Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
Cornelius Alexander McGillicuddy tuvo que reducir su nombre para que cupiese en el box score.
Nació en East Brookfield, Massachussets, el 22 de diciembre de 1862 y el 7 de octubre de 1886 debutó como receptor con el equipo Nacionales de Washington. Conectó dos imparables, uno de ellos triple. En 1890 fue cambiado a los Bisontes de Búfalo y al año siguiente a los Piratas de Pittsburgh, donde se retiró en 1896 después de 11 temporadas.
Era un hombre de casi 1,90 de estatura, delgado y elegante. No era corpulento, pero fue un valiente receptor, según reflejan los escritos que quedaron de esos tiempos. En aquellos días no habían inventado la careta ni el peto, mucho menos las “chingalas”. Fue un innovador, filosófico y visionario, cambió su nombre y también la forma como se jugaba el joven juego beisbol. Cuenta su leyenda que era más astuto que hábil, también defendió la primera base y disputó algunas veces el jardín derecho.
Él fue Connie Mack. Su historia y la historia del juego son inseparables.
Una tarde de 1887, le pidió al pitcher que tirara por encima del brazo, hasta entonces sólo se lanzaba por debajo. El resultado fue un envío que llegó tan rápido al plato que el bateador no pudo verlo. Hubo reclamos de inmediato, sin embargo, aunque era la primera vez que se veía algo así, no era ilegal. Hoy conocemos ese lanzamiento como “recta”.
Esto tuvo tal impacto en el beisbol, que el montículo tuvo que ser movido de 45 pies a los 60 pies y seis pulgadas que hasta el sol de hoy lo separan de la goma.
Connie Mack era un receptor instintivo y a la vez conocedor de sus rivales. Sabía cada regla y sus alcances, desde esa posición entendió que “el lanzador representa el 75% de la victoria en un juego de béisbol”.
Adelantado a su tiempo, en 1906, dijo reiteradas veces que debía existir un bateador que tomara el lugar del pitcher en la alineación. Consideraba que el lanzador era un bate débil y que se ayudaría al juego si era sustituido. Se adelantó 63 años a la figura del bateador designado.
Su forma de ver el beisbol, le permitió convertirse en mánager y empresario con los Atléticos de Filadelfia.
Cuando se quitó el uniforme para ser mánager, vistió de traje, corbata y sombrero, así entraba al terreno.
Dirigió por cincuenta y tres años, lo que constituye una marca casi imposible de superar, así como el récord de tres mil setecientos treinta y un ganados. Es el mánager con más victorias y también el del peor récord de derrotas con tres mil novecientas cuarenta y ocho en siete mil setecientos cincuenta y cinco desafíos. Como entonces los juegos podían quedar empatados, en ese renglón dejó setenta y seis.
Atléticos de Filadelfia fue un poderoso equipo de la Liga Americana. Conquistó seis de los primeros catorce banderines del circuito, incluidos cuatro de los cinco títulos entre 1910 y 1914. Mack ganó nueve campeonatos de la joven liga y cinco títulos de Serie Mundial.
Durante su ejercicio como dirigente, ocho presidentes pasaron por la Casa Blanca.
Falleció en Filadelfia, después de fracturarse la cadera en una caída de la que no pudo levantarse, el 8 de febrero de 1956, cuando contaba 93 años de una vida definitivamente trascendente.
El New York Times, a manera de obituario, publicó: “Era un nuevo tipo de mánager, en la antigüedad dirigían por la fuerza, a menudo golpeaban a los jugadores que desobedecían las órdenes en el campo o rompían las reglas del club. Mack fue un hombre cordial y de voz suave, siempre insistió en que podía obtener mejores resultados con amabilidad. Nunca humilló a un jugador criticándolo en público. Nadie lo escuchó regañar a un hombre en los momentos más difíciles de sus muchas peleas por los banderines”.
Una frase suya lo define: “La humanidad es la piedra angular que une a las naciones y los hombres, cuando eso se derrumba, toda la estructura se desmorona. Esto es tan cierto para los equipos de béisbol, como para cualquier otra actividad en la vida”.
Es inmortal desde 1937. Forma parte de la segunda clase del Salón de la Fama de Coorpestown, junto a John McGraw, Nap LaJoie, Cy Young, George Wright, Tris Speaker, Ban Johnson y Norman Bulkeley. Es bueno precisar que forma parte de los exaltados en la primera ceremonia que ocurrió en 1939, junto a la primera clase de 1936 (Babe Ruth, Ty Cobb, Walter Johnson, Cristy Mathewson y Honus Wagner), los elegidos en 1938 (Alexander Cartwright, Pete Alexander y Henry Chadwick) y los elevados en 1939 (Eddie Collins, Willie Keeler, George Sisler, Al Spalding, Charles Comiskey, Cap Anson, Buck Ewing, Candy Cummings, Charles Radbourn y Lou Gehrig). De todos ellos, once estuvieron en la ceremonia inaugural del templo de los inmortales. Connie Mack aparece en la foto, a la izquierda de Babe Ruth.
Esta cita de Ernest Hemingway, parece haber sido escrita para él: “El béisbol enseña a ganar honestamente, el béisbol enseña a perder con dignidad, el béisbol enseña todo, enseña la vida”.
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