El opositor ruso Alexéi Navalni fue envenenado con una toxina de uso militar a la que sobrevivió de milagro. Ahora habla de su experiencia al borde de la muerte, de lo que está en juego en Moscú y también sobre sus planes de futuro, que siguen siendo los mismos que antes del atentado porque no piensa ceder. «El uso del Novichok da miedo, y esa es justo la estrategia de Putin».
Publicado en: XL Semanal
Por: Benjami Bidder y Christian Esch
Sleéi Mavalni de 44 años, es el opositor más famoso de Rusia. Pero, tras el atentado que sufrió el 20 de agosto en la ciudad siberiana de Omsk, ha saltado al escenario mundial. Fue envenenado con una neurotoxina de uso militar llamada Novichok, una sustancia que solo puede proceder de laboratorios estatales rusos, así que todo el planeta se pregunta cuál habrá sido la responsabilidad personal del presidente Vladímir Putin.
La propia canciller Angela Merkel presionó para que se permitiera el traslado de Navalni a Alemania. Ingresado en una clínica de Berlín, Navalni se debatió durante un mes entre la vida y la muerte. Ahora, servirse agua de una botella no le resulta fácil, tiene que usar las dos manos. Rechaza que lo ayuden. «Mi fisioterapeuta dice que tengo que esforzarme en hacerlo yo solo», explica. Navalni ha perdido doce kilos durante estos días.
XLSemanal. ¿Cómo se encuentra?
Alexéi Navalni. Mejor cada día. Hasta hace nada solo podía subir diez escalones, ahora subo cinco pisos. Y, lo más importante, he recuperado las capacidades intelectuales.
XL. Cuando perdió la consciencia, era un opositor ruso. Cuando se despertó del coma, era una figura política mundial. Merkel fue a visitarlo al hospital. ¿De qué hablaron?
A.N. Fue algo inesperado: la puerta se abrió y vi entrar a mi médico con la señora Merkel. Fue un encuentro privado, con mi mujer y mi hijo. No hablamos de nada secreto. Me impresionó lo mucho que sabe sobre Rusia y sobre mi caso. Hay cosas que conoce mejor que yo. Y cuando hablas con ella, entiendes por qué lleva tanto tiempo al frente de Alemania. Le di las gracias por su intervención y ella dijo: «Solo hice lo que era mi deber».
XL. ¿Cómo es su vida diaria tras recibir el alta?
A.N. Vivo con mi mujer y mi hijo en Berlín. Mi hija ha vuelto ya a la universidad, a Stanford. Hemos alquilado un apartamento. Mi vida es muy monótona. Practico ejercicio todos los días, casi es lo único que hago. Los médicos dicen que me recuperaré al 90 por ciento, a lo mejor al 100, pero nadie lo sabe. No hay mucha gente que haya sobrevivido a un envenenamiento con una neurotoxina militar. Mi historial médico va a resultar muy útil. El Gobierno ruso ha desarrollado tal predilección por el envenenamiento que no va a dejar de usarlo.
XL. Reconstruyamos los hechos. Es el 20 de agosto, ocho de la mañana. Se encuentra a bordo de un avión que va de Tomsk a Moscú.
A.N. Era un día estupendo. Iba de vuelta a casa. Estaba cómodamente sentado en mi asiento y quería aprovechar para ver una serie. Me sentía bien. Y luego… es difícil describirlo, no se puede comparar con nada. Los organofosforados atacan tu sistema nervioso igual que un DDoS -un ataque de denegación de servicio- ataca a un ordenador. Es una sobrecarga del sistema que te deja fuera de juego. Noté que algo iba mal, tenía sudor frío. Le pedí un pañuelo a Kira (su jefa de prensa), que iba sentada a mi lado. Luego le dije: «¡Háblame, dime algo!». Tenía que oír una voz, sentía que me estaba pasando algo muy raro. Kira me miró como si estuviera loco y empezó a hablarme.
