Publicado en: El Nuevo Herald
En la Argentina de Mauricio Macri a los peronistas les importa un comino que Cristina Kirchner y su marido fueran dos ladrones de tomo y lomo. “Puto o ladrón, queremos a Perón” sigue siendo la consigna de la tribu.
Tal vez no somos republicanos. O suficientemente republicanos. Para serlo, es esencial colocarse voluntariamente bajo la autoridad de la ley y respetar los dictados de tribunales imparciales, pero eso nos resulta particularmente difícil. Las repúblicas son estructuras frágiles que sólo son capaces de respirar en una atmósfera virtuosa. Fuera de ella se mueren o se convierten en otra cosa.
En el Brasil de Lula da Silva y sus compinches de Odebrecht sucede más o menos lo mismo que en Argentina. Las trampas, las coimas, los fraudes masivos, estaban a la orden del día, pero a los partidarios del carismático líder esas violaciones de la ley les traían sin cuidado. Hace pocas fechas se supo que el propio Lula, contra el criterio de sus propios técnicos, dio instrucciones para que el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social de Brasil (BNDES) le prestara $600 millones a Cuba en condiciones muy favorables.
El objetivo era desarrollar el Puerto de Mariel de la mano de Odebrecht, a sabiendas de que la Isla no podría devolver el préstamo. Una parte sustancial de ese crédito regresó a Brasil en los bolsillos de los políticos corruptos. Era la tajada que repartía Odebrecht clandestinamente, pagada con los impuestos del burlado pueblo brasileño. El proyecto, dicho sea de paso, con un developer que cargara beneficios razonables costaba la mitad de la cifra abonada a la empresa brasileña.
Pese a esas inmundicias, Lula encabezaba las encuestas hasta que los tribunales le prohibieron aspirar a la presidencia. Tras ese impedimento por corrupto, impuesto por Sergio Moro, un juez ejemplar que montó la operación Lava Jato y se ha enfrentado con un enorme valor a las mafias políticas del Partido de los Trabajadores, Lula ha elegido al profesor Fernando Haddad para que lo sustituya.
Se trata de un profesor de Ciencias Políticas, muy radical, ex alcalde fallido de Sao Paulo, también con acusaciones pendientes por corrupción. Simultáneamente, ha reclutado como vicepresidente de Haddad a la joven periodista Manuela d’Avila, diputada estrella del Partido Comunista de Brasil. La selección de la pareja señala por dónde van los tiros. El capital está aterrorizado y se escurre del país por todos los agujeros disponibles. Como se ha dicho tantas veces, “no hay animal más cobarde que un millón de dólares”.
Por la otra punta electoral, Jair Bolsonaro, el candidato de la derecha en las próximas elecciones de octubre, un ex capitán de paracaidistas, tampoco respeta demasiado la legalidad vigente.
Habla con nostalgia de la época de la dictadura militar, justifica las torturas, en su momento tuvo frases de elogio para Hugo Chávez, y lamentó que el ejército no hubiera fusilado a 30,000 personas, y entre ellas al ex presidente Fernando Henrique Cardoso, a quien acusó de connivencia con el Partido de los Trabajadores. Mientras tanto, el ex general Hamilton Mourao, su vicepresidente, masculla torvamente sobre las posibilidades de un golpe si pierden las elecciones por un supuesto fraude. Algunos en Brasil le llaman a Bolsonaro el Trump brasileño. Dios nos coja confesados.
Es muy posible que entremos otra vez en un ciclo populista. Macri en Argentina puede perder el poder como consecuencia de la crisis económica. Haddad podría derrotar a Bolsonaro y establecer un régimen populista de izquierda. O Bolsonaro derrotar a Haddad —están empatados en las encuestas— e iniciar una especie de gobierno populista de derecha, sin ninguna consideración por el diseño institucional republicano. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha ganado legítimamente las elecciones mexicanas y no se espera que gobierne con prudencia.
En América Latina los dictadores malvados —Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Evo Morales, Raúl Castro y su entenado Miguel Díaz-Canel— no tienen que sentarse a la puerta de su tienda a ver pasar el cadáver de su enemigo. Todo lo que deben hacer para atornillarse en el poder es esperar un nuevo ciclo populista. En eso estamos.