Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
La carretera entre Tucson y Phoenix atraviesa un desierto de matices ocre junto al verde de los cactus. La peculiar vegetación le da colores y vida a la aridez, combinándose con las rocas que dibujan todo tipo de formas que van apareciendo según la perspectiva y simulan cualquier cosa posible, desde dragones hasta perfiles de brujas y manadas de elefantes.
Allá en ese paisaje del lejano oeste, en medio del desierto de Arizona, en la primavera de 1999, el periodista Rubén Mijares le daba play a un CD que llevaba en su bolso de mano. Entonces surgía la voz de Alfonso Saer en la parte baja del noveno inning entre los Leones del Caracas y los Cardenales de Lara, en Barquisimeto, cuando ganaron la final en seis juegos disputados intensamente. Ese último episodio del batazo de Chamberlain para dejar en el terreno a los melenudos fue parte del recorrido, varias veces. A Rubén le gustaba revivirlo y con cierta “maldad” me lo dedicaba.
La narración de ese noveno episodio en la voz de Alfonso Saer debe ser un clásico. Fue magistral, un deleite hasta para los caraquistas.
Fue emocionante desde que comenzó su descripción de la atmósfera del Antonio Herrera Gutiérrez de Barquisimeto, donde el rumor de la afición fue aumentando, como si estuvieran escuchando a El Narrador. Nadie estaba sentando, todos de rojo, cuando el rojo era solamente “rojo cardenal”.
Fue como si Saer supiera con antelación cómo iba a terminar aquel episodio, como si hubiera preparado el turno hasta llevarlo a cuenta de 3 y 2, para terminar con aquella línea entre dos que sentenció la serie y con el que los crepusculares consiguieron el bicampeonato.
El parque estalló de emoción y todo el equipo celebró en el terreno, mientras Alfonso daba cuenta en detalle de la algarabía desbordada.
Alfonso Saer iba con nosotros en medio del desierto, convocado por Rubén Mijares. «Rubén fue mi hermano, maestro y amigo en todas las circunstancias. Estar a su lado me daba confianza, seguridad. Andaba con el mejor en este trabajo. Lo llevo siempre conmigo», dijo Alfonso. Con esta anécdota comenzamos la entrevista.
Eran una combinación perfecta. Rubén Mijares y Alfonso Saer se convirtieron en una pareja que debe figurar entre las mejores de la historia de las transmisiones de béisbol de la radio.
Alfonso pertenece al club de las grandes voces deportivas. Su nombre debe estar al lado de Delio Amado León, Musiú Lacavalerie, Carlos Tovar Bracho, Reyes Medina, Beto Perdomo y los que brillan en estos tiempos y los tienen a ellos como escuela. «Voy a terminar por creer que estoy en ese club. Es un honor que me agreguen al grupo de quienes admiré y recuerdo con gran respeto».
Además del béisbol, Alfonso Saer es una autoridad en ciclismo, una disciplina que le apasiona y que lo inspira.
«El ciclismo me enamoró desde que vi el sacrificio, el denuedo, lo que encierra un deporte hermoso que nos lleva por cada pueblo en contacto con la naturaleza. Es despiadado, terriblemente exigente. Lo trabajo con gran dedicación».
Esa palabra lo define: “dedicación”. Su columna “Extrabases” es la más antigua en la prensa venezolana. Es riguroso. Ha sido testigo y narrador de buena parte de la historia deportiva de nuestro país.
«He visto pasar, trascender o no, a varias generaciones de peloteros y colegas. Dios y la Divina Pastora han sido generosos para regalarme 56 años dichosos en la profesión».
Ahora tiene una compañía especial, su hijo Alfonso, quien ha seguido sus pasos en su propio estilo pero dejándose guiar, con el inmenso reto de llamarse igual y transitar el mismo camino que su admirado padre.
«Alfonso JR. es la continuación de mi obra. Se siente un aire fresco de felicidad. Algo así como misión cumplida. Le digo que sea humilde, responsable, muy profesional, constante, inconforme».
En todos estos años, son montones de juegos que guarda en su memoria. Naturalmente, los que han definido los campeonatos los atesora de manera especial.
—Entre tantos juegos inolvidables, el del campeonato en 1991, el del título en el 1998, ambos contra Caracas, y tengo que agregar el del cetro reciente contra Caribes.
—¿Cómo fue el juego del debut? Ese primer juego es inolvidable.
—El debut cómo narrador oficial fue junto al grande Delio Amado León en el Universitario, que no conocía, en la serie del caribe de 1970 con el circuito del Caracas, scouteado por el negro Óscar Prieto. Me tocó un juego de 15 innings, entonces el más largo de esa justa. El béisbol es juego de espacio. No de tiempo. He visto remontadas gloriosas. Son pocas pero las hubo y habrá. Claro que se debe tratar de mantener la intensidad, aunque no se logre, abajo en la pizarra. Delio me encantaba y seducía como oyente desde que estaba en mi niñez. Después, la vida me lo regaló como amigo.
Le comenté al escritor Alberto Barrera Tyzka, fiel fanático de los Cardenales, que haría una entrevista a Alfonso y compartió conmigo esta reflexión:
«Fíjate que a mí siempre me ha sorprendido su ética en el fracaso. Ahora es distinto, pero tantos años de no ver luz y él siendo la voz, una marca de identidad de la fanaticada, es algo que no es fácil. Desde 1942 al 2020 ¿6 títulos? Y de esos 6, 2 en estos últimos años. Saer ha transitado un largo desierto con nosotros. Pero todos nosotros podíamos guardar el duelo en silencio. Él no».
A propósito de estas palabras de Barrera Tyzka, Alfonso contesta:
«Cada campeonato tiene un sabor especial, diferente. Pasamos 26 años sin ganar desde que entramos a la liga y eso nos desesperaba. Parecía que era un imposible. Después fue más fácil, una vez logrado el primero hace 29 temporadas. Pero siempre digo con libertad en el micrófono lo que me parece conveniente y justo».
Así se ha ganado su lugar entre los mejores, con el trabajo que disfruta y el carisma que le fue concedido, como un don que ha sabido combinar, renovándose y aprendiendo .
Y así, entre una jugada y otra, nos da lecciones sin darse cuenta de que es un maestro.
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