«Tongolele no sabía bailar», la novela que le costó el exilio a Sergio Ramírez – Oscar Medina

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Oscar Medina

En la Nicaragua de Daniel Ortega, un escritor nicaragüense “logra un ritmo cargado de un humor liviano o a veces negro que ayuda a distanciarse del horror y a disfrutar plenamente la narración”. Entre voces reales e imaginadas Sergio Ramírez va tejiendo una realidad que fluye entre el atropello de un poder autoritario y corrupto y las vicisitudes del inspector Morales. “Tongolele no sabía bailar” es un thriller que al llegar al punto final la historia “real” sigue su camino.

En realidad el exilio del escritor nicaragüense no se debe solo a la novela. Sergio Ramírez estaba en la mira del dictador Daniel Ortega desde hace ya unos cuantos años debido a sus críticas al régimen autoritario y corrupto que gobierna ese país. Y esto es algo que conoce desde muy adentro porque él mismo militó en el sandinismo y en la lucha contra Anastasio Somoza y llegó a ser vicepresidente de la República. Pero ese no es el relato de este libro.

En abril de 2018 el gobierno de Nicaragua anunció una reforma al sistema de seguro social que, en resumen, se traducía en meterles la mano en los bolsillos a los ciudadanos y a las empresas. Esa fue la chispa que generó una ola de protestas encabezadas inicialmente por estudiantes. No había acabado el mes y ya se contaban al menos 25 muertos, 100 detenidos y decenas de heridos. El cálculo final de estos eventos estima que 400 personas murieron producto de la represión ordenada por el régimen bicéfalo de Ortega y su esposa Rosario Murillo.

En ese escenario se desarrolla “Tongolele no sabía bailar” (Alfaguara, 2021), novela que cierra la trilogía de Dolores Morales, un inspector expulsado del cuerpo policial, devenido en investigador privado y para entonces obligado a salir del país. Tongolele, por supuesto, no es la famosa vedette, sino un tipo siniestro que está al frente del espionaje interno de la dictadura: Anastasio Prado, descrito como “un personaje ubicuo que prefería mantenerse en el anonimato; una biela maestra, pero silenciosa, de la máquina del poder”.

 

“Técnica, mañas, trucos, recursos: no te pongas a intentar diseccionar eso porque Ramírez irá,

página a página, atrapándote”

 

 Así que todo arranca aquí: con el inspector Morales, acompañado de su amigo Rambo, a punto de cruzar la frontera desde Honduras porque quiere regresar a Managua para ver a Fanny, su pareja, cuya salud se deteriora por el cáncer. La motivación, aunque no parezca en alguien como Morales, es el amor. Torpe, pero amor al fin.

Lo que ocurre a continuación no hay que revelarlo en estas líneas, pero asomemos algunos elementos para tener mejor idea de la molestia del engendro Ortega-Murillo: a través de una serie de personajes muy bien construidos, Sergio Ramírez pone en evidencia no solo la represión criminal desplegada contra las protestas, sino que con un tono en el que parece que estuviera jugando, desnuda la corrupción de todo aquel que ostenta un cargo de poder, las heridas y traumas -si se quiere ver así- de la larga historia de conflictos armados en Nicaragua, la traición a los viejos ideales, la ambición sin límites, las conexiones con Cuba y Venezuela, el menosprecio por los ciudadanos y las ridículas y al mismo tiempo peligrosas creencias esotéricas de Ortega y Murillo que se manifiestan en símbolos absurdos como los llamados “árboles de la vida”, una serie de mamotretos profusamente iluminados y coloridos que se “sembraron” en casi todo el país -uno, incluso tiene la imagen de Chávez- cuyo “campo magnético anula toda fuerza perniciosa y destructiva”.

Pero esas son puras vergas, Pedrito, vos y yo lo sabemos bien. Para protegerlos a él y a ella de tanto hijueputa mal nacido estoy yo”, dice Tongolele.

Y pese a revelar o pasearse por todo esto, pese a contar asuntos realmente terribles, Ramírez logra un ritmo cargado de un humor liviano o a veces negro que ayuda a distanciarse del horror y a disfrutar plenamente la narración. A fin de cuentas estamos ante alguien contando una historia, y resulta que ese alguien es un maestro en su oficio.

Técnica, mañas, trucos, recursos: no te pongas a intentar diseccionar eso porque Ramírez irá, página a página, atrapándote con lo que parece una forma sencilla pero muy efectiva de narrar que hace que todo fluya, los tiempos, el pasado y el presente, las sorpresas, los giros, lo que ocurre en las calles, lo que pasa en las cabezas de personajes, las voces reales y las imaginadas, lo delirante y lo concreto, las caricaturas verosímiles y esa gente que está ahí y que parecen tan verdaderas y exactas como los muertos de aquellos días de 2018.

Lo único que se puede lamentar es que en esta historia, al llegar al punto final, la tiranía siga ahí: cada vez peor.

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