Hace cuarenta años apareció Buscando América, el disco de Rubén Blades. Vergara lo celebra, comenta y termina subrayando su relevancia para América Latina y el Perú de hoy.
Publicado en: La República
Por: Alberto Vergara
Como a mi papá la música no le interesa nada, sospecho que aquel casete llegó a su casa porque el recién divorciado andaba chiboleando. Buscando América. ¿Quién lo dejaría tirado? Era 1991. Me jaló el ojo por una coincidencia: poco tiempo antes había sido el concierto de Amnistía Internacional en Chile, y aunque lo vi por televisión esperando la actuación de Sting y Sinead O’Connor —los ídolos del adolescente que era—, en realidad, ahí descubrí a Rubén Blades. En especial, una canción titulada ‘El padre Antonio y el monaguillo Andrés’ (cuya letra estuvo escrita por años en la pared de mi cuarto). Así, por esa canción, me senté a escuchar el casete. Y fui. Arrastrado a territorio bladesiano y salsero. Paradójicamente, con un álbum que era una ruptura tremenda con la salsa. Incluso con la salsa hecha por el propio Blades. Pero entonces yo no sabía nada de esto. Lo único concreto es que por una suma de carambolas —después de todo, la vida te da sorpresas—, Buscando América me estaba partiendo la cabeza.
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Buscando América cumple cuarenta años. Apareció en 1984. Ahí Blades realiza tantas cosas importantes que uno no sabe por dónde comenzar: ¿con la salsa revolucionada, sin vientos, con batería y sintetizadores?, ¿con los textos bellos y avezados?, ¿con el sonero afilado?
La dificultad está en que Buscando América es más que un gran álbum; es un evento cultural mayor. Tengo la impresión de que la genialidad de Blades es montar un proyecto cuyo propósito literal es buscar a América Latina, pero su intención profunda es crearla (no inventarla).
En un primer sentido, este esfuerzo por crear América Latina venía desde los setenta e inicios de los ochenta. Se trata de un primer sentido social y cultural, digamos. En discos como Metiendo mano (1977), Siembra (1978) o Maestra vida (1980) —todos en colaboración con Willie Colón—, el panameño ya se había sumado a la cadena de artistas e intelectuales que, poco a poco, han construido la idea de la “patria grande”. A través de la música del Caribe, Blades sigue construyendo eso que Monsiváis llamó el “aire de familia”. Juan Pachanga y Pedro Navaja, Paula C y Carmelo da Silva, Cipriano Armenteros y Camilo Manrique, entre tantos otros, son personajes de ningún lado y, por eso mismo, pueden encarnar a la esquiva Latinoamérica.
En Buscando América agrega dos dimensiones a este sentido creador. La primera es musical. El ancla sigue estando en el Caribe, pero lo desborda. Estrena una banda con influencias del rock y el latin jazz: Seis del Solar. Una salvajada de banda. Era su primer disco sin Willie Colón, quien le había dado un sonido particular, con vientos y trombonazos como truenos caribeños. (Leonardo Padura ha escrito con justicia que la separación de Rubén y Willie es como la de McCartney y Lennon). Y, por cierto, también era el primer álbum que hizo fuera de la Fania. Seis del Solar, entonces, rompe con ese molde previo. América Latina ya no cabe solamente en esa vertiente del Caribe. Hay que ir más allá. Al Caribe anglófono, por ejemplo, incluyendo un reggae en forma; o maridando la nostalgia limeña de nuestro César Miró con un arreglo medio playero y una fuga salsera sin frenos; o Caminos verdes que combina una atmósfera afro y folk con unos sintetizadores de sabor progresivo (¿new age?). Sigue, en síntesis, creando América Latina, ahora una aún más abarcadora desde la música.
La segunda dimensión novedosa: la política. En Buscando América, Rubén Blades pasa a crear un horizonte político para la región. Sus personajes previos circulaban entre la hipocresía y el arribismo (la pareja plástica), entre la fiesta y el pesar (Juan Pachanga), entre la voluntad y la decepción (Pablo Pueblo), entre la felicidad y la discriminación (Ligia Elena), entre el drama y la comedia (el camusiano Ramiro da Silva); pero ninguno aparece enmarcado por algún tipo de régimen político, democrático o autoritario.
Esto cambia en Buscando América. Sus personajes ya no están únicamente condicionados por cuestiones sociales, sino por la política. (Por cierto, el álbum aparece el año que Blades ingresa a la maestría en Derecho Internacional en Harvard y diez años antes de ser candidato presidencial en Panamá: está haciendo una transición personal también). El punto es que aparece aquí la política en un sentido creativo: debemos crear eso que no somos y deberíamos ser. Y la apuesta es radicalmente democrática. Buscar a América pasa por crear una América democrática.
Y ciudadana. No en vano el álbum se abre con una canción en la que el coro convoca a que la ciudadanía salga y haga sus apuestas. Cada quien responsable de sus decisiones: la exseñorita que no ha decidido qué hacer, el galante señor de la casa de alquiler y el borracho que hunde el pie en el acelerador. Ciudadanía y agencia en un solo combo. Casi Hannah Arendt. O cercano a Octavio Paz: “En mi utopía política no todos somos felices, pero, al menos, todos somos responsables”.
