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“El amor nos llena de vida, el amor nos llena de juventud”. Esta frase, obviamente, la dice alguien que ya pasó la juventud hace un rato. El joven, sencillamente, se llena de vida y emociones una vez que está enamorado, pero no añora lo que tiene: juventud. El amor, qué duda cabe, es esa maravillosa perturbación que nos afecta de cuando en cuando.
Después de cierta edad el hombre ya no busca el amor, como si le temiera. Por eso, si el amor llega cuando ya no se esperaba produce sus estragos. Baste oír esa gran confesión de Simón Díaz en Caballo Viejo. Y no sólo esa confesión. Cuando Ponce de León decide lanzarse en esa aventura de conquistar La Florida, ya con sus años a cuestas, lo que en realidad buscaba era la fuente de la eterna juventud. Así, como lo testimonia Germán Arciniegas en su magnífica Biografía del Caribe, Ponce se zambulló en cuanto charco iba encontrando. Así llegó hasta las Carolinas. ¿Y por qué buscaba desesperadamente Ponce la fuente de la eterna juventud? Pues porque estaba enamorado y necesitaba eso que en Cuba llamaban no vigor sino pingor, en clara alusión a lo que usted sospecha.
Pues si le pasó a Simón Díaz, si le pasó a Ponce de León, si le pasó a tantos dignos varones que en el mundo han sido, cómo no le iba a pasar a don Mario Vargas Llosa.
Ha declarado recientemente, en El País de Madrid, casi la letra de un bolero: “Soy inmensamente feliz” (leo esto y me viene el estruendo de voz de Celeste Mendoza con aquel bolerazo “Soy tan feliz”).
Como saben, Mario Vargas Llosa a sus casi 80 años decidió acabar el matrimonio con su prima Patricia. Primero se casó con la tía Julia, de donde surgió esa deliciosa novela “La Tía Julia y el escribidor”, y al terminar la relación con la tía se casa con la prima. Con ella vive varias décadas, sus hijos son todos de Patricia. Pero cuando está por entrar en la octava década, Vargas Llosa siente el arañazo de la juventud perdida y decide por fin empatarse con alguien que no es de la familia.
Aparece en la escena la filipina Isabel Preysler, quien ha sido esposa de hombres prominentes (Julio Iglesias, Carlos Falcó, Miguel Boyer), socialité española y figura emblemática de la revista Hola.
En su último ensayo –La civilización del espectáculo- Vargas Llosa destrozó la banalidad de ese mundo de farándula y frivolidades. Pero la vida tiene sus sorpresas y paradojas y ahora termina de protagonista, precisamente, de dicha revista, la más banal entre todas las revistas banales. Ha roto con toda la sobriedad que supuso su vida anterior, y hasta los hijos le han recriminado en público, Álvaro incluído. Pero don Mario, Marqués de Vargas Llosa, ha hecho caso omiso de todo esto porque, como dice: “Me siento muy ilusionado, realmente muy rejuvenecido, y tengo mucha esperanza de que en el futuro esto tenga un efecto, no solo en mi vida privada sino también, y fundamentalmente, en mi trabajo de escritor”.
Esto hay que leerlo con admiración. Más de uno reclamará: “¡Viejo verde, bolsa!” ¡Pero si todos tenemos derecho! Además, él se siente -ya lo ha dicho- rejuvenecido, y, siendo un escritor, lo que espera es que su obra literaria también pueda ser rejuvenecida. Que falta le hace, sea bueno acotarlo, porque la producción literaria de Vargas Llosa, con la notoria excepción de La Fiesta del Chivo, deja que desear en los últimos años. Sobre todo en comparación con aquellas maravillosas novelas: La ciudad y los perros, La Casa Verde, Conversación en la Catedral, La Guerra del Fin del Mundo, en fin.
Dice la nota de El País: Cerca de cumplir 80 años y de publicar una nueva novela titulada Cinco esquinas, el Premio Nobel de literatura mira hacia el futuro.
¿Qué dice Vargas Llosa? Cual si Ponce de León se hubiese encontrado frente a la ansiada fuente: “Quién iba a decir que iba a estar viviendo una gran pasión y organizando mi vida como si fuera a vivir eternamente”.
Ese es uno de los detalles que uno siempre le agradece al amor: uno siente que la muerte no tiene cabida.
“Espero que mi mejor libro sea el próximo que escriba. Que no esté atrás sino por delante. Que sea un desafío y que la muerte me pesque escribiendo mi mejor libro. Ese es mi gran sueño”
Don Mario, que así sea. Por usted, por su felicidad, por la de la señora Isabel, supongo… Y por sus lectores, entre los cuales me encuentro militantemente.