿Por qué se afligen por una mole de cemento? ¿Por qué si no iban, en esta última serie han acudido por miles para llenar sus viejas sillas?

Los estadios, seguramente todos, pero yo hablo de los estadios en los que se juega béisbol, son recintos con vidas propias. Han sido escenario de grandes emociones, de todas las emociones posibles, desde la alegría más intensa, hasta la tristeza más honda, la decepción dolorosa que sigue a una gran ilusión.

Nadie podría sacar la cuenta de la cantidad de suspiros que se tomaron de ese aire, y las exhalaciones de alivio después de un batazo que fue foul y parecía un jonrón. Podría hacerse una caudaloso río con lágrimas, con todas las lágrimas.

Las temporadas son largas, unas mejores que otras, inolvidables por buenas o por malas.

Los Atléticos se instalaron en el Coliseo de Oakland en 1968; ahí ganaron cuatro trofeos de Serie Mundial: 1972, 1973, 1974 y la inolvidable serie de 1989, recordada por el terremoto que sacudió el área de La Bahía.

Ahí se dieron cita todos estos años “los mejores fanáticos del juego”, es lo que dijo a los periodistas el miembro del Salón de la Fama, Rickey Henderson, una descripción que no desmiente que otros fanáticos también lo sean, pero para Henderson, son ellos, ahí pasó 14 de las 21 temporadas que jugó en las Grandes Ligas. Ahí se convirtió en el rey absoluto de la estadística de las bases robadas.

Él y Dave Stewart protagonizaron el pitcheo ceremonial, y el Cy Young de 2002, Barry Zito, interpretó el himno de los Estados Unidos. Mark Kotsay, el manager, intentó describir el sentimiento de todos con emotivas palabras: ““Hay mucha gente aquí que ha invertido su vida y su alma en esta organización y en este estadio”.

El Coliseo de Oakland, fue para mi el estadio de Antonio Armas. Los niños caraquistas estábamos pendientes de él, había que esperar día y medio para enterarnos de si había dado un jonrón. En 1980 dio 35 vuelacercas, tenía una barajita de Topps con él sujetando un bate, el afro aplacado por la gorra verde de visera amarilla y el bigote que lució por muchos años, y su firma.

Los Atléticos fueron fundados como equipo en 1901 y estuvieron en Filadelfia hasta 1955, cuando se fueron a Kansas City, en 1968 se establecieron en Oakland hasta este 2024.

El primer propietario fue Benjamin Shibe, fundador del equipo y de la Liga Americana, el logo del elefante blanco se debe a él, quien en 1921 vendió a Connie Mack.

La historia recordará a Mack como propietario y mánager legendario, miembro del Salón de la Fama de Cooperstown, un visionario que aportó mucho al béisbol y ganó 5 títulos de Serie Mundial.

Luego estuvo Arnold Johnson, que los mudó de Filadelfia a Kansas City, siguió el estrafalario Charlie Finley, avaro e innovador. Se recuerdan sus inventos de la pelota anaranjada, los jugadores con mostacho, sus títulos divisionales consecutivos entre 1971 y 1975 y tres Series Mundiales seguidas (1972-1974). Fue el gran patrocinador del bateador designado.

En 1980, la familia Haas compró el equipo por 12,7 millones de dólares. En 1995 fue adquirido por Stephen Schott y Ken Hofmann, bajo su mando, recordemos, comenzó la gerencia de Billy Beane y su apoyo en el departamento de analítica, que dio origen al libro “Moneyball” de Michael Lewis, y a la película basada en el texto.

Scott y Hofmann vendieron a John Fisher en 2005. Propietario de las tiendas GAP, será recordado como el hombre que se llevó el equipo de la ciudad.

Bastante se ha escrito esta temporada sobre la decisión de Fisher, de trasladarse a Las Vegas y esperar la culminación de la mudanza en el estadio de Sacramento, luego de no llegar a un convenio de arrendamiento con la ciudad.

Lo que le importa al empresario es su negocio, en 2005 compró por $180 millones y hoy, según un artículo de Jason Burke en The Athletic “Forbes estima que el valor de la franquicia es de 1.180 millones de dólares. Los que representa una ganancia bastante buena”. El mismo escrito cita al profesor de economía de Stanford, Roger Nola, que dijo al Chronicle al mes pasado que “el valor de una franquicia podría duplicarse con un traslado a Las Vegas, hasta unos $ 2.500 millones.”

Durante toda la temporada, hubo una asistencia promedio de 10 mil fanáticos. Algunos días los dedicaron a pedir a los dueños que vendieran el club. La sensación en estos últimos días era de disgusto, impotencia y melancolía, por la partida del equipo.

Para el juego de este jueves, el último ahí, 46.889 fanáticos llenaron el parque para despedirse, y para hacer mejor la tarde, el equipo ganó 3-2 a los Rangers de Texas, para atenuar la tristeza del último día de la temporada, sabiendo que no iban a regresar más, después de tantos innings.

Los estadios son muy grandes porque albergan los sueños de los novatos que encuentran por primera vez su camisa colgada en el locker, se visten, voltean a su alrededor y se convencen de que es verdad que llegaron a las Grandes Ligas y la historia de quienes dejaron todo en cada lance, en cada pitcheo, en cada batazo.

Un estadio no es nada más un campo con un graderío de cemento y unas tribunas; para quienes acuden, es el templo que los convoca a presenciar el oficio de la religión que profesan: el béisbol.

Eso fue el Coliseo de Oakland, un templo.

 

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