Ahora bien, la ciudadanía como institución solo es posible en democracia. Tras nombrar a la ciudadanía en la primera canción, Blades nos traslada a un mundo donde ha sido eliminada. El segundo track es GDBD (“gente despertando bajo dictaduras”, según la leyenda). Es el corte más audaz del álbum: se declama un texto en segunda persona sin acompañamiento musical. Aunque Blades se refiere a este como un cuento, a mí siempre me ha parecido el guion de un plano-secuencia que va desde el momento en que un hombre despierta hasta que sale al trabajo. Entre esos dos puntos, se entrevé que se trata de un agente de seguridad del Estado. Mientras realiza las acciones mañaneras cotidianas (se afeita y se corta, se seca con una toalla que dice Disneylandia, pisa los orines del perro, la esposa le recuerda que debe pagar la escuela de los niños), también nos enteramos de que “hoy van a arrestar al tipo”, así que coge sus lentes oscuros, su libreta, su revólver y sale a la calle, donde “aún está oscuro, pero huele a mañana, varón”.
El dato crucial está en el primer verso: no ha dormido bien. Además, cuando se baña, no canta. Y es claro que la mujer está incómoda con su presencia, ni siquiera molesta. El hombre anda metido en algo oscuro.
La siguiente canción permite dilucidar en qué puede estar involucrado: ‘Desapariciones’. Ahí —con el bajo de Mike Viñas mandando cual si hubiera escapado de los Wailers o de Black Uhuru—, Blades canta en primera persona la angustia de los familiares de desaparecidos. Buscan al esposo, a la hermana, al hijo que “a veces es terco cuando opina”; describen cómo iban vestidos, listan las instituciones públicas a las que han acudido. El coro de la canción termina lanzando las preguntas y respuestas fundamentales de la vida política: “¿Y por qué es que se desaparecen?… porque no todos somos iguales”.
Algo semejante ocurre en ‘El padre Antonio y el monaguillo Andrés’, inspirada en el homicidio de monseñor Romero en El Salvador. El cronista nos cuenta el asesinato de un cura que da el sermón en manga’e camisa, que “condena la violencia” y cae abatido junto con el monaguillo Andrés, un chiquillo que muere sin conocer a Pelé. Y, sin embargo, tras el cierre terrible de la crónica —“entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez/ estaba el Cristo de palo clavao a la pared”— pasamos a una fuga endiabladamente salsera y en la cual la luz empieza a abrirse camino. Mientras el coro repite que “suenan las campanas”, Blades sonea que suenan para celebrar, nuestra libertad, que la tierra va a temblar y que el mundo va a cambiar.
Blades está ayudando a crear la posibilidad de la democracia en el continente. Está muy lejos del panfleto revolucionario. Aquí los héroes no van “matando canallas con su cañón de futuro”. Ni siquiera hay héroes propiamente. La recuperación de América aparece como una tarea colectiva, ciudadana. Que es lo que reaparece en la canción que cierra el álbum y que también se llama Buscando América. Ahí retrata un continente perdido en la oscuridad. Sin embargo, retruca Blades, a “nosotros nos toca ponerte en libertad”. Así, al cerrarse el disco regresa a la ciudadanía y a un futuro que solo podrá ser el que ella construya. Buscando América se trata menos de crear a América Latina en tanto unidad cultural, que de crearla como territorio democrático. Donde no se tortura, desaparece ni olvida; donde la ciudadanía manda.
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Cuarenta años después, mucho cambió, mucho sigue aquí. En Centroamérica ya no hay guerras civiles, pero las cifras de homicidios no están lejos de una. Si en Caminos verdes Blades cantaba con esperanza “voy llegando a la frontera/ pa’salvarme en Venezuela”, cuatro décadas después hay siete millones de venezolanos expulsados de sus fronteras por un régimen criminal.
¿Y qué decir del Perú? Cuando apareció Buscando América, se cometían atrocidades y Belaunde aseguraba que los informes de Amnistía Internacional había que tirarlos a la basura. Hoy la elite del país —política, económica, mediática— desprecia nuevamente los DDHH más básicos, se amnistían crímenes de lesa humanidad y se busca eliminar su protección en instancias internacionales. El objetivo es poder seguir desapareciendo gente. Se entiende que la señora presidenta y sus valedores estén encantados con el chifa: al que importuna se le chifa. Los apellidos más recurrentes entre las víctimas de “la época del terrorismo” fueron Quispe y Huamán. Tras la represión criminal del Gobierno de Boluarte, los apellidos son Quispe, Huamán y Mamani. Rubén ya nos explicó hace cuarenta años por qué es que se desaparecen. Y ante la desolación peruana solo queda acudir a Rubén de nuevo, rescatar a “la esperanza que no ha muerto”, convencernos de que “vamos a encontrarte en esta oscuridad” y cantar que “ese es nuestro destino, nuestra necesidad”.