Soledad Morillo Belloso

La Otra – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

*Escrito para las mujeres, pero es bueno que lo lean los hombres

Ella no madruga por gusto. Madruga porque el mundo insiste. Pero mientras se cepilla los dientes, está imaginando una vida alternativa donde es estrella de cabaret y desayuna champagne con fresas.

Le fascina hablar sola, porque es la única que siempre le da la razón. Le hace ojitos a los desconocidos, no por flirt, sino por deporte. Le gusta desordenar gavetas cuando busca “algo que no sabe qué es”. Siempre lo encuentra.

A esa otra mujer le importan tres pepinos lo que opinan los influencers. Su influencer de cabecera es la tía loca que baila salsa sola en las fiestas familiares. Esa mujer colecciona momentos, no evidencias. Por eso tiene mil recuerdos y ninguna foto.

Cuando entra al supermercado, va por detergente y sale con tacos y esmalte de uñas. A veces aparece disfrazada de carcajada, de silencio incómodo, de mirada que dice “sé más de lo que parezco”. Le gusta sabotear la rutina con ideas absurdas tipo “¿y si dejo todo y me voy a aprender gastronomía en La Toscana?” No lo hace. Pero por cinco minutos, lo vive.

Esa mujer está hecha de magia cotidiana. Es la voz que te dice “no pidas permiso”. Es la que se escapa por la ventana de tus pensamientos cada vez que la vida se pone seria. Es la versión sin filtros, sin excusas.

Y cada vez que la dejas salir…

Te recuerda que ser mujer también es un acto de comedia divina.

A veces la diferencia está en el tono. Si quien te habla es seria, organizada, preocupada por si ya pagaste el seguro del carro, probablemente sea “tú oficial”. Pero si la voz se ríe antes de terminar la frase, si propone locuras tipo “vamos a fingir un acento ruso en la reunión”, entonces sí, es la otra. Una pista segura es que la otra mujer no da consejos… hace  invitaciones. No te dice “ten cuidado”, sino “¿y si lo hacemos igual, pero con seda y encaje?”. Hay quienes aprenden a reconocerla por el cosquilleo previo a una decisión poco lógica pero absolutamente deliciosa. Ella no razona, ella provoca. Y no responde con argumentos, sino con carcajadas que suenan a permiso.

Hay días en que te despiertas con una voz que te dice: “Hoy ponte los zapatos de tacón, aunque vayas  al abasto”. Y ahí sabes: esa no eres tú-tú, la que organiza el calendario y paga la luz. Esa es la otra, la que se aburre de lo sensato y busca el efecto sorpresa. La misma que sugiere mensajes misteriosos, como “Me acordé de ti sin razón”, sólo para ver qué pasa.

¿La quieres identificar? Fácil: la otra no te habla, te guiña. No te exige nada, pero te da ganas de hacer todo. Es esa voz bajita que aparece cuando el silencio se pone interesante. A veces la sientes como cosquilleo en las costillas antes de hacer algo que nunca harías. Otras veces, entra como tromba marina con una idea loca que te hace reír sola.

Y si dudas de quién lleva el volante interno… basta con mirar tu outfit: ¿práctico o provocador? ¿Rutina o aventura? Si hay color, riesgo, o una decisión innecesariamente teatral… ya sabes quién está al mando.

Algunas mujeres la confunden con un impulso. O con el efecto del café mal colado. Pero ella no es una ocurrencia: es una presencia. No hace ruido, hace efecto. Se manifiesta cuando estás a punto de decir “no puedo”, y de pronto te sale un “pues claro que sí, y con brillo”.

Cuando le hablas a alguien y no sabes si eres tú o la otra, hay formas de averiguarlo. Por ejemplo, si usas palabras como “imposible”, probablemente sea la versión de ti que organiza las prioridades. Pero si la frase empieza con “no sé por qué, pero tengo ganas de…”—, ya estás cruzando a terreno prohibido. La otra mujer vive en esas frases que no esperan permiso, ni explicación.

Una vez al mes (o a la semana, si anda inspirada), se asoma en conversaciones inocentes. Tú dices: “sólo voy a mirar”, y ella compra. Tú susurras “tengo que comportarme” y ella grita “¡aburridooo!”. A veces, aparece cuando lees un mensaje que no deberías responder, y ella teclea el emoji antes de que tu juicio despierte.

¿Y sabes qué? Tiene excelente timing. No interrumpe cuando estás en modo responsable. Pero cuando se abre una rendijita de libertad, entra como brisa con olor a fiesta, y te recuerda que vivir también es permitirse el desorden ocasional.

Por eso, no siempre sabrás si quien está hablando es “la tú de todos los días”… o esa otra tú que lleva puesta la piel de secreto.

Eres tú y eres la otra. Y a tu pareja le gusta una, pero mucho más la otra. Y claro que le gusta la una: la que organiza los domingos, recuerda cumpleaños, y sabe que los granos se cocinan a fuego lento. Esa eres tú, sin adornos. Pero cuando aparece la otra —con su humor impertinente, su risa de medio lado y su capacidad para convertir una cena cualquiera en escena de película— entonces él se derrite como mantequilla en arepa caliente.

La otra no pregunta “¿te parece bien?”… simplemente lo arrastra. Le dice “vamos a hacer algo irresponsablemente divertido”, y él ya está buscando las llaves. A ella le celebra el descaro, la falta de horarios, el vestidito innecesario un martes por la tarde. Y tú lo ves, y entiendes: a veces la pasión no se enamora de la lógica, sino de ese disparate que no avisa.

Pero lo sabroso es que no hay que elegir. Porque tú eres las dos. La que sirve sopa y la que improvisa un viaje con lo que hay en el bolso. Él cree que tiene una, pero está con un dúo que se turnan el protagonismo según el clima emocional. Y aunque diga que le gusta más “la otra”, lo que de verdad lo cautiva… es no saber cuál aparecerá al abrir la puerta y a  cuál desvestirá en la cama esa noche.

 

 

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