Yolanda Pantin acaba de ser galardonada con el Premio Casa de América de Poesía Americana, que recibirá en Madrid en noviembre. El reconocimiento le llega a una escritora fundamental de nuestra tierra, como alivio también al alma golpeada del país
Publicado en El Estímulo
Por: Milagros Socorro
A veces ocurre que un reconocimiento internacional a un artista, escritor o científico es recibido por el país del distinguido como si el galardón fuera para el colectivo nacional en pleno. Es lo que ha ocurrido con el XVII Premio Casa de América de Poesía Americana, que acaba de recaer en la poeta venezolana Yolanda Pantin.
Pocas veces hemos visto una manifestación tan entusiasta y multitudinaria de satisfacción por un premio. Los medios de comunicación, las redes sociales, se hicieron eco de inmediato de la noticia; y esta vez no tenía esa atmósfera de hecho medio clandestino que suelen tener los acontecimientos ligados a la poesías. El premio de Yolanda Pantin fue recibido en Venezuela como una garúa en el desierto: no solo como un acto de justicia para una gran escritora que, aunque es conocida y respetada en los cenáculos, no ha sido objeto de la valoración mundial que en Venezuela sabemos que merece, sino también como un espaldarazo al país, a la cultura venezolana, al castellano de Venezuela y a sus fuerzas civilistas y constructoras.
No saben, no pueden saber, los españoles, el jurado, los escritores de la hispanidad, cuán hondo nos ha llegado este premio, que aunque viene a distinguir una obra en particular, el libro Lo que hace el tiempo, ha sido percibido como un gesto de comprensión y consuelo para un país que ha sido muy maltratado, muy humillado y muy desoído. Es como si al poner la mirada en nuestras luces, la dirigieran también a nuestras sombras, a nuestro dolor, a nuestro estupor. Y de cierta manera han traído alivio a nuestra herida.
Yolanda Pantin es una figura de la cultura venezolana conocida por su constancia en la labor poética, ensayística y editorial, así como por la sobriedad de su conducta y maneras, lo que no la ha alejado, por cierto, de la lucha política y de la defensa de la democracia. No tan conocidos como sus versos son sus afanes en apoyo a las coaliciones democráticas que en estos años de dictadura se han conformado en Venezuela, su apoyo en la redacción y corrección de documentos, así como su firma al pie de manifiestos de amplia circulación.
Con inmensa discreción, sin alharacas, ajena totalmente a la fanfarronería y la gesticulación, así ha completado Yolanda Pantin casi cuatro décadas de trabajo literario y compromiso venezolano. Que sea una mujer y que provenga de la provincia de Venezuela tiene para algunos de nosotros un ribete especial.
En noviembre de este año, Yolanda Pantin comparecerá en los predios de la diosa Cibeles, en Madrid, para recoger su premio. En su falda, como rosas recién cortadas, llevará el corazón de Venezuela y el orgullo de un país por su escritora, una que ha sostenido una obra con nuestro castellano y ahora ha conquistado un premio para nuestro acento.