Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
De ese jonrón para dejar en el terreno a los Yankees en el Minute Maid Park se hablará por décadas, se hablará por siempre.
José Altuve sabía que Aroldis Chapman no le iba a lanzar una recta y se preparó para esperar la slider y conectarla. Eso le dijo después a su compañero Carlos Correa, quien contó esto, todavía impresionado, en la transmisión de Fox. Llegó al plato con ese plan, es del tipo de pelotero que se concentra en lo que va hacer desde antes de comenzar la práctica, estudia a sus rivales con rigor, todo el tiempo metido en el juego, buscando sus debilidades y fortalezas.
Las capacidades del camarero de los Astros no dejan de sorprender, va haciendo más y más grande su leyenda.
La pelota abandonó el parque en 4.8 segundos a 105 millas por hora, luego de recorrer 407 pies de distancia. Chapman sonrío resignado, mientras Altuve recorría las bases y todo el estadio celebraba la victoria que los lleva de nuevo a la Serie Mundial.
Su vuelta al cuadro fue ejemplar, evidenciando respeto por su rival y por el béisbol. Pendiente de que sus compañeros emocionados no le dañaran la camisa “para no tener problemas con mi esposa”, según confeso más tarde entre risas, porque en 2017 se la arrancaron en medio de la euforia y no quería que volviera a suceder.
Miguel Ángel García, ex jugador y scout de los Tigres de Detroit nos comentaba en la mañana de este domingo: “no hizo ningún gesto a sus contrarios, corrió con mucho profesionalismo, con lenguaje corporal respetuoso, me emocionó más verlo recorrer así las bases que el mismo batazo, una vez más súper orgulloso y contento por todas las cosas que ese muchacho ha hecho”.
Antes de iniciarse esta serie, conversamos en Tampa para el portal de béisbol “El Extrabase”, le pregunté qué significa para él que Justin Verlander diga que sintió mucha confianza cuando declaró en una entrevista “amo a Justin Verlander”. Estamos hablando de uno de los mejores lanzadores de su tiempo, de un hombre que seguro estará en la galería del Salón de la Fama de Cooperstown.
– Me hizo sentir bien que dijera eso. Es una persona bastante humilde, está teniendo una temporada increíble y lo único que quiere es ayudar al equipo. Esa es la clave de su éxito, juega para ganar. Sabemos que en el 2017 estaba en ese período de transición para adaptarse al equipo, pero lo hizo bastante bien, terminó ayudando a ganar la Serie Mundial y para mí ha sido determinante, la pieza que faltaba en un equipo que estaba bien de pies a cabeza, pero él lo hizo mejor todavía.
Enfatizó en que si algo agradece como jugador es no tener que enfrentarlo, “ni a Verlander, ni a Gerrit Cole, ni a Zack Greinke”. Constituyen una de las mejores rotaciones de todo el béisbol, junto a la de los Nacionales de Washington que serán sus rivales en el Clásico de Octubre. Nos daremos banquete como aficionados.
Habló también de su producción jonronera, hasta ese momento llevaba 10 en su cuenta. Con el de este sábado ante Chapman, amplió la suma a 13, igualando el total de Miguel Cabrera en playoffs, y aún le falta la Serie Mundial, lo que permite pensar que debe quedarse con el récord absoluto entre los tolereros venezolanos. Cuando llego a 12 pasó a ser el camarero con más vuelacercas de la historia en postemporada.
– No estoy tratando de conectar cuadrangulares, solo estoy yendo al plato a hacer un buen swing, gracias a Dios he tenido buenos pitcheos y he podido sumar esa cantidad en 3 postemporadas, pero sobre todo ayudar al equipo a ganar y avanzar y ojalá lleguemos a la Serie Mundial porque podemos ganarla.
Cuando llegó a los 30 jonrones en la temporada no se hizo la pregunta que nos hicimos todos: ¿A cuántos habría llegado si la lesión no lo saca por mes y medio de acción?
– Dios siempre tiene un plan y era que yo fuera a la lista de lesionados para que volviera más fuerte tanto física como mentalmente. No empecé la temporada como quería, sí tenía varios jonrones pero no me sentía que era yo. Fui a la lista de lesionados y estuve trabajando muy duro para recuperarme y lo que más me gustó no fueron los jonrones, sino que estaba recuperado al ciento por ciento.
Todo el mundo habla de él con la admiración y respeto que se ha ganado con el béisbol que brinda, y el béisbol le ha retribuido todo lo que da.
Justin Verlander le dedicó un mensaje muy breve en su cuenta de Twitter después de la victoria que dice: “Literalmente amo a José Altuve”.
¿Quién no?
Ese batazo contra Chapman y la extraordinaria postemporada que ha tenido, le valió el Premio al Jugador Más Valioso de la Serie de Campeonato, emulando a sus antecesores venezolanos: Jesús Marcano Trillo, camarero como él, otro segunda base, Marco Scutaro, a Alcides Escobar y Eddie Pérez como ganadores de ese trofeo, es que Altuve tiene de todos, aunque es único.
Por eso queremos recordar esta crónica que le dedicamos hace un par de años, cuando recién había ganado la Serie Mundial.
José Altuve, heredero de todos
No sé si José Altuve escuchó hablar de Pompeyo Davalillo, un hombre de béisbol, legendario por su filosofía del juego, por sus decisiones inesperadas que pasaron a las crónicas como “pompeyadas”, para definir esas jugadas que sorprenden, caribes y ejecutadas con picardía.
Pompeyo se las ingeniaba para ganar, desde siempre, desde que decidió convertirse en jugador profesional a pesar de su tamaño, poco mas de 1,60 y llegó a las Grandes Ligas en 1953, con Washington, cuando solo eran 16 equipos. Pompeyo no creía en imposibles y era capaz de hacer lo impensable.