XL. ¿Qué ocurrió después?
A.N. No entendía lo que me estaba pasando. Las azafatas llegaron con el carrito, primero quise pedirles agua, pero luego les dije que me dejaran pasar. Fui al baño. Me lavé la cara con agua fría, me senté en el inodoro y esperé un poco. Y entonces pensé: «Si no salgo ahora mismo de aquí, ya no salgo». La sensación más clara en ese momento era. no tienes dolor, pero te estás muriendo. Y rápido. Salí del baño, me dirigí a un auxiliar de vuelo y, en vez de pedirle ayuda, para mi sorpresa, le dije: «Me han envenenado. Me estoy muriendo». Me dejé caer en el suelo delante de él, me tumbé para morir. Lo último que oí fue: «¿Tiene usted problemas de corazón?». Pero el corazón no me dolía, no me dolía nada, sencillamente sabía que me estaba muriendo. Luego oí voces que se iban volviendo cada vez más débiles, creo que una mujer gritó: «¡No se desmaye!». Me dije: «Es el final, estoy muerto».
XL. Hay un vídeo grabado por un pasajero en el que se oyen sus gritos. Son horribles, parecen de un animal.
A.N. Lo he visto, está en Internet, lo han titulado Navalni gritando de dolor. Pero no era dolor, era algo mucho peor. El dolor te permite saber que estás vivo. Solo tenía una certeza: se acabó.
XL. ¿Cuánto duró todo?
A.N. Unos treinta minutos. Todo sucedió después del despegue.
XL. Había pasado la noche en el hotel Xander, de Tomsk, y todo apunta a que fue allí donde entró en contacto con el veneno. ¿Qué tocó mientras estuvo en la habitación?
A.N. Se han encontrado restos del veneno en una botella de agua. Por lo que parece, toqué una superficie contaminada, luego cogí la botella, bebí de ella, la volví a dejar donde estaba y me marché. Así que supongo que el veneno entró en mi cuerpo a través de la piel. El veneno se puede poner en cualquier prenda.
“No sentí dolor, era algo mucho peor. Sabía que me estaba muriendo. Y rápido. Salí del baño, me dirigí a un auxiliar de vuelo y, en vez de pedirle ayuda, para mi sorpresa, le dije: ‘Me han envenenado’”
XL. La ropa que llevaba puesta se la quitaron cuando lo ingresaron en el hospital de Omsk y no se la han devuelto.
A.N. ¡No tengo ninguna duda de que esa ropa lleva un mes entero hirviendo a fuego lento dentro de un tanque de lejía! [Ríe]. Si no se hubiera producido esa cadena de sucesos afortunados -que el piloto hiciera un aterrizaje de emergencia en Omsk, que hubiera una ambulancia en el aeropuerto, que me pusieran atropina antes de pasada media hora-, ahora estaría muerto. El plan era astuto: habría muerto durante el vuelo y terminado en una morgue de Omsk o de Moscú. Y nadie habría encontrado ni rastro de Novichok. Todo se habría quedado en una muerte sospechosa.
XL. ¿Y los rastros que dejó usted en la botella de agua?
A.N. Eran inofensivos, la cantidad de toxina era mínima. Cualquiera podría haber tocado la botella sin que le pasara nada.
XL. Que la botella se haya analizado en Alemania se lo debe a sus colaboradores, que la sacaron del hotel con otros objetos.
A.N. Estaban desayunando en el hotel cuando les llegó un SMS de Kira en el que les decía que me habían envenenado. Subieron a la habitación para recoger todo lo que pudieron. Lo hicieron por pura desesperación, todos pensaban que me habían envenenado con un té en el aeropuerto. Nadie pensó que llegaran a usar una neurotoxina militar. A mí me costó creerlo. Es como lanzar una bomba atómica contra una sola persona. Hay un millón de métodos más efectivos.
