Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Hablemos por una vez de estos malvados demiurgos, que dizque tienen pilladas nuestras pasiones más íntimas, van a eliminar nuestros puestos de trabajo y al final destruirán la sociedad y el mundo. ¿Suena familiar? Yo propongo que este terror se basa en premisas falsas o muy sesgadas, y lo he sabido al calibrar lo que los dichosos bichos hacen con la persona a la que mejor conozco, yo mismo. A ver, ¿Facebook se va a apropiar de mi devenir? Pues no sé cómo lo va a lograr porque casi nunca paso por ahí. Voy más a Twitter, aunque no suelo obedecer sus “sugerencias”. De tarde en tarde sí examino un trending topic que me llama la atención, pero no creo que eso me conduzca a ninguna decisión importante. Casi nunca pincho donde dice “anuncio”.
Claro que hay casos notorios en los que un algoritmo puede perfilar parcialmente a alguien, en particular cuando esa persona permite que su información sea accesible a las máquinas, algo que al menos yo no recomiendo. ¿Pediste con frecuencia recetas de opioides, compras trago casi a diario y eso queda registrado? Pues claro que las aseguradoras te van a tratar como a un adicto potencial y van hacerte la vida más difícil a la hora de expedirte una póliza. ¿Qué esperabas?
Un algoritmo funciona bien cuando se aplica a un universo con homogeneidades importantes y divergencias que no se entienden de entrada. Pues bien, yo soy quien soy no por mis homogeneidades sino por mis divergencias con el resto de mis paisanos. Tengo el “vicio” de mezclar temas contradictorios en mis búsquedas y lecturas. Creo incluso que no es mala idea despistar a los algoritmos de vez en cuando, para que sus conclusiones se llenen de signos de interrogación. Allá ellos con sus tabulaciones.
¿Qué hay del big data y de la inteligencia artificial? Queda dicho que la tal IA puede no ser muy inteligente, así la big data en que se basa sí sea muy big. Si un día compro unos tenis para mi hijo y durante semanas me saltan a la vista anuncios de tenis que ya no necesito, lo único que siento es fastidio. Si al buscar algo en Google la página nos embroma con demasiados resultados prefijados, sencillo: agregas unas comillas o cambias una palabra y a otra rosa, mariposa.
Yuval Harari, tan estupendo historiador como despistado futurólogo, nos asegura que la élite de los algoritmos se va a apropiar de las empresas y del mundo, aunque no da ninguna evidencia creíble de su afirmación. En Estados Unidos, para no ir tan lejos, el desempleo ronda tasas históricas mínimas. ¿Entonces cuándo es que empieza la debacle? Mañana o pasado, o sea que no tienen ni idea. Harari piensa que la idea de que el hombre es autónomo y tiene libre albedrío está llegando a su fin. “En el siglo XXI, la autoridad volverá a las nubes, pero no a las de los dioses. Cambiará a las nubes de Microsoft, Google y Facebook”. PAJA. Los algoritmos solo van a decidir qué estudio elijo, qué trabajo solicito y quién será el amor de mi vida si me entrego a ellos de patas y manos. Habría que repetir lo de Bartleby: prefiero no hacerlo.
Un contraejemplo nada más. Cualquiera diría que los algoritmos son capaces de predecir las elecciones. Ya, ¿y entonces por qué siempre fallan estas predicciones? Les dejo el problemita. ¿Y cuál ha sido el papel de los algoritmos durante la pandemia de COVID-19? Casi ninguno, que se sepa. Conclusión: las máquinas que son muy inteligentes son al mismo tiempo muy brutas. Nada que hacerle.
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