La única base que robó en los 20 cotejos en los cuales vio acción, fue el home, el 6 de agosto de 1953, contra Billy Wrigth y con Joe Tipton en la receptoría. Ese juego se lo ganaron los Senadores a los Indios de Cleveland y perdió Bob Feller. Dice el Box Score, que “Yo-Yo” Davalillo fue el segundo bate. Se fue de 3-2, con 2 anotadas y participó en una jugada de doble play.
Jugó el short stop en la época en que Phil Rizutto lo hacía para los Yankees y Alfonso Carrasquel para los Medias Blancas, no cualquiera jugaba en las Mayores, no es así ahora y no lo era entonces con casi la mitad de los equipos. Fue un Grande Liga, aunque sólo estuviera un año.
Pompeyo no vio jugar a José Altuve, pero me atrevo a decir que le habría recordado a sí mismo, por el tamaño y por la ganas de conquistar el home, cualquier home.
Hoy José Altuve es el pelotero más sensacional del béisbol, es el diamante más valioso de todos los diamantes, y aunque lo sabe, porque el béisbol traduce casi todo en números, es genuinamente humilde, no es una pose.
Aun se sorprende cuando las estadísticas le demuestran que lleva un ritmo mejor que el de Pete Rose en la cuenta de los hits. Sonríe y agradece el dato, pero nada quebranta su sencillez.
Juega y se divierte, es bueno y trabaja duro. Le da con una mandarria a una rueda de tractor y practica montones de veces sus tiros a las bases, corre y vuelve a entrenar y así se ha hecho su “suerte”.
No ha dejado de ser el muchachito que se iba a la parte de atrás del graderío del José Pérez Colmenares de Maracay, a buscar pelotas que se fueron de jonrón, para tener con qué jugar al día siguiente la partida.
Disfruta el recuerdo cuando evoca aquellos días en su amada Maracay, cuando jugaba béisbol y más béisbol para divertirse y compartir con su papá: su primer gran entrenador.
Ya han contado sus compañeros y coaches que era un fuera de serie con el bate, que esa chispa que hoy alumbra todos los terrenos comenzó a deslumbrar en la bella “Ciudad Jardín”, donde se convirtió en jugador profesional a fuerza de batazos que fueron posibles gracias a su dedicación.
Tenía que destacar, quería llegar y sabía que su tamaño podía ser un obstáculo, pero él tenía algo más importante que estatura, y es que, como dice uno de los capítulos del libro de béisbol que nadie ha escrito: “Todo el que batea, juega”.
Además era su actitud.
Él es ese tipo de bateador que conecta la bola al cuadro y sale corriendo a primera como si fuese posible ser más rápido que la pelota, y a veces, lo consigue y llega quieto, o el infielder se enreda tratando de ponerle más, porque Altuve le pone más, y esa puede ser la diferencia entre ponerlo out o que se embase, y Altuve embasado es como aquella frase de Casey Stangel sobre Luis Aparicio: “Denle base por bolas a Luis Aparicio y de inmediato la convertirá en doble”. Ellos tienen en común el tamaño, en estatura, voluntad y calidad.
En el béisbol no hace falta altura si se está a la altura.
Pablo Torrealba y Wolfgang Ramos lo detectaron temprano y se empeñaron en que Alfredo Pedrique se decidiera a firmarlo para los Astros.
“¡Ese enano va a batear!”
Y como en otras historias de estrellas como Bob Abreu, Richard Hidalgo, Melvin Mora o Johan Santana (por citar algunos), el sabio Andrés Reiner fue una valiosa opinión que terminó por convencer a Pedrique. Donde quiera que esté, don Andrés debe estar aplaudiéndolo.
“Le dimos 15 mil dólares de bono, pero él nos decía que no le importaba el dinero, que lo que quería era que le dieran la oportunidad”, recuerda Alfredo Pedrique horas antes del séptimo juego de la Serie Mundial, “me ha alegrado mucho verlo, lo he disfrutado como si fuese mi hijo”. Remata emocionado.
El hoy mánager del equipo triple A de los Yankees es de esos estrategas que usan las estadísticas para apoyarse, pero siempre valorando los intangibles, lo que los números no son capaces de decir, las cualidades que no refleja la sabermetría.
José Altuve estaba en doble A cuando fue invitado al Juego de las Estrellas del Futuro. Al año siguiente fue al Juego de las Estrellas de las Grandes Ligas, se ganó ese derecho y al cabo de cinco temporadas ha dejado claro que nada fue casualidad.
Por tercera vez líder bate, cuarta campaña con 200 hits, otro Juego de Estrellas, Premio Hank Aaron, de nuevo Premio Luis Aparicio, Jugador del año, probablemente Jugador Más Valioso, protagonista de publicaciones, estrella de comerciales, invitado de Jimmy Fallon y el más amado por los niños desde los tiempos de Ozzie Smith y Kirby Puckett, según dijo el periodista Bob Costas hace unos días al New York Times.
José Altuve ha roto paradigmas, los cazadores de talento lo van a pensar mejor antes de rechazar a un muchacho por su tamaño.
Es tan especial y único, que es heredero de Pompeyo Davalillo, Luis Aparicio Montiel y Omar Vizquel, pero también de César Tovar, Jesús Marcano Trillo y Andrés Galarraga.
Imagino un campo de tierra, en alguna parte de Venezuela o de Texas, al momento de elegir los jugadores de cada equipo, a unos niños midiéndose para ver quién es el mas bajito, todos quieren ser José Altuve.
Lea también: «Martín Prado: El ingeniero del béisbol«, de Mari Montes