XL. ¿Quién cree que está detrás de su envenenamiento?
A.N. Putin está detrás del crimen, no tengo otra explicación. No lo digo por hacerme el importante, lo digo basándome en los hechos. El elemento clave es el Novichok. La orden de emplearlo o producirlo solo puede venir de dos personas: del jefe del FSB -el servicio de seguridad interior- o del jefe del SVR -el servicio de inteligencia exterior- y el del GRU, los servicios secretos militares. Luego está lo que dice Putin, quien sugiere que yo mismo fabriqué el Novichok y lo usé contra mí mismo… Pero solo tres personas pudieron dar la orden de usar el Novichok. Cuando conoces la realidad rusa, sabes que ninguno de ellos podría tomar una decisión de ese calado sin instrucciones de Putin.
XL. Si Putin está detrás, ¿por qué luego le dejó salir del país?
A.N. Creo que al principio estaban decididos a no dejarme salir. Estaban esperando a que me muriera. Pero gracias al apoyo que recibí, y a los esfuerzos de mi mujer, aquello empezó a convertirse en un reality show en directo titulado Navalni muere en Omsk. Para la gente de Putin es importante no darle a un rival el estatus de víctima, no concederle un capital político, ni vivo ni muerto. Si hubiera muerto en Omsk, habría sido su responsabilidad. Además, esperaron 48 horas, quizá con la esperanza de que ya no se pudiera probar el uso del veneno.
«Putin está detrás del crimen. Pero si no ha sido él, es mucho peor: un frasco de Novichok basta para envenenar a todos los pasajeros de una estación de metro. Si 30 personas tuviesen acceso a la toxina, estaríamos ante una amenaza global”
XL. Hasta ahora, Putin dividía a sus rivales en enemigos y traidores. Contra los traidores, como el exespía Skripal, todo está permitido. Usted, en cambio, era un enemigo. ¿Por qué entonces el Novichok?
A.N. Si alguien me hubiese dicho hace mes y medio que me envenenarían con Novichok, me habría reído. Sabemos muy bien cómo combate Putin a la oposición. Tenemos 20 años de experiencia. Pueden detenerte, darte palizas, rociarte con desinfectante o dispararte en un puente. Pero usar toxinas militares estaba reservado a los servicios secretos.
XL. ¿Putin lo ha elevado a la categoría de traidor? ¿O es que tenemos una imagen equivocada del sistema de Putin?
A.N. Creo que la imagen es correcta, pero la realidad ha cambiado. Y también algo dentro de la cabeza de Putin. Putin lo sabe todo sobre mí, vivo bajo una vigilancia constante. Sabe que no soy ni un oligarca ni un agente secreto, sino un político. Pero ahora hay cosas nuevas: las protestas en Bielorrusia contra Lukashenko, las protestas contra su partido en la región de Jabárovsk…
“La división derecha e izquierda no funciona en Rusia: ahora apoyamos a los comunistas en las elecciones y no me escandaliza. Tenemos que crear una coalición con todas las fuerzas que defiendan la alternancia en el poder”
XL. ¿Y si no hubiera sido cosa de Putin?
A.N. Si no ha sido él, entonces es mucho peor. Un frasco de Novichok basta para envenenar a todos los pasajeros de una estación de metro. Si el acceso a una toxina como esta no se limita a tres personas, sino a 30, estamos ante una amenaza global. Sería terrible.
XL. ¿Cree que Putin tiene tanto interés en usted? Bastante ocupado está con sus ambiciones internacionales.
A.N. Se suele decir que solo le interesa la geopolítica, que todo lo demás le da igual. No es cierto. Ha visto lo que ha pasado en Jabárovsk. Allí, la gente lleva más de 80 días saliendo a las calles y en el Kremlin siguen sin saber qué hacer con ellos. Se están dando cuenta de que van a tener que recurrir a medidas extremas para impedir un ‘escenario bielorruso’. El sistema está luchando por su supervivencia y ya hemos empezado a sentir las consecuencias.
XL. ¿Políticamente usted está a la derecha o la izquierda?
A.N. En Rusia, nunca se ha llegado a desarrollar un espectro político tan claro como en Occidente. Derecha, izquierda, esta división no funciona en nuestro país. ¿Los comunistas rusos son un partido de izquierdas? En realidad, el rumbo que persiguen es más bien de derechas. En Rusia, la izquierda va a la iglesia y se santigua.
XL. ¿Dónde se establece la separación política?
A.N. Una parte de la sociedad repite la retórica de Putin de que Rusia tiene que seguir su propio camino, un camino especial. Eso pasa por un superliderazgo. Al otro lado se encuentra gente como yo, que cree que todo eso no es más que un montón de mentiras y que está convencida de que Rusia solo puede evolucionar siguiendo el modelo europeo.
XL. En las dos décadas que lleva en política ha recorrido un largo camino: recurrió a la retórica nacionalista y más tarde se desvió hacia la izquierda.
A.N. ¿Perdón? ¡Pero si empecé en Yábloko, un partido liberal!
XL. Del que acabó expulsado, entre otros motivos, por su asistencia a la llamada Marcha Rusa, organizada en Moscú por los nacionalistas. ¿Han cambiado sus puntos de vista?
A.N. Sigo teniendo los mismos puntos de vista que cuando entré en política. No veo ningún problema en colaborar con todos aquellos que en esencia defienden posiciones antiautoritarias. Por eso no me importa que ahora apoyemos a los comunistas en las elecciones. No me escandalizo porque uno de los candidatos a los que apoyamos lleve un pin de Lenin en la solapa. Tenemos que crear una coalición con todas las fuerzas que defienden la alternancia de poder y la independencia de la justicia. Mi único objetivo es que Rusia siga la senda europea del desarrollo.
XL. Dice que tiene intención de regresar a Rusia. ¿Por qué?
A.N. No volver significaría que Putin ha conseguido su objetivo. ¡No tengo miedo! Si mis manos tiemblan no es por miedo, sino por ese veneno que me dieron. Nunca le haré a Putin el regalo de no volver a Rusia.
“¡No tengo miedo! Si mis manos tiemblan no es por miedo, sino por ese veneno que me dieron. Nunca le haré a Putin el regalo de no volver a Rusia”
XL. ¿No le preocupan su mujer y sus dos hijos?
A.N. Es una pregunta difícil. Ellos no tienen miedo. Mi mujer encabezó la lucha contra los médicos de Omsk y consiguió sacarme de allí. Por supuesto que me preocupa mi familia. Se me cuelan pensamientos desagradables, como ¿qué habría pasado si hubieran puesto el veneno en mi casa de Moscú, donde viven mi mujer y mis hijos?
XL. ¿Y qué concluye?
A.N. Está claro que sin esta lucha las cosas irían a peor. Matarían a muchas más personas, encerrarían a mucha más gente. Luchamos contra unos criminales que están dispuestos a cometer los actos más atroces.
XL. ¿Va a cambiar su forma de actuar?
A.N. Seguiré viajando por toda Rusia, durmiendo en hoteles y bebiendo de las botellas de agua que haya en las habitaciones. ¿Qué otra opción tengo? No hay mucho que puedas hacer contra los asesinos invisibles de Putin. Desde un punto de vista político, no se han producido grandes cambios: sigue habiendo un enfrentamiento entre aquellos que defienden la libertad y los que quieren devolvernos al pasado, a una extraña versión ortodoxa de la Unión Soviética, adornada con capitalismo y oligarcas. Emplearán métodos más refinados contra nosotros e intentaremos sobrevivir. El uso del Novichok da miedo, y esa es justo la estrategia de Putin.
XL. ¿Siente odio hacia los representantes de ese sistema?
A.N. Piense en los médicos de Omsk, que primero le dijeron a mi mujer que yo estaba en condiciones de volar y luego de repente pasaron a decir que no lo estaba. El médico jefe del hospital de Omsk es peor que un miembro de los servicios secretos que mata a gente. Al menos, matar es su trabajo. Pero el médico sabe la verdad y le cuenta al mundo no sé qué historias de trastornos metabólicos, que si he bebido demasiado vodka casero… Esos que se llaman ‘médicos’ querían esperar a que hubiera muerto. ¿Que si los odio? Probablemente. ¿Que si quiero coger una espada y cortarles la cabeza? No. Creo en el imperio de la ley. Esa gente tiene derecho a un juicio justo