Soledad Morillo Belloso

Lo que he aprendido en estos tres años – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

He aprendido lentamente, como crece el musgo. Nada fue inmediato, pero llegó, con la paciencia de lo que se transforma sin ruido. Descubrí que el silencio no es vacío, sino otro lenguaje: hay palabras que no se dicen, pero se sienten en la espalda, como un escalofrío que no avisa.

Aprendí a escuchar el cuerpo, no como herramienta, sino como territorio vivo. Un paisaje de dolores, intuiciones y temblores. Cuerpo que calla, pero guarda, que recuerda lo que nunca se dijo. Descubrí que la belleza física se desvanece si se persigue. A veces basta con quedarse quieta para que llegue sin alarde.

La restauración no es volver, sino atravesar. Un tránsito de bacterias invisibles y suturas ocultas, que sostienen la trama con delicada irreverencia. Aprendí a valorar lo imperfecto, a afinar el oído en donde nadie escucha, y hallar allí una música que no busca armonía, pero vibra con verdad.

Aprendí a simplificar sin reducir, a convivir con la ambigüedad, a confiar en lo que no se explica. Hay saberes que no caben en frases, sólo en respiraciones entrecortadas y miradas que titilan. Lo valioso a veces se esconde en una cama deshecha, en una carta no enviada, en un gesto pequeño que lo cambia todo.

Aprendí a escribir sin tanto corregirme, a dejar que lo roto diga algo, que lo inacabado respire. A celebrar la risa que desordena, la que nace entre escombros y devuelve fragmentos olvidados.

Ahora camino distinto. No con certezas, pero con una brújula interior que reconoce los temblores como señales. El mapa sigue dibujándose con líneas imperfectas y bordes porosos. Me abro a renacer sin estruendo, a encontrar sentido en lo mínimo: una hoja que cae, el olor a lluvia, una voz que nombra lo que no supe decir.

Estoy dispuesta a errar con gracia, a equivocarme sin juicio. Quiero seguir escribiendo desde lo inacabado, donde el poema titubea, y cultivar lo íntimo sin miedo. Dar espacio a la lentitud, a los vínculos que crecen lejos del ruido, a las presencias que no necesitan escenario.

Me propongo no entenderlo todo, pero sí darle lugar: al dolor, a la risa, al amor sin garantías, a lo fugaz que tiene peso. Mi vida se vuelve conversación con el misterio, con lo que no controlo pero me acompaña, con lo que transforma sin pedir permiso, como el viento que se cuela por una ventana entreabierta.

Me reconozco en lo que cambia sin estruendo. Nada termina del todo, ni empieza donde creemos. Lo vivido no se archiva: se transforma. Lo aprendido no se memoriza, se encarna. Me dejo acompañar por lo que vibra bajo la superficie, por lo que no sé nombrar pero ya camina conmigo.

Camino con lo aprendido como quien lleva un corcho en el bolsillo: no pesa, pero recuerda. No sé hacia dónde me lleva este tránsito, ni qué palabras vendrán a decir lo que calla. Pero confío en que la siguiente brisa traerá algo que valga la pena.

El futuro germina debajo de todo lo vivido, sin prisa, sin ruido. Y aunque invisible, ya dibuja su forma sobre mi piel.

 

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Post recientes