El contrabajo es un instrumento aparatoso, voluminoso, incómodo. Contrasta tanto con la liviandad de su hermanito el violín, que se puede cargar en una sola mano. El contrabajo, ese violín gigantesco, pesa y no cabe prácticamente en ningún lado. El contrabajista tiene siempre dificultades para llegar y para trasladarse. Y cuando está en la orquesta, como lo narró Patrick Süskind en su historia de “El contrabajo”, suelen ponerlo detrás. Los contrabajistas van al fondo, son las últimas cuerdas y, por ello, la cantante de la cual estaba enamorado el protagonista de la novela, poco reparaba en ese hombre perdido que se afanaba tanto con el contrabajo.
El contrabajo tiene otro detalle: sin él no hay música. Ni popular, ni académica, ni jazz, ni salsa, ni nada. Pero solo los oídos educados le saben encontrar el sonido, lo saben escuchar y le saben descubrir su virtud. Muchos piensan que el contrabajo ni siquiera suena.
Pues bien, hago todas estas consideraciones, porque me he topado con un disco interesantísimo, un disco de contrabajo, de dos contrabajistas: “But Who’s Gonna Play The Melody?” – ¿Quién va a tocar la melodía? -, de Christian McBride y Edgar Meyer. El título tiene sentido porque si están dos contrabajistas – combinación nada frecuente de acotar -, uno llevará el ritmo y el otro hará la melodía, y el que haga la melodía será el protagonista sin duda, ¿quién va a tocar la melodía? Christian McBride es de los contrabajistas más destacados en el mundo del jazz de las últimas décadas, y Edgar Meyer viene del mundo académico, aunque también ha hecho jazz. Son dos grandes virtuosos con sonidos extraordinarios en su instrumento.
El primer tema, “Green Slime”, nos muestra el intercambio que se hacen en quién va a llevar la melodía. Al pizzicato va el que va llevando el ritmo, el arco lo lleva el que haga la melodía. Este tema es de Meyer.
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