Comiendo en la nieve – Miro Popić

Publicado en: Tal Cual

Por: Miro Popić

Muchos están hablando de la película #LaSociedadDeLaNieve, que recrea en pantalla la tragedia ocurrida hace 50 años en la cordillera de los Andes, entre Chile y Argentina, cuando un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló contra la montaña con 45 personas a bordo. 29 fallecieron. Ocurrió el 13 de octubre de 1972. 72 días después, el 23 de diciembre, fueron rescatados 16 sobrevivientes. Yo estuve allí. Como reportero me tocó cubrir el suceso. Nuestro primer titular fue: Comieron carne humana. Luego, ante lo duro de la expresión, se comenzó a hablar del milagro de los Andes, de los que vencieron la muerte, de la vida como regalo de navidad. Debe ser el hecho de antropofagia más documentado desde que existe historia humana. Ocho películas y siete libros han salido hasta ahora sobre el tema.

Nadie puede sobrevivir 70 días sin comida a más de 4 mil metros de altitud y temperaturas de menos 30 grados. Conozco la cordillera andina y he estado varias veces en sus montañas rocosas. En invierno, ahí lo que hay es nieve, viento, frío y miedo. Incredulidad fue la primera reacción ante un posible fake new, como lo llamamos ahora, eso de que alguien había encontrado dos sobrevivientes del avión uruguayo, del que no se supo nada en los primeros días de búsqueda infructuosa, y los servicios de rescate recomendaron esperar el deshielo del verano para buscar los restos.

La certeza llegó con un mensaje escrito atado a una piedra lanzada sobre un río que recibió un campesino llamado Sergio Catalán: “Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días estamos caminando. Tengo un amigo herido más arriba. En el avión quedaron 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de ahí. Y no sabemos cómo. No  tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”.

Sospecha fue la siguiente interrogante. ¿Cómo lo hicieron? Conjeturas y suposiciones no funcionan en periodismo, se requieren certezas. Cuando Paul Read, autor del libro Alive (Viven) conversó conmigo en 1973, quería saber de dónde habíamos tomado la noticia de que habían comido los cuerpos de los fallecidos para poder seguir con vida. Porque, en ese momento del rescate, no fueron ni Roberto Canessa ni Fernando Parrado, los dos primeros encontrados, quienes lo confirmaron. Ellos se aferraron siempre a la versión de que habían comido la comida del avión, chocolates, quesos, maní, galletas, conservas, más algunas hierbas y plantas. Puede que haya sido así, pero eso fue solo una parte de la dieta, faltaba otra. Nuestra fuente fueron los campesinos que los recibieron en el primer contacto humano luego de 70 días de tragedia y sufrimiento. Mientras la mayoría buscaba la noticia en boca de los protagonistas, nosotros la encontramos en los primeros que los recibieron y alimentaron con porotos y carne recalentada en leña, antes de que entraran en un pacto de silencio que solo se rompió el 28 de diciembre cuando, ya en Uruguay, confesaron que habían comulgado con el cuerpo de sus compañeros.

La narrativa de la película de Bayona es impecable, tremendamente humana, ajustada a lo ocurrió, sin exageraciones. Pero la verdad fue aún más terrible. Lo dijo el propio Canessa hace poco: “si yo hiciera una película de lo que efectivamente pasó allá arriba, el público saldría de la sala”. Canessa, como estudiante de medicina, fue quien enfrentó la crudeza de la situación. Cuando escucharon que se suspendían los servicios de búsqueda luego de diez días sin resultados, entendieron que desde ese momento dependían sólo de ellos mismos. Quedaron, como se dice, a la buena de Dios. Felizmente, Dios fue benevolente con ellos, al menos con los 16 que regresaron de la muerte.

La única manera de salir con vida de allí era seguir viviendo y para seguir viviendo tenían que alimentarse. ¿Con qué si allí solamente hay nieve? Con la proteína que estaba allí mismo, no a la vuelta de la esquina, sino conservada bajo la nieve, en los cuerpos de los compañeros que murieron antes. No hacerlo era suicidarse.

Al final, es un triunfo de la vida y con eso me quedo.

Nota: Es incómodo escribir sobre necofragia. Difícil. Pero este accidente marcó inconscientememte mi carrera de periodista. Recordando esos días y el significado de la noticia con otro colega que estuvo allá, me dijo que probablemente esa fue mi primera crónica gastronómica.

